En general una sabe, más o menos, qué quiere comunicar y en qué términos hacerlo, sin embargo no siempre tiene a mano las palabras que aborden un tema con acierto. Se trata de encontrar precisamente esas que logren que el lector te regale sus ganas y su tiempo. Y no es en estos casos que fallen los recursos lingüísticos necesarios -que también pudiera ser- sino más bien que la magnitud de la empresa llega a abrumarte de tal modo que te deja sin aliento. Suelo ser muy personal en mis escritos y no por ganas de mostrarme públicamente sino más bien por exceso de celo. Me preocupa y mucho ser interpretada con exactitud y en los mismos términos en los que trato de expresarme. Comparto mis pensamientos, venciendo mi propio pudor, por si pudieran prestar servicio a alguien, más deambulo en constante duda, oscilando entre la implacable rigidez que me impone mi sentido ético que se me muestra en general fastidioso y bastante estricto y esa reconfortante y dúctil improvisación que me permite aceptar el error como hecho cotidiano.
Es incuestionable que todos metemos la pata innumerables veces al día, y ello aún a pesar de extremar atenciones y cuidados a la vida y más si del amor se trata. ¡Ah, con el amor topamos! Al fin lo encaro temerosa de no acertar siquiera a esbozarlo de tan grande como se me antoja el término. ¡Qué es para mí el amor, preguntas! Difícil cuestión no hay duda y complejo describirlo sin caer en locura o ñoñería. Y es que, a mi entender, es sobre todo latir en mí y conmigo, pues si no se cultiva el querer propio no hay amor que se alcance y demasiado a menudo descuidamos comprobar los bienes que contenemos en propia casa. Creo que el amor comienza por bien quererse a uno mismo, pues de lo contrario difícilmente uno puede amar a los demás. Si uno no ha aprendido a mirarse con afecto es complicado que logre volcar un bien querer de verdad pleno en alguien distinto. Siempre he defendido que uno ha de ser generoso y a la vez enormemente arriesgado para amar. Debe de ser valiente -está obligado a ello por la ambición del proyecto- amplio de miras, dadivoso en la propia entrega y al mismo tiempo sereno y templado en la empresa, pues hay gente que mira al otro con fervor sin darse opción a conocerse a sí mismo, sin intuirse siquiera y eso no construye afecto sino límite, renuncia, entrega ciega sin talón ni dividendo, devoción estéril y mal entendida.
El amor, si de este modo pretende llamarse, ha de ser necesariamente compartido o de lo contrario es tan solo boomerang que carece de vocación de retorno. Y lo olvidamos con frecuencia en ese ofrecerse uno al otro a manos llenas, sin reparar en que ocasionalmente quien se sitúa a tu lado puede contemplarte de forma distante, sin pensar siquiera que orbitaís el mismo espacio. Hay personas que profesan hacia tí supuesta estima y que tu adivinas te observan al desgaire y de reojo, quizás solo para asegurarse de que eres el espejo que devuelve su reflejo y eso -no nos equivoquemos- no es amor ni anota crédito. Siendo francos apenas alcanza a ser nada salvo insano egoísmo, pura actitud egocéntrica del que no sabe o no puede querer y por desgracia este hecho no genera interés que no sea propio. Hay ocasiones, lo he visto, que algunos de los que gritan al mundo cuánto se quieren, se hurtan ariscos la mirada y entonces me da por reflexionar en lo difícil que nos resulta a casi todos hacerlas converger y lograrlo al unísono. Y es que resulta común encontrarnos desajustes en el paso y en el ritmo y eso señores hay que reconocerlo, ralentiza la ejecución y empaña y no poco la elegancia de toda coreografía ejecutada a dos.
Hay, para nuestra inagotable desdicha, más quiebros y sinsabores que acompañan a un amor que se manifiesta escurridizo y de voluntad esquiva. Hay mentiras, triquiñuelas, dobles puertas y secretos ocultos; hay dudas, celos infundados y otros que hunden sus raíces en razonable sospecha. Hay sofocos, hay rencores, hay llantos y plañideras. Y yo me pregunto cuáles son las claves que lo alimentan y lo hacen crecer vigoroso cual vástago rebosante de salud; cuál el complejo vitamínico que logra mantenerlo sano y fuerte, qué especie de pócima obtienen y de dónde aquellos que contra viento y marea desafían todo mal pronóstico. Lo cierto y para no engañarnos es que el amor en nuestros días tiene mala prensa y peores augurios que lo hacen palidecer ya de salida y venirse abajo apenas iniciadas las primeras dificultades.
Nuestro universo se ha convertido en un inmenso y gigantesco lugar promiscuo y caprichoso. Somos volubles e inestables, cedemos a la tentación sin que medie resistencia ni pongamos coto y freno a la satisfacción del deseo inmediato. Nos habituamos a mentir sin sonrojo y sacando pecho. Arrollamos verdades y lealtades sin el menor sentimiento de haber transgredido ninguna norma. El mundo hoy hace lo que quiere, cuando quiere y por qué así le da la gana sin buscar subterfugios. ¡Al menos en eso ganamos! No planteamos falsas excusas. Me pregunto sin embargo si alguna vez volveremos a encontrar la brújula que indique sin temor el norte. Si las cuestiones éticas recobrarán de nuevo la importancia y el lugar que les corresponde para señalar el camino a los hombres. Si el amor será una vez más motor y no término en desuso y de escaso valor. Urge recuperar y conjugar con orgullo todas las palabras que nos hacen más humanos o de lo contrario -y no acepto el papel de pájaro de mal agüero- contemplo con desaliento cómo nos vamos despojando de todo cuánto de bueno poseíamos.