Provisto de una capacidad de análisis inusual en nuestro medio, y una formación que comenzó con la poesía siendo muy joven, derivó hacia la historia y se consolidó con la experiencia militar, José Miguel Ángel Soto Jiménez (Santiago de los Caballeros, 1956) emprende ahora en "El Doctor" una exploración de largo alcance sobre Joaquín Balaguer (1906-2002), el escritor y gobernante dominicano que más tiempo ha ejercido aquí el poder, seis ocasiones en que ocupó la 'silla de alfileres' en el Palacio Nacional; tantas veces, que parecía eterno y se creyó insustituible, incluso cuando, ciego, anciano y frágil, ya habían menguado considerablemente su salud y fuerzas físicas, llegando a crear entre nosotros y más allá de los límites insulares, un verdadero mito viviente de la longevidad y la lucidez mental que asombraba a todos.
Este brillante ensayo de Soto Jiménez no es, como él mismo proclama desde el principio, una biografía, en sentido estricto, del 'déspota ilustrado', que considero más hija de Francisco Herrera Luque que de Stefan Zweig, pero participa de ese género cultivado por el psiquiatra y novelista venezolano que del gran escritor austríaco de trágico final. Y, como todos sus escritos más recientes sobre el ser dominicano, posee el atractivo de una prosa que, si bien no alcanza la perfección de sus modelos, se lee sin tregua, atraído el lector por la seducción de un discurso que se nutre de la literatura y el refranero popular, lo cual hace más accesible el análisis de una personalidad autoritaria, enigmática por definición como la de Balaguer, a quien muy pocos llegaron en verdad a conocer, impedidos por ese muro de silencio y de misterio que interponía entre él y los demás; un 'animal político' de cuerpo entero que vivió consagrado a sus obsesiones mayores: la política y las lides partidarias, dotado de infinitos recursos de simulación, como los de todo consumado actor. Balaguer se mantuvo al mando del país más allá de todas las expectativas y vaticinios, incluso cuando se le creía ya fuera de combate, por encima de los conjuros y oraciones de sus devotos adláteres, y a despecho de sus agraviados adversarios, que terminaron siendo aconsejados con aparente sumisión por el viejo zorro de la política criolla.
El autor sondea al sujeto bajo estudio desde los ángulos más inesperados, y aunque aborda aspectos notables de su personalidad que la leyenda se ha encargado de perpetuar en la memoria colectiva (era hermético, calculador, implacable, solitario, impredecible), es admirable la penetrante agudeza de sus comentarios y sus conclusiones, los vericuetos que transita para arribar a explicaciones nunca definitivas, sino siempre provisionales y con frecuencia solo hipotéticas.
Ajeno a la diatriba y al ditirambo, aunque una línea de admiración recorre todo el texto, el libro presenta un retrato minucioso y convincente de un estadista singular, tal vez el último que hemos tenido, a quien el autor conoció de niño, de quien fue ahijado dos veces, y cuyo abuelo, el poeta Miguel Ángel Jiménez, fue un amigo entrañable del gobernante, 'el hermano que no tuvo', según la propia confesión del mandatario. Pero el método expositivo del autor revela un profundo conocimiento de un individuo insondable, y el manejo cabal de una época ominosa signada por la represión más feroz contra una izquierda en desbandada, pero también de una aspiración de grandeza cuasi imperial, cuyo paradigma lo encontramos en frey Nicolás de Ovando, gobernador de la isla en los inicios del siglo XVI, autor de una cruel 'pacificación', al perpetrar matanzas inconfesables en nombre de la fe católica y el orden público, quien redujo a cenizas el recuerdo de los taínos; y por otro, un proyecto espectacular de crecimiento y expansión urbanos en la ciudad de Santo Domingo y el interior.
La obra también pone de relieve el arte de prestidigitador de un tribuno culto y avezado, cuyo modelo grecorromano le sirvió de telón de fondo para sus discursos de campaña, los cuales fluctuaron siempre entre la retórica grandilocuente y la más rancia ideología reaccionaria, y cuya fidelidad a los postulados de "El príncipe", que conocía de memoria y practicó toda su vida, fue esencial para preservar durante décadas una primacía política innegable que execraba el ateísmo negador de la esencia cristiana de nuestro pueblo, y condenaba el comunismo disociador porque había sembrado entre nosotros la semilla del caos.
Cada capítulo de este libro es una verdadera revelación de aspectos desconocidos de la personalidad de Balaguer, y al mismo tiempo una rectificación valiente de estereotipos y prejuicios repetidos hasta el cansancio. Hay secciones memorables, propia de una antología del humor negro, como el recorrido del autor por la casa del mandatario, la descripción de los personajes que deambulaban en ella como fantasmas, los personajes innominados que entraban y salían sin cesar de ese mausoleo custodiado por celosos gnomos, donde el diminuto personaje se mantenía en la sombra de un espacio cerrado y exclusivo, condenado a la compañía de libros que ya no podría leer, maquinando quién sabe que nuevas estrategias para perpetuarse como presidente, en un país donde las conspiraciones y los desafueros de la oposición y núcleos rebeldes han sido comunes durante el devenir histórico de la nación.
Creo que leer "El Doctor", más que una aventura humana que permitirá comprender mejor los enigmas de un gobernante del que todavía hay mucho que decir, constituye un deber intelectual de investigadores y estudiosos de nuestra historia, y para cualquier lector, una visión retrospectiva y aleccionadora de un individuo y un estilo de gobernar que no deberían repetirse jamás.