Para cuando se reunieron en Bretton Woods los concurrentes a la “Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas”, ya el “patrón oro”, que había sido garantía de estabilidad, crecimiento económico y expansión del intercambio en el mundo era una reliquia decadente. Estaba acabado. Es más, en la mismísima belle epoque de los felices años 20s, ese sistema evidenciaba su incapacidad para sostener o recuperar los logros cimeros que tributó a las economías imperiales europeas, Inglaterra a la cabeza. Era imperativo la creación de un nuevo orden financiero internacional. Para ese propósito estaba puesta la concurrencia. A continuación, una aproximación a algunos rasgos distintivos de antecedentes y marco relevantes.

Luces del patrón oro

Vale remontarse al período comprendido entre el final de la Guerra Franco-Prusiana (1871) y el inicio de la Primera Guerra Mundial (1914); fue algo más de cuatro décadas en que la bonanza se hizo carne y habitó entre las principales economías de la Europa de entonces. Hubo una expansión portentosa del producto y el comercio internacional, pavimentada por las innovaciones en transporte y en las comunicaciones; concretamente, reflejada en los barcos a vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo, y más. Fue la primera ola de la globalización, dada por una mayor integración económica que facilitó la mayor circulación de bienes, de capitales y de personas en el mundo de ese entonces.

Es en ese período que se estableció y mostró sus mejores resultados el “patrón oro”, vertebrador de un sistema monetario internacional. El patrón oro fue propiciador de las condiciones favorables en términos de estabilidad, expansión de la inversión y la producción, y aumento del comercio para un despliegue sin precedentes de prosperidad y creación de riqueza.

La fórmula que había dado paso a ese ambiente de resultados fue que, bajo dicho modelo, las monedas nacionales estaban respaldadas por reservas de oro de los países. Esta regla ofició como freno efectivo a la inflación y aseguró un tipo de cambio fijo entre las principales divisas. Esto inspiró confianza y certidumbre entre los inversores.

Cabe destacar dos resultados asociados al período del patrón oro. Primero, se desarrolló la “Segunda Revolución Industrial”; en la que, fueron hitos emblemáticos la emergencia de bienes y servicios intermedios invaluables para el desarrollo de la industria: la electricidad, el acero, los productos químicos y la maquinaria pesada. Es obvio que estos prodigios tecnológicos e industriales fueron trazadores de una nueva era y catapultaron la productividad y el crecimiento económico en las más pujantes economías del mundo.

El otro resultado a poner de relieve es que, se verificó un largo período de relativa concordia en la Europa de ese entonces: el período de la “Paz Armada”; por cierto, un término que cabe para significar las décadas de relativa y tensa paz que tuvo el mundo hasta años recientes, en el contexto de la Guerra Fría, que habría terminado con la invasión de Rusia a Ucrania. Fue un período (el de la Paz Armada) durante el que, con todo y las tensiones coloniales y las rivalidades preexistentes entre las potencias imperiales, el mundo no sufrió conflictos bélicos a gran escala.

Un choque entre fuego amigo

Lo que sí se dio en los tiempos del patrón oro fue un entrechoque ideológico; fue entre, de un lado, i) el pensamiento económico clásico-neoclásico (liberalismo económico), que pregonaba el “laissezz faire, la libertad sin límites en la interacción de las fuerzas del mercado, la defensa de la propiedad privada como base del progreso. La mínima intervención del estado en la economía.

Este pensamiento constituyó la piedra ideológica angular que sustentó al patrón oro, cuyos principios de estabilidad y disciplina monetaria que eran consistentes con las ideas esenciales de la escuela del pensamiento liberal.

Desde esta perspectiva, el patrón oro constituía un mecanismo automático para equilibrar las economías mediante la regla de convertibilidad, que establecía que los desequilibrios en la balanza de pagos llevarían a ajustes automáticos en los flujos de oro, la oferta monetaria, y de los precios. La mínima intervención gubernamental, la estabilidad monetaria y la libre competencia eran elementos doctrinarios sustantivos del clasicismo económico.

