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La poesía dominicana debe mucho a DMJ. El hacer poético es como todo nacimiento, se alimenta de todo y necesita de todos, hasta constituirse en una entidad propia, sin dejar de depender de las grandes tradiciones y de los grandes poetas universales, de la que forma parte y es parte esencial. No comenzó aportando transformaciones. Su primer libro, Vuelos y duelos, es de aliento modernista, con los temas que lo distinguen. Santo Domingo, R. D. Imp. y librería de J. R. Vda. De García, 1916.
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La creación poética es todo un reformularse a lo interno y externo hasta adquirir la voz y el cuerpo que es el poema. Flérida de Nolasco la divide en Versos de Iniciación (su fase Modernista); Versos de plenitud y Versos de madurez. A esa evolución pertenece y su gran obra para los dominicanos. A menos de la mitad del camino de la vida, ya evidenciaba su madurez en lo concerniente a sus temas fundamentales, es decir, era reconocido por sus contemporáneos y las mentes más lúcidas de la sociedad dominicana como un fundador de un movimiento de vanguardia en poesía, llamado Postumismo. En ruta de nuestra poesía de Flérida de Nolasco (ed. Impresora dominicana, año 1953), en un ensayo de acercamiento al poeta, señalaba: “Es un artista del pensamiento, del sentimiento y de la palabra”.
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La crítica dominicana, que son los mismos escritores o creadores, tiene una secreta vocación por su poesía. Desde sus inicios, el poeta-hombre logró una especie de aceptación unánime, pasando a ser una especie de maestro con vocación de altura, de ahí lo escrito por Manuel del Cabral en su antología 10 poetas dominicanos, colección Parnaso Dominicano, edición 1980. Refiriéndose a tres características o dimensiones de su poesía, “1. La densidad de su pensamiento; 2-. La solidez de su sentido humano y 3-. La penetración de su pensamiento metafísico” y dando una idea de cada una, la primera se refiere de la densidad de su pensamiento y su cercanía con el budismo zen; la segunda: la solidez de su sentido humano. Toda su poesía es el hombre, el hombre en su muerte, en su pregunta eterna del bien y el mal en la desesperanza y esperanza ante la vida; y la tercera: la penetración de su temblor metafísico, es decir, las grandes interrogantes de la poesía mejor lograda, son de un aliento e irrevocable entrega a la existencia humana, vista como pregunta al universo, tras acontecimientos que son inherentes al hombre, como el ser para la muerte, el sufrimiento y la pregunta eterna a la nada: ¿Hacia dónde vamos y de dónde venimos?
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¿Qué es la poesía para DMJ? La última hez de la vida. El cielo del hombre en plegarias. La muerte y la resignación. El asombro ante la nada. Un rompecabezas de metáforas en armonía. Postular la libertad del hombre sin límites. Una tenue luz entre dos sombras que se desplazan en su propio equilibrio. El espejo del porvenir proyectándose en el pasado. Olas contra el muro de Dios. Dioses contra el muro de los hombres.
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No es un poeta popular. No es de los que las masas cantan sus poesías, quizás alcance a un poema especial, que puede andar de boca en boca. Su poesía fue como su vida biológica: extensa e intensa, profunda y contemplativa. Su tema principal es el hombre, su desesperanza y esperanza. La muerte de las cosas, una luz para el porvenir. Fue un cantor de su devenir histórico espiritual. Contó sus visiones de como el paisaje se funde y refunde en palabras que pueden ser ideas, llamados, un extasiarse, sin proponérselo. Adhirió al pensamiento oriental sus andanzas para poder justificar su existir.
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La actitud nómada, gran parte de la vida del poeta, trajo consigo también una poesía itinerante, de ahí su parentesco con el budismo zen, de no retener nada ni aferrarse a nada, tanto en lo material como en lo espiritual. Un dejarse ir para evitar echar raíces que traerían consigo el compromiso. No se debe olvidar que escribió sus poemas más representativos en la dictadura trujillista, sin dejar de ser su poesía una especie de crónica del dominicano y de la vida espiritual del poeta, pues en ella se delata una forma de denuncia social implícita a su condición de vida. Con tacto, a partir de una voz lúcida y consciente de lo que veía y sentía ante la falta de libertad, pero sin manifestarlo y en la evolución de su poesía sin sugerirlo. Se autocensuraba. Poemas y versos donde hablaba de la pobreza en su peregrinar por el país, los eliminaba y después de la caída de la dictadura, lo restituía. Pasó con la antología de Flérida de Nolasco, desde su primera edición (1949, Librería Dominicana), que luego restituyó algunos versos a poemas que podían interpretarse como crítica a la dictadura, restituyéndolos en una nueva edición de 1970, de la misma librería, pero llamada Hispaniola después de la muerte de Trujillo.
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No hay poesía de carácter, de pensamiento que no represente la parte más sensible de una comunidad. Su manera de representar una “realidad” interior e individual va pareja a la de la “realidad”, colectiva y del exterior en sus actitudes y creencias, a partir de pequeñas o grandes crónicas espirituales, pretendiendo verse y sentirse espíritu del tamaño del universo, a veces; otras, como una simple voz interior de la que es esencia, no deja de ser un grano de arena.
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Así como se considera a Charles Baudelaire, que le valió, entre otros atributos merecidos, el de fundador de una nueva sensibilidad en la poesía francesa, lo mismo podría decirse de DMJ.
