La sociedad dominicana en sus más de dos siglos de existencia ha producido un rico legado cultural, de matrices diversas y variado en sus expresiones, fruto del diferenciado desarrollo de las distintas regiones del país y las influencias directas de las sociedades haitiana, caribeñas, española y estadounidense. Se destacan además los influjos de las migraciones del Medio Oriente y China, y el intercambio permanente con los migrantes dominicanos que viven en Estados Unidos. La cultura dominicana es por tanto un complejo caleidoscopio de rasgos identitarios en constante transformación, debido a su ubicación insular y el desarrollo del turismo que la coloca en un tráfico permanente de ideas, intuiciones, sensibilidades y aspiraciones personales y sociales.

Ese es el contexto social, cultural y geográfico en que nace Juan Emilio Bosch Gaviño el 30 de junio de 1909. Todos sus ancestros nacieron en otras tierras y llegaron a República Dominicana menos de 3 lustros antes de su nacimiento. Su padre catalán, su madre puertorriqueña, su abuelo materno gallego, lo condujeron a ser consciente de que si sus raíces personales estaban sembradas en la tierra dominicana, la ramificación de estas llegaban a otros suelos, a otras latitudes. El 18 de noviembre de 1977 al inaugurar el local del PLD dedicado al patriota puertorriqueño Pedro Albizu Campos proclamó Bosch emocionado: “¡Yo soy mitad español, mitad puertorriqueño, entero dominicano y más entero latinoamericano!” (Guzmán, 2009, 203-204). Y lo dijo con la conciencia plena de una vida donde los exilios lo marcaron profundamente: Haití, España, Venezuela, Puerto Rico, Cuba, Bolivia, Chile, Costa Rica, Francia…

Y el caso de Juan Bosch, viviendo fuera de su patria, lo comparte con otros dos notables dominicanos: Juan Pablo Duarte y Pedro Henríquez Ureña. Si la sociedad dominicana fuera una persona y pudiéramos recostarla en el diván de un psiquiatra, debería explorar a fondo los motivos por los que expulsa de su casa a muchos de los mejores dominicanos y dominicanas. ¿El poder autoritario encarnado en un Santana y un Trujillo? Es razonable.

Y si seguimos esa línea argumentativa, sabiendo que han prevalecido, desde que se formó el Estado Dominicano en 1844, más los gobiernos autoritarios y criminales que aquellos comprometidos con el respeto a los derechos y el bienestar de todos, nos enfrentamos con el hecho de que el curso de nuestra sociedad tiende a formas opresivas de ejercicio político, modelos de explotación inhumana en lo económico, un machismo intolerable y rasgos racistas absurdos que son una negación de gran parte de nuestro origen. Expulsamos la saludable contribución de quienes nos regenerarían como sociedad y nos hundimos en la pestilencia de los peores gobernantes, asumiendo las patologías más nefastas como cultura.

Al llegar a un siglo XXI donde se ha perdido la serenidad que comunica la lectura de textos hondos, el ejercicio sabio del diálogo entre amigos, la apertura mental a ponderar argumentos e ideas de quienes están probados como amantes de la sabiduría y el rechazo a la banalidad y celeridad de palabras de los estultos. Se torna en una tarea casi imposible sacar a muchos de las imbecilidades que se divulgan en las redes sociales, en los medios de comunicación y la opinadera (insensata por definición) de políticos y líderes sociales. Si previo a este torbellino degenerativo del pensamiento y la cultura ya estábamos mal, ahora empeoramos, y procurar salir de esta ciénaga tomará posiblemente dos o tres generaciones. Evoco al mismo Bosch cuando en el 1943 devela el cáncer del antihaitianismo que había inoculado Trujillo en la sociedad dominicana, eso lo llevó a afirmar que: “La dictadura ha llegado a conformar una base ideológica que ya parece natural en el aire dominicano y que costará enormemente vencer; si es que puede vencerse alguna vez”. ¡Cuánta razón tenía!

La vorágine del consumo y la pulsión por acumular fortunas malogró todo el esfuerzo educativo que políticamente desarrolló Bosch a partir del 1970, primero en el PRD y luego en el PLD, con los dirigentes de esas organizaciones. En su vida personal fue ejemplo cabal de lo que debía de ser un pequeño burgués honrado, dedicado al servicio de sus prójimos y consagrado al cultivo de sus talentos. Lo aprendió de su familia, sobre todo del abuelo por el que llevaba su nombre y por Eugenio María de Hostos, cuya influencia comenzó a recibir en su Vega natal por maestros formados por él, pero sobre todo cuando tuvo que leer todos sus textos en Puerto Rico, en 1938, para publicar sus obras completas. Conocida es su expresión de que “Si mi vida llegara a ser tan importante que se justificara algún día escribir sobre ella, habría que empezar diciendo: “Nació en la Vega, República Dominicana el 30 de junio de 1909, y volvió a nacer en San Juan de Puerto Rico a principios de 1938, cuando la lectura de los originales de Eugenio María de Hostos le permitió conocer qué fuerzas mueven el alma de un hombre consagrado al servicio de los demás”.

Y es mediante el estudio y la reflexión que se puede construir una vida con significado, aprendiendo a servir a los demás, evitando ser engañados por los prejuicios, no dejándose atrapar por la codicia, el poder o la lascivia, para que con los años no sintamos vergüenza frente a nuestros hijos y los demás por injusticias cometidas, especialmente contra los más débiles o quienes confiaron en nosotros.

Si la sociedad dominicana en lugar de edificarse con hombres y mujeres de ese talante, tal como fueron un Duarte, un Henríquez Ureña o Bosch, sigue el declive de tantos abusadores, charlatanes y explotadores, vamos camino de ser una selva, irrespirable, invivible, donde lo mejor escapará a otros lares más decentes. La tarea de hacer un futuro más humano y desarrollado, material y espiritualmente, para nuestro pueblo, descansa en los maestros y maestras, los pocos jóvenes políticos que desean servir a su sociedad y sobre los hombros de los padres y madres que quiera cumplir su rol a cabalidad.