Honra hacer honor al padre fundador de la escuela económica clásica-neoclásica, el escocés Adam Smith (1723-1790), creador del principio de que a los mercados había que soltarlos en banda, dejarlos libres; pues por sí solos, en libre competencia, se autorregularían y maximizarían el bienestar económico. Entonces, “todos ganaremos”.

Un punto clave del pensamiento económico liberal que viene al punto (Bretton Woods) y vale relevar fue el librecambismo, que abogaba por la eliminación de aranceles y barreras al comercio internacional. La base teórica de esta doctrina la sustentó el inglés David Ricardo (1772-1823) en su Teoría de las ventajas comparativas, argumentando que los países deberían especializarse en la producción de bienes en los que tenían una ventaja competitiva y comerciar con otros de condiciones iguales pero diferenciadas para maximizar la eficiencia económica global.

En fin, arropado bajo este manto teórico es que pasó lo que pasó. El capitalismo industrial se consolidó como el sistema económico dominante, dando cabida a la acumulación originaria de capital, a la expansión de la producción industrial y a un crecimiento gozoso del desarrollo empresarial en los principales países capitalistas con las capacidades y atributos apropiados.

Fue en este ambiente que las economías más avanzadas aceleraron la acumulación de riquezas, lo que dio paso a la expansión imperial. Las potencias europeas, impulsadas por la búsqueda de nuevos mercados y recursos, extendieron sus dominios coloniales en Asia, en África, en América. Y se expandieron los imperios, el Imperio Inglés como el que más.

Del otro lado, pero en la misma mesa del sistema estaban ii) posturas antitéticas que propendían a más al intervencionismo del estado en la economía. Especialmente tras la Gran Depresión de la década de los 30s, estas posiciones ideológicas, lideradas por J.M. Keynes, cuestionaron la rigidez del patrón oro, argumentando que la estabilidad ofrecida por el sistema no necesariamente garantizaba el crecimiento económico o el pleno empleo. Y en tal sentido, centraban su abogacía en defender una mayor flexibilidad monetaria y políticas fiscales activas para estabilizar las economías. Obviamente, esto chocaba de frente con los principios rígidos del patrón oro.

En el fondo y más acá, eran carne de la misma carne; fuego amigo a lo interno del sistema.

Sin embargo, como modelo de pensamiento alternativo (crítico del capitalismo) surgió y se desarrolló un tercer frente, iii) el marxismo-socialismo. Un paradigma que, con K. Marx y F. Engels a la cabeza, se estableció con perspicacia de pensamiento, tenacidad programática y crítica penetrante y feroz como polo antitético del capitalismo, denunciando las desigualdades y la explotación inherentes al dicho sistema capitalista.

Los padres fundadores predicaban la idea de que, a medida que las industrias crecían y la urbanización se aceleraba, las condiciones de vida y el trabajo de la clase trabajadora se deterioraban. A resultas de esto, las tensiones y la lucha clase se intensificarían, dando paso al surgimiento de movimientos sindicales y de partidos políticos socialistas en Europa que liderarían la revolución proletaria. Postulaban que, inequívocamente, este proceso desembocaría en la instauración del sistema socialistas, antítesis del capitalismo industrial.

Piedra angular del marxismo-socialismo fue su abogacía por una revolución proletaria y la abolición de la propiedad privada. Denunciando sus pecados capitales y explicándolos con una impecable lógica histórico-formal, apuntaban directo al corazón del sistema capitalista. Más temprano que tarde, postulaban que la historia se impondría, y el cambio sobrevendría. Un cambio en el que, con el estado como rector de todo (nada de mercado), se verificaría la redistribución de la riqueza, y se garantizaría la igualdad y el equilibrio. La estabilidad social.