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A partir de la evolución de su poesía, los poetas nacidos en los años venideros, entre otros contemporáneos a él, consiguieron identificarse con una manera de decir y escribir nunca vistas en nuestra poesía, es decir, un lenguaje nuevo. Nuevo por el hecho de tener términos y abordajes no usuales hasta ese momento. Una manera de ver nuestro paisaje y sentirlo con las palabras que, aparentemente parecían incomodas para los herederos del clasicismo, parnasianismo, modernismo y clasicismo, más no para el simbolismo. En poesía, los poetas no son muy dado a reconocer sus influencias en quien o quienes y más si viven. Lo mismo pasó con DMJ. Aún los poetas, en los años posteriores, les reconocieron su valía y sus aportes, terminaron por regatearles cierta pobreza en los poemas, sencillez en el lenguaje, a veces simplones, en lo que cada quien entendía la escritura del poema y su lenguaje, sin tomar en cuenta que ninguno lo superó en riquezas connotativas y sensibilidad. La excepción, en muchas ocasiones, fue Manuel del Cabral. Su reconocimiento fue desbordante, sin mezquindad. Lo veía como un precursor de lo mejor de la poesía dominicana en busca de su color, paisaje y otros tantos atributos loables; y en otras, buscaba denostarlo, minimizar su labor, su magisterio, ridiculizándolo.
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Llamado en su tiempo el Sumo Pontífice del Postumismo, no hay duda de que sin él no podría explicarse Franklin Mieses Burgos, Héctor Incháustegui Cabral, Hernández Franco, lo mejor de Fernández Spencer, Manuel Rueda, Manuel del Cabral, Gatón Arce y Juan Sánchez Lamouth, pertenecientes a los Sorprendidos, Independientes y la Generación del 48, hasta el año 1961.
No existe de él una influencia medular en la poesía dominicana, por sus temas, tonos y la manera de escribirlo, debido a su recia personalidad en su Yo, como un faro. El Yo no es solo Yo, pues tiene que ser abarcador en todas las manifestaciones del hombre, comenzando desde el amor; pero aun así el arraigo en la poesía dominicana que lo acompañó no lo tiene cualquier poeta, sino que, sin él a muchos poetas les hubiese sido imposible alcanzar una evolución para llamar la atención, para que pudieran sobrevivir con uno que otro poema; como tampoco no hay una influencia directa en la poesía joven dominicana de los 80 en adelante. DMJ es un poeta que es él y solo él; sus experiencias son inaprensibles. Lo que le sucede a él o piensa a nadie más le pasa. Sus muertos son sus muertos; sus visiones son sus visiones al igual que sus contemplaciones casi rayando el budismo, en su renuncia a la vida material por una vida contemplativa, de fugaces pensamiento e ideales como habitantes de una isla, que él la ve y la siente como una aldea, donde solo él tiene acceso a entrar y salir, aparentemente “ileso”. De ahí que exigirle una mayor comprensión a un hombre que nada más faltaba que levitara, como ido, es mucho pedir. Un hombre que sabía lo que quería de la palabra, del pensamiento, del sentimiento, que al escribir un poema caí en una especie de éxtasis de perfección, rayando, a veces, en una retórica interior. Aspiraba a la perfección como todo aquel a quien la tierra no le es suficiente para caminar porque necesita de las nubes, del universo, de los colores del arco iris. Poseía el raro privilegio de saber de dónde venía y hacia dónde iba (a ningún lado) aunque se interrogara a sí mismo como si no lo supiera. En definitiva, sabía lo que quería de la palabra que convertía en poesía. No necesitaba lo que el otro poeta creía imprescindible. Los otros solo cantaban por cantar; él cantaba solo lo que realmente le estremecía. Esa manera de cantar reflejaba como sentía lo que él llamaba su aldea y muy sutilmente, casi imperceptible, lo político, lo social como limitación al igual que lo económico. Nunca como crítica general sino personal o circunstancial, debido, por ejemplo, a la muerte y caminar, caminar.
DMJ es una paradoja de la creación que pertenece al reino de la poesía, de la vida contemplativa, cual sea la religión. Él mismo se consideraba una religión, un templo, un elegido ¿locura? Podría ser. Escribió sus poemas más representativos en su juventud tardía, la juventud de la creación poética, que ya en los 50 estaba agotado y repitiéndose en todos los órdenes de la creación, sin que eso lo desmerite, pues ya sus méritos como poeta representativo hacía rato que estaban ganados.
Su poesía es una isla dentro de una media isla. Al abismo que alcanzamos con su lectura tiende hacia un fondo escuro del drama del hombre contemporáneo, heredero de las grandes crisis del siglo pasado. Lo revolucionario estuvo, está en dos de los grandes temas de la poesía desde siempre, la muerte y la vida, siempre como drama personal.
“No me des fortuna, Dios, / no me des fortuna. / ¡Yo no quiero ser millonario! / Quiero vivir en paz con los hombres”.
Podría pensarse o decirse lo que se quisiera, tildar los versos anteriores como ingenuos, algo que, de hecho, tiene mucho su poesía, cierta ingenuidad de sabiduría por la época en que se vivía y cómo se vivía. De que es un ser trascendente, indudablemente que lo es. Es toda una roca inconmovible, no se deja tentar; su Yo está por encima de su vivir precario, a destajo.
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Él es el espíritu de más sabiduría de la poesía dominicana de todos los tiempos. su acercamiento y encuentro con su sensibilidad depende demasiado de cómo se vive, cómo se elige el vivir, que es parte de un desprecio a lo material. Su vida y su poesía son todo un vivir trascendente y de sabiduría.