A esta edad y con estas millas (¿o kilómetros?) recorridos, siento que lo leído, vivido y escrito se me confunde invariablemente. Es lo que pasa con la siguiente aseveración: a mí el Bolaño que me mata es el del campo corto, las breves novelas y los cuentos. Esta idea nace de las incontables conversaciones que he tenido sobre la fama o popularidad de este escritor. Esta misma fama —buenísima para su obra, sus editores, su familia y para la literatura en general— tiene también, como todo, su lado negativo. He dado con mucha gente que dice que le gusta o disgusta el escritor simplemente repitiendo lo que otros han dicho. Dos frases en la discusión y te das cuenta de que no lo han leído… no es que hayan leído y no hayan entendido. Nada de eso. Están repitiendo, sin más. Nunca comprenderé esta actitud cuando lo más fácil sería decir: "Oh, qué interesante, no he llegado ahí, cuénteme más". Pero la realidad es otra.
Es en esta parte de la sobremesa cuando se empieza a hablar de 2666 o Los detectives salvajes y, aunque celebro estas obras, siempre digo que para mí el mejor Roberto Bolaño se encuentra en novelas como Amberes o los cuentos de Putas asesinas, donde hay un relato titulado "Últimos atardeceres en la tierra" que es de una belleza bruta y bestial, y está en ese estante de genialidad donde tengo a "Bienvenido Bob", "El rastro de tu sangre sobre la nieve", o "La llamaban Aurora (Pasión por Dona Summer)".
Dicho esto, hoy quiero invitarte a (re)leer Estrella distante, texto donde el mismo Bolaño ha dicho que trató de evocar el mal en su versión más breve y contundente. Esta fue su cuarta novela y el primer libro editado por Jorge Herralde, propietario de Anagrama, con quien iniciaría desde entonces una estrecha amistad y una prolífica relación laboral, publicando en esta editorial al menos un libro anual hasta 2003, el año de su muerte. Recomiendo aquí un bellísimo documental sobre Roberto Bolaño producido por la serie Imprescindibles de Televisión Española, donde Herralde habla de la fascinación que sentía al pasar las páginas de la novela en las pruebas de imprenta, consciente de que estaba ante una obra maestra. Y esto no es exageración, pues es lo que se experimenta al leer buena literatura, y en el Bolaño del campo corto hay mucho de ello. La mejor manera de explicarlo es ver a Bolaño como el traductor de una poesía vedada para el resto de los lectores, que, en su infinita bondad, comparte en un lenguaje robusto y delicado con el mundo.
La novela transcurre en líneas de tiempo y geografías simultáneas y distantes, en conflictos que terminan en belleza, terror y muerte. La historia comienza en el Chile de principios de Pinochet, donde la vigilancia y la persecución, pero también los deseos revolucionarios, son la orden del día. Desde el punto de vista de unos jóvenes poetas, asistimos a una panorámica de la actividad poética y política de aquellos tiempos duros. El narrador, uno de esos jóvenes poetas, se refiere de inmediato a un muchacho misterioso que escribía poemas distantes y cautelosos, "extraños, como si la poesía no fuera suya". Este personaje, que genera atracción sofisticada en las chicas y apatía y cierta envidia en los hombres, resulta ser no un poeta, sino un reconocido piloto de la Fuerza Aérea Chilena y una suerte de espía del régimen. Entre sus hazañas, la más impactante es la que realiza escribiendo una enigmática poesía en el cielo chileno para el asombro de algunos y el espanto de otros.
Pasa el tiempo, como todo pasa, y los años encuentran al narrador viviendo en Barcelona, alejado de aquel Chile y todo su significado. Ni siquiera la evocación melancólica logra satisfacer esa distancia de tiempo y geografía que lo ha alejado de sus amigos y del país que soñaron en su juventud. Su vida cambiará cuando un misterioso investigador privado lo contrate para ubicar al ya olvidado —aunque no del todo— piloto y criminal de la dictadura. Nuestro narrador entonces se verá obligado a enfrentar un presente grave armado con todo su pasado. La belleza de este texto radica en que el poeta no se arriesga solo a esa expedición al pasado, sino que documenta estas excursiones a su memoria poética y nos arrastra con él en la misión de tratar de otorgar sentido al fracaso de su vida, en un acto literal de justicia poética. “Atravesamos dos estaciones de metro y luego salimos a los suburbios. De pronto apareció el mar. Un sol débil iluminaba las playas que se iban sucediendo como cuentas de un collar sin cuello, suspendido en el vacío”.
Hasta aquí te he intentado dar mis recomendaciones sin revelar mucho del suspenso y la sorpresa que encontrarás en este texto. Como siempre digo, sal despavorida a buscarlo ahora mismo, ya sea para comprarlo, pedirlo por correo o robarlo del estante de aquel poeta con el que estás saliendo ahora. Yo por mi parte seguiré muriendo de ganas, de fiebre y de frío aquí en Humboldt Park. Pediré otra cerveza y empezaré un libro de Aleksandar Hemon llamado The Lazarus Project, donde quizás encontraré algo de poesía confundida entre Chicago y Sarajevo. Poesía a la que le crecen los dientes para comerte mejor el breve tramo o el campo corto que va de tu vientre al infinito.