En el corazón de cada nación yacen las ascuas silentes de la devastadora tormenta del radicalismo. Esta tormenta, en su mayor medida, se encuentra contenida durante los periodos de gobierno liberales y republicanos, donde el consenso y la concesión permiten que las fuerzas opuestas de una nación se puedan condensar en gobiernos estables que navegan de manera mas que menos satisfactoria las trampas del ejercicio del poder. Pero en determinados momentos, el viento sopla de levante y aviva las exaltaciones violentas del radicalismo, creando dos tormentas idénticas y opuestas que amenazan con arrasar hasta los cimientos el endeble edificio de la existencia civilizada que tanto esfuerzo ha costado construir.

En algunas ocasiones estas tormentas son avivadas por individuos, que a falta de mejores mecanismos para canalizar preocupaciones y demandas legítimas se arropan en la arrogancia de todo mesianismo pastoral, causando nada más que destrucción a su paso. En otros, son respuestas a momentos históricos donde la decadencia del estado de las cosas ha llegado a tal punto, que la única solución visible es que, parafraseando a Lampedusa, cambien las cosas para que puedan continuar siendo iguales.

Pero, lo que sin duda es evidente en cada uno de estos momentos es que, ante el surgimiento de un proceso de radicalismo ideológico, mal concebido y peor ejecutado, surge su antítesis en el otro extremo del espectro. Así mientras unos pueden clamar por la destrucción de un pilar, los otros lucharán igualmente enrojecidos por el fortalecimiento de este, socavando a partes iguales los cimientos de la civilización y el contrato social. Obviando enteramente que este se fundamenta en la concordia, el entendimiento y la conciliación de las diferentes fuerzas que halan, a partes iguales, hacia la protección de sus intereses.

En el momento en que los radicales salen de las periferias, e inicia el proceso devolutivo de la lucha violenta entre los extremos, el corazón de la nación se encuentra ya herido de muerte. Es por tanto, que aquellas naciones que mejor han logrado sortear el surgimiento y deceso de estos momentos extremistas, son aquellas naciones que más han logrado avanzar en el largo y tortuoso camino de la construcción de un Estado que pueda permanecer lo más posible en el tiempo, satisfaciendo las necesidades de sus varios grupos de intereses, y proveyendo las condiciones para que los individuos puedan desarrollarse de manera plena y puedan perseguir honestamente la consecución de los beneficios que les provee la libertad.

Como ejemplos podemos recordar a los Populares, lidereados por los Graco, y sus luchas contra los Optimates, las cuales iniciaron el proceso de descomposición institucional y cívica que llevó a la caída de la República de Roma y a las guerras civiles que le sucedieron. Así mismo podemos mencionar las violentas luchas entre los extremistas Jacobinos y Girondinos las cuales dieron paso al Reino de Terror y que como consecuencia pavimentaron con sangre el camino a la auto coronación del “emperador” Bonaparte. En un contexto más local recordemos cómo las rábidas contiendas entre Jimenistas y Horacistas, dieron paso a la serie de consecuencias que en primera instancia suspendieron la soberanía dominicana y que más adelante encumbraron al tirano Rafael Trujillo.

 

De las luchas tribales de los reaccionarios solo surge el caos, la tiranía y la descomposición de los principios republicanos liberales que permiten que la sociedad pueda desarrollarse y avanzar. Los extremismos, las visiones maniqueas de únicas vías, y los radicalismos de “izquierdas” o “derechas”, permanecen como ejemplos históricos de estulticia amplificada e infundado mesianismo; surgido, hoy en día, de una desproporcionada valoración de la verdad de los argumentos propios, cacareados en una caja de resonancia digital. Lo que en su día fueron los discursos en el Foro, L’Ami du peuple, o Vanguardia del Pueblo; hoy lo son los hilos en Twitter, los posts en Instagram, o los podcasts cacofónicos. Espacios todos de virulencia, resonancia y autosatisfacción pseudointelectual para extremistas que solo conocen la violencia como forma de construir o deconstruir argumentos.

Solo a través de la concordia que surge por medio del consenso de las diferentes fuerzas de una nación, puede darse el ejercicio de pluralidad en el cual se aprende a conceder lo poco para poder ganar la mucho, todo como un sacrificio que tenga como beneficio último el desarrollo y crecimiento de la nación. Solo en el fragor de la pluralidad, en el cual todos nos vemos como pares, entendemos que aun cuando las posiciones de los otros puedan estar equivocadas, esto no los reduce a entes viles carentes de dignidad humana. La libertad y la dignidad son atributos inherentes a todos los seres humanos, y por tanto no pueden ser suspendidos como forma de ganar un argumento ideológico.

Es solo a partir de una visión liberal y republicana que se puede construir la estabilidad necesaria que permite que la sociedad avance, que los individuos se desarrollen y que podamos, real y efectivamente, vivir en libertad. No nos dejemos abrumar por la terrible amenaza del radicalismo destructor y opresor que, por medio de la deshumanización de los contrincantes y la exaltación de nuestros peores instintos tribales, le abre las puertas del infierno a los más terribles monstruos que son al final quienes heredan los desolados terrenos que quedan al otro lado de la tormenta.