1.
Un atropello en Berlín; los atentados ahora se hacen en vehículos normales, pero la velocidad trae la potencia del diablo.
Muchas veces la violencia es subproducto de la velocidad.
Velocidad excesiva cuando se espera continuidad y calma.
No es el coche el que mata; es la velocidad del coche la que mata.
No es el objeto el que es criminal –es la velocidad que en él se instala– y la dirección que las manos del conductor definen.
2.
El atropello “ha ocurrido alrededor de las 10h30 locales, en una esquina cerca de la iglesia Kaiser Wilhelm…”
“un ciudadano germano armenio de 29 años cuya identidad no ha sido revelada”.
3.
Noticias de un lado y del otro; ninguna dirección –norte, sur, este, oeste– excluye la velocidad y la maldad que muchas veces va en ella.
Noticias también de bala y cuchillo; metal que entra en el cuerpo para hacer de él una cosa que ya no respira y nada quiere.
4.
El metal tampoco mata. La velocidad con la que va el metal es la que mata y mucho.
Acérquese lámina o bala a la piel, agárrese con pulgar e índice la bala mortal y colóquese esa materia helada a la superficie del cuerpo y todo lo que de aquí sale es frío e incomodidad o como mucho un escalofrío de los pies al cuello porque hay enemistades entre materias que no tienen final.
Pero sí, es la velocidad colocada en la bala la que hace de ella la asesina que el asesino utiliza.
5.
Hay un documento de la Autoridad Nacional de Seguridad de Tráfico que, hablando de otro asunto –que no el del crimen intencional que usa la velocidad– tiene fuertes síntesis.
Algunas de esas conclusiones, hablando de seguridad de tráfico, parecen reflexionar, asimismo, sobre muchas otras tragedias.
Un documento pragmático que produce filosofía de manera involuntaria – la filosofía con más puntería y con más utilidad en la historia de las ciudades.
Primera síntesis: “La velocidad estrecha el campo visual”.
Después se explica, en el documento:
“A una velocidad de 130 km/h, el campo visual es de solamente 30 grados, lo que retrasa la detección de riesgos, reduciendo la capacidad de reaccionar a tiempo”.
6.
La velocidad inscribe, pues, en el humano una ceguera parcial: aumenta la velocidad, disminuye aquello que vemos; la ceguera total del humano, que a paso lento lo ve todo y con detalle, y entonces es solamente una cuestión de kilómetros/hora; a determinada velocidad todos somos totalmente ciegos.
7.
Segunda síntesis del mismo documento:
“Cuanto más rápido conducimos, de menos tiempo disponemos para inmovilizar el vehículo, cuando ocurre algo inesperado”.
Es difícil responder a lo inesperado y por eso lo inesperado tiene a veces un nombre que asusta. Lo inesperado es aquello que exige de ti más tiempo para que no falles.
La velocidad no es solo un número; es casi siempre la distancia –en espacio y, sobre todo, en tiempo– que se tarda en llegar a la quietud.
Si vas muy rápido, y si aceleras aún más, más lejos estás, a cada segundo, del estado quietísimo – esto es obvio.
Y hay en la quietud de las cosas no un paraíso, claro, porque eso no existe en ninguna parte y en ninguna circunstancia (a no ser en la cabeza de los utópicos peligrosos) – pero sí, hay en la quietud de las cosas, de los humanos, y de los objetos, una cierta posibilidad de paz.
Los bramidos que exigen el cambio constante, de los humanos o de las ciudades, olvidan que gran parte de los cambios en el humano es aquello que lo lleva del estado vivo al estado de cosa muerta. Que un vivo cambie, pero no demasiado – esto piden todos aquellos que lo aman.
8.
Tercera terrible sínteses:
“Cuanta más velocidad, más graves son los daños.
En un atropello a 30km/h, el 95% de las personas sobrevive, a 70km/h la muerte del peatón es certera. Nuestro cuerpo no está preparado para el impacto.”
Nuestro cuerpo no está preparado para el impacto. Nuestro cuerpo no está preparado para ciertas velocidades.
La velocidad de la naturaleza y la velocidad que las máquinas permiten – estas dos velocidades no hablan el mismo idioma. La velocidad que las máquinas han puesto en circulación es extraterrestre en el sentido literal; viene de aquello que no es tierra, sino algoritmo y tecnología.
9.
Claro que inventos extraordinarios y extraordinarias hazañas se han hecho gracias a la velocidad.
No se trata de hacer un juicio rápido, como en los tribunales revolucionarios, en los que un ejemplo – tomado a la fuerza del mundo de los hechos – basta para ahorcar a un sujeto o una idea; en el límite, un sustantivo o un verbo.
No se trata, pues, de poner la velocidad en la guillotina y alabar su rápida eliminación de la superficie del mundo.
10.
Una vez más; pues: claro que inventos extraordinarios y extraordinarias hazañas se han hecho gracias a la velocidad.
Y claro que mucha maldad se hace a velocidades bajísimas o incluso inexistentes; el veneno en la sopa, por ejemplo, ni siquiera se mueve del sitio, se queda inmóvil esperando que el cuerpo ingenuo se lo trague con el apetito de los distraídos.
Y claro que mucha maldad entra en la superficie del mundo lentamente – la lentitud también tiene un largo historial, todos lo sabemos.
Pero la velocidad, la velocidad – hay algo en ella que ha robado del diablo y su risa y sus artimañas. No te acerques, no sumerjas en ella tu mano, nunca confíes en ella.
11.
¿La vida? No es fácil.
Nuestro cuerpo no está preparado para el impacto.
—
Traducción de Leonor López de Carrión
Originalmente publicado no Jornal Expresso