Hay una frase muy citada de la escritora inglesa Virginia Woolf en la que ella afirmaba que le gustaba escribir para averiguar qué era lo que sabía. Manuel Enrique Tavares, cuya trayectoria profesional ha sido hasta la fecha la de un hombre de acción, sobre todo en los negocios y en la aviación, ofreció primero a su familia y luego al público en general, un libro de su autoría donde le sucedió lo mismo que a la autora de “La señora Dalloway” y “Orlando”. Según dijo en uno de los actos de presentación de su libro, al escribir sus memorias descubrió aprendizajes importantes sobre propia su vida y le aconseja a toda su audiencia realizar un ejercicio de esa naturaleza.
Lo que yo aprendo de haber escuchado estos aprendizajes es que es un hombre mucho más sencillo y cálido de lo que su hoja pública deja entrever. El estilo de redacción es coloquial y cercano, pero los aprendizajes derivados también reflejan un reconocimiento del valor de la humildad. Entre otras cosas, dice que aprendió que las adversidades y penurias, aunque desagradables en el momento de vivirlas, pueden ser positivas a largo plazo (en el libro se observa que las dificultades académicas iniciales de su niñez le forjaron la perseverancia, dedicación y capacidad de respuesta); que al pasar revista de sus logros y aciertos reconoce el peso que tuvo la casualidad (en otras palabras, que por mucho que haya aportado, no solo fue el propio esfuerzo y el interés personal lo que determinó su éxito en distintas iniciativas); que la curiosidad fue un hilo conductor en toda su vida académica, y que en los negocios, como en la vida en general, considera indispensable estar abierto y dispuesto a reconocer la participación de los demás.
Otros comentaristas revelaron aspectos que también vale la pena resaltar. Bernardo Vega destacó en esta autobiografía la capacidad de innovación y confianza en las fuerzas nacionales evidentes al haber abordado varios caminos que antes no habían sido trillados, como la redacción misma de este tipo de texto, poco abordado por los empresarios, y la inversión en negocios con un fuerte componente tecnológico en un país que hasta la década de los ochenta se apoyaba mayoritariamente en la agricultura para la generación de riquezas.
Milton Ray Guevara señaló la capacidad visionaria de actores que acompañaron este recorrido vital, como lo fue la acogida que le dio en un momento el presidente Balaguer a documentaciones sobre Haití o el hecho de que, al momento en que se creara la Fundación Institucionalidad y Justicia, se insistiera en la importancia del aspecto institucional para la estabilidad y crecimiento del país, más allá del “desarrollo” que estaba tan en boga.
Leonor Elmúdesi fue coherente con su trabajo como educadora al indicar los valores que ella siente evidenciados en este libro, a saber, determinación, arrojo, coraje, sentido de familia y afán de excelencia en el proceder. Más aún, nos mostró cómo, a su parecer, los epígrafes fueron un apoyo adicional para ilustrar la importancia que el autor les concede a esos valores.
Yo añadiría que esta autobiografía es ilustrativa de la fuerza de los Estados Unidos en los últimos setenta años de la República Dominicana. Él mismo nació en la ciudad de Nueva York por las preocupaciones de sus padres con respecto al parto (lo que le valió más tarde vivir las angustias de ser elegible para participar en la guerra de Vietnam), vivió en la Costa Este durante más de quince años y sus principales negocios los llevó a cabo con interlocutores norteamericanos, muchos de los cuales son identificados con nombres y apellidos.
En consonancia con el espíritu del autor, espero que a ustedes se les despierte la curiosidad por conocer este libro en mayor profundidad y que su lectura les evoque sentimientos de calidez familiar con respecto al grupo que compartimos