En este mes de junio se está dando a conocer el libro “Antonio Imbert Barrera: su vida y época”, biografía que nos permite transitar por importantes acontecimientos políticos del siglo XX y la primera década del siglo XXI.
Las casi quinientas páginas dan cuenta de su importancia pública desde el tiranicidio de 1961 hasta su fallecimiento, más de cincuenta años después. Se ofrecen informaciones que antes no habían sido de público conocimiento como ciertas particularidades de su niñez cubana y puertoplateña, a la vez que se dan detalles sobre su participación en eventos que nos marcan a todos lo que vivimos en esta media isla: sus actuaciones el 30 de mayo de 1961; la protección que le ofreció a Juan Bosch después del golpe de estado de 1963, cuando, a petición del propio derrocado presidente, lo acompañó en la travesía hasta Puerto Rico y algunas de sus palabras y acciones para garantizar la sensatez en 1978 cuando el presidente Guzmán se suicidó cuarenta días antes de entregar el mandato. Todos gestos que demuestran una genuina búsqueda del bien.
Pero si algo dio fe de su enorme capacidad de buscar el bien y de despertar en los demás la misma actitud, fue el acto de la puesta en circulación de la obra, donde las intervenciones, desde la de la maestra de ceremonias, hasta la de todos los ponentes e incluso la actitud del público, fue de compenetración y admiración por este hombre.
Sospecho que algo que tuvo que ver con este comportamiento colectivo está en la etimología de la palabra que lo convirtió en una figura pública. El coraje. En español es menos visible, pero la traducción de la definición de “coraggio”, en italiano, se corresponde directamente con una característica muy presente en la vida del general: “Fortaleza de ánimo innata, o reconfortada por el ejemplo de los demás, que permite afrontar, dominar, soportar situaciones duras, difíciles, humillantes e incluso la muerte, sin renunciar a la demostración de los atributos más nobles de la naturaleza humana”.
Y es que coraje tiene como raíz etimológica la palabra “corazón”. Actuar con el corazón fue lo que le permitió ser valiente y atreverse a enfrentar personalmente al hombre que controlaba un régimen afincado durante treinta años. Actuar con el corazón fue también lo que lo llevó a ser un padre, abuelo y bisabuelo amoroso. La gran calidez personal del general ya era de todos conocida a través de sus apariciones en los medios de comunicación, en el valor de sus gestos y en el panegírico de Juan Daniel Balcácer leído en ocasión de su sepelio. Los gestos de su familia el día en que se le reconocía su trayectoria seguían dando fe de esta característica tan marcada en él.