Cada diciembre, con la llegada de la Navidad, los lectores del El País esperábamos con ansias un regalo especial: el artículo de Juan Arias sobre Jesús. No era un texto cualquiera, era una meditación cargada de profundidad, de cuestionamientos incomodos y de una ternura desbordante que nos invitaba a mirar al hijo de Dios humano y al Jesús divino con los ojos abiertos y el corazón en alerta.
Ahora, en su ausencia, su eco resuena más fuerte, como si su palabra escrita se hubiera convertido en un legado vivo que nos sigue guiando hacia la reflexión. Juan Arias, jesuita, periodista y pensador, tenía la capacidad única de hacer accesible a todos una figura tan compleja como la de Jesús. En sus textos no buscaba imponer dogmas ni reproducir formulas religiosas, sino hacernos pensar.
¿Qué significa el nacimiento de Jesús hoy? ¿Qué nos dice su mensaje a una humanidad desgarrada por las desigualdades, la indiferencia y las guerras? Arias, con su estilo cálido y erudito, respondía a estas preguntas con otra: ¿Qué hacemos nosotros para ser luz en medio de la oscuridad?
En sus artículos, Arias nos recordaba que la Navidad no es solo una celebración, sino una invitación a mirar hacia lo esencial. Nos hablaba del pesebre como símbolo de humildad y de un Dios que se hace pequeño para abrazar nuestra humanidad. Siempre tenia el cuidado de enfatizar que Jesús nació entre pobres y marginados, sugiriendo que, si realmente queremos encontrarlo, no debemos buscarlo en palacios ni en discursos altisonantes, sino en los rincones olvidados del mundo.
Arias también nos desafiaba a repensar nuestras imágenes de Jesús. No era un Dios lejano, sino un hombre cercano, capaz de reír, llorar, dudar y amar profundamente. En sus reflexiones, dejaba claro que el mensaje de Jesús sigue siendo revolucionario porque nos pide algo radical: amar sin medida, perdonar lo imperdonable y trabajar por la justicia incluso cuando todo parece perdido.
Un Silencio que Habla
Hoy, ante su ausencia, el silencio de Juan Arias se siente como una pausa cargada de significado. Quizás él mismo hubiera encontrado en su propia partida una lección: la de aprender a vivir con la perdida, con la certeza de que los grandes espíritus no se apagan, sino que permanecen en las huellas que dejan.
En este tiempo de Navidad, cuando recordamos el nacimiento de Jesús, es inevitable pensar en cómo Juan Arias hubiera abordado este momento. Probablemente nos habría hablado de la esperanza que surge incluso en las noches mas oscuras. Nos habría recordado que Jesús fue, ante todo, un hombre de su tiempo que vino a mostrar que la compasión, la justicia y el amor tienen el poder de transformar el mundo.
Aunque ya no contemos con sus palabras nuevas, los textos que Juan Arias no dejó son faros en un mundo necesitado de orientación espiritual y humana. Cada uno de ellos nos invita a reflexionar sobre lo esencial, a mirar más allá de lo superficial y a encontrar en Jesús no solo un motivo de celebración, sino un modelo de vida a seguir.
En su ausencia, quizás el mejor homenaje que podemos rendirle es tomar sus reflexiones como punto de partida para nuestras propias búsquedas. Preguntarnos, como él lo hacía, qué significa realmente la Navidad, qué implica seguir el mensaje de Jesús en un mundo roto, y cómo podemos desde nuestras pequeñas acciones, ser un reflejo de esa luz que nació en un pesebre hace mas de dos mil años.
Hoy, la ausencia de Juan Arias nos duele, pero también nos inspira. Como Jesús, nos enseñó que la fe no está en los dogmas, sino en el amor; que la verdadera grandeza está en la humildad, y que incluso en el silencio hay una palabra que nos guía. Que su legado nos acompañe siempre, hasta alcanzar el sueño de justicia, libertad y democracia.