Bastan unos momentitos de agua cayendo… intercalados por espacios secos para enjabonar, estregar, sacudir.
El tiempo justo que se lleva una canción popular: tres minutos.
Hay quien necesite dos canciones o más. Algunos prefieren una ópera, o una zarzuela.
Pero hay muchísimas más personas a quienes no les da para entonar ni una estrofa porque el agua viene de un jarrito o un recipiente plástico que, gracias al sentido connotativo de las cosas, ahora le dicen “galón”.
Límpida, brillante, como plata, pero mejor.
Transparente, sutilmente llevada a una temperatura conveniente.
Echada por la mañanita antes de prodigar la vida, echada por la nochecita antes de arrimar la existencia.
Es una buena experiencia acompañarse con una cancioncita al momento de fregar el cuerpo con agua bendita.
No a todos les pesa saber que en el futuro inmediato las cosas no serán iguales, al menos no para la gente que piensa y se alegra por vivir en un cuasi paraíso satisfaciéndose de poseer esos bienes naturales.
Piense en eso, en el agua que raspa su agotamiento, cuando se entere que por cada onza de oro la explotación minera extraiga del suelo dominicano necesitará miles de galones de esa agua.
¿Cómo van a balancear o equilibrar la cuestión ambiental, tal cual lo hacen con las cuentas de la nación?
Muchas islas vecinas sobreviven de lo que aquí se produce gracias al agua, pero además compran agua.
Con una onza de oro yo no compro 4,000 galones de agua pura.
Afortunadamente, la tecnología minera avanza y gradualmente se volcará al uso de agua de mar.