En La Batalla de Bretton Woods (Deusto, 2016), Ben Steil caracteriza el proceso como una epopeya sucedida en un momento único e irrepetible de la historia moderna; en que, una superpotencia anticolonial en ascenso (Estados Unidos) utilizó su influencia económica sobre una potencia imperial aliada en estado de insolvencia (Inglaterra) para fijar los términos en los que cedería su menguante dominio sobre las reglas y normas del comercio exterior y las finanzas internacionales. No hubo de otras. Reino Unido no tuvo más remedio que cooperar. El acuciante objetivo de sobrevivencia le dictaba pautas de rumbo a seguir.

El engorroso camino de la implementación

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la realidad era extremadamente tensa, compleja. El mundo tenía una aguda hambre de dólares y los estadounidenses tenían tomada la sartén por el mango, el mango también. Y por demás, habían sido entronizados por Bretton Woods. Era su momentum para el izamiento de bandera en su calidad de la nueva estrella naciente como la superpotencia geopolítica; y en estos términos, dictar normas de comportamiento. Es lo que hizo.

La desconfianza alimentada por los usos de posición dominante por parte de los Estados Unidos se volvió extrema. En Europa (Reino Unido y Francia, principalmente) predominaba la inestabilidad y la inflación. En este contexto, en los 60s, por encima o al margen del FMI y su misión, 31 países endurecieron los controles monetarios y materializaron sucesivas devaluaciones de divisa: primero, Inglaterra; casi de inmediato, le siguieron otros 23 países; y más luego, 7 más.

El hecho es que, en el terreno, la implementación del sistema fue un camino harto empinado, escabroso. Difícil de avanzar. A tal punto que, el proyectado libre comercio multilateral y la convertibilidad general de las divisas llegaron a parecer sólo palabras volando a expensas de lo que dijeran los vientos de las realidades y las imperiosas necesidades nacionales de sobrevivir.

Ocho años después del Acuerdo, en 1952, el mismo FMI ya se lamentaba de que “se habían realizado pocos avances para conseguir los objetivos del Fondo de implantar el libre comercio multilateral y la convertibilidad general de las divisas”.

Los reveses, las crisis económicas y otras inconveniencias registradas en Reino Unido, Francia, Alemania y otros más a lo largo de los 50s habían retenido la implementación. Cuando, a finales la década, el crecimiento se reanudó, el comercio floreció y la escasez de dólares se disipó, las condiciones para su realización fueron propicias.

Fue hasta inicios de los 60s hasta que Bretton Woods empezó efectivamente a fraguar. Ocurrió, cuando nueve países europeos más Perú y Arabia iniciaron la puesta en práctica de los compromisos de convertibilidad. Pronto, ya eran 20 el total de miembros practicantes de los compromisos.

Los sucesivos entrechoques dados en incontables foros y encuentros celebrados antes, durante y después de Bretton Woods fueron lo de menos; lo importante fue el resultado. El Convenio que acunó un nuevo orden económico mundial marcado por la supremacía del dólar.

Un factor de resistencia a la implementación de los acuerdos fue el choque de los objetivos acordados contra las realidades nacionales, las discordias y resentimientos, y los recelos y reservas hacia los Estados Unidos por el uso y abuso de la diplomacia del dólar como varita de premio o castigo a los países, según conviniera a sus intereses y objetivos de la política exterior.

(Acaso ha derivado de esto un aprendizaje imborrable que ha oficiado como especie de vacuna contra la ingenuidad y el candor frente a la oferta de cooperación de las potencias con apetito imperial, dadas cual pato al agua a usar dicha cooperación como herramienta al servicio de sus propias conveniencias y objetivos de política exterior. Viene a la memoria el estribillo de la décima aquella del “Cantor del Yaque”, Juan Antonio Alix (1833-1917): “Si tú ves a un hombre blanco / en casa de un prieto un día: / O le debe el prieto al blanco / o es del prieto la comía”. La experiencia es dura y hasta amarga, pero tanto más, es capaz de enseñar).

Más allá de los problemas, la recuperación económica vista ya en los años sesentas (siglo pasado) lo dijo todo; consagró al nuevo sistema como sinónimo de una reforma económica internacional sensata y juiciosa. Inteligente. Buena para todos. Había valido la pena.

El gozoso decenio de los 60s es reconocido como el período en el que el ciclo de implementación del modelo Bretton Woods alcanzó su cenit. Los beneficios de la convertibilidad en términos de estabilidad, crecimiento económico y facilitación del comercio internacional a nivel global eran notables. Se veían.

El colapso del modelo

Todo bien hasta que, en 1971, el presidente Nixon anunció que los Estados Unidos dejarían de convertir dólares en oro a la tasa fijada de $35 por onda troy, marcando así el fin de facto del modelo Bretton Woods. Con ello, quedó roto el vínculo directo entre el dólar y el oro, dejando atrás el funcionamiento del sistema monetario internacional basado en tipos de cambio fijo. Fue el colapso, el desmantelamiento, el final de Bretton Woods.

En 1973 el proceso de abandono del sistema se había completado. Entonces, las principales economías habían adoptado un sistema de tipos de cambio flotantes.

La transición al nuevo sistema significó un funcionamiento de las economías basado en un modelo más flexible, mejor adaptado a las condiciones cambiantes del mercado global. Las monedas fluctuarían según los dictados y condiciones de la oferta y la demanda en el mercado cambiario. Así fue, y así ha sido hasta la actualidad. Con menos estabilidad que la que proporcionada el sistema de Bretton Woods; pero reconoce a los países la facultad de ajustar sus políticas monetarias para responder a choques económicos externos e internos.

Herencia del sistema anterior es que el dólar estadounidense continúa oficiando como la principal moneda de reserva global del mundo. La influencia de esta divisa en el comercio internacional y en las finanzas globales es una de las huellas más manifiestas de Bretton Woods, hasta el sol de hoy.

Lecciones y aprendizajes

Entre las lecciones cardinales derivadas del proceso Bretton Woods para la gestión de la economía global y de los sistemas financieros internacionales, caben resaltar:

  1. Cooperación Internacional. Bretton Woods escribió con tinta indeleble la relevancia de la cooperación para asegurar la estabilidad financiera global. Enseñó que las crisis económicas en una región pueden expandirse al resto del mundo, motivando el establecimiento de los mecanismos de asistencia y cooperación para abordar problemas y evitar futuras crisis globales.

En un contexto como el actual, marcado por la interacción de tres sistemas complejos: la economía mundial, la sociedad global y el medio ambiente físico de la tierra (Jeffrey Sachs; La era del desarrollo sostenible), y por una  interconexión sin precedentes entre flujos de producción, comercio, finanzas, migraciones y redes sociales, cobra mucho mérito la noción y experiencia de la cooperación y la diplomacia económica inteligente como buena práctica de las relaciones internacionales a la que es preciso valorar, recurrir y emular. Bretton Woods puede ser buen referente para la gestión del mundo en las condiciones crecientemente complejas de hoy en día.

  1. Tipos de Cambio Fijos. Quedó establecida la lección de la insostenibilidad a largo plazo de los tipos de cambio fijo. La rigidez de los tipos de cambio fijos, combinada con la incapacidad de ajustar el valor de las monedas para reflejar las realidades económicas, conduce a desequilibrios y crisis sistémicas penosas de consecuencias dolorosas para el desarrollo. El tipo de cambio flotante es el mejor.
  2. Dólar y dependencia. La consolidación del dólar estadounidense como la moneda de reserva mundial creó una dependencia significativa de esa divisa en la economía global. Sin embargo, la crisis que llevó al colapso de Bretton Woods mostró los riesgos de depender de una sola moneda. Es sana la tendencia de los países a diversificar sus reservas y explorar alternativas para reducir su dependencia de la divisa estadounidense. Savia estrategia de gestión financiera ha sido siempre, jamás poner todos los huevos en un solo nido.
  3. Adaptabilidad y evolución de las Instituciones. El sistema Bretton Woods colapsó, pero las instituciones creadas bajo sus principios: el FMI, el Banco Mundial y la misma OMC demostraron su capacidad de adaptación. Un valioso aprendizaje es que, las instituciones globales deben ser flexibles y capaces de evolucionar con las cambiantes condiciones económicas y políticas para preservar su relevancia y efectividad. En gran medida así ha sido.
  4. Flexibilidad monetaria. Fue la inflexibilidad del sistema de Bretton Woods para ajustarse a los cambios en las economías lo que le llevó a su colapso. El aprendizaje es que, los sistemas monetarios deben tener mecanismos para permitir ajustes a los tipos de cambio, de forma que reflejen las realidades económicas cambiantes y eviten la acumulación de desequilibrios insostenibles.

La influencia de las instituciones de Bretton Woods se refleja a través sus intervenciones de asistencia técnica y financiera, y la prestación de sus servicios de asesoría a la gestión de las economías y de los respectivos sistemas financieros. Los tipos de cambio flotantes y una cooperación continua a y entre las naciones provista por las referidas entidades son activos invaluables de importancia incuestionable hoy en día.

Seguramente que la historia económica reconocerá por muchas décadas o por siglos lo que fue, lo que pasó y cómo pasó lo que se consensuó en Bretton Woods.