Ahora que el Vaticano se ha decidido a investigar y a transparentar tapaduras de hechos -dudosos unos, delictivos los demás- de su jerarquía externa incluida que abochornan a la Iglesia Católica, no está demás citar algunos a los que se echó tierra ¿para siempre? y de los que ya ni se habla en la República Dominicana, mas no son muy viejos ni menos escandalosos en potencia:
Se trata de denuncias, no públicas en la mayoría de los casos, que ni siquiera llegaron a ventilarse en los blandos tribunales ni fueron suficientemente debatidos por el terror al castigo divino que emanaba de la casa de Dios. Y como le dijo Aristóteles a alguien: “soy tu amigo, pero soy más amigo de la verdad”. No podía falsear nada en su favor.
En los años ochenta se produjo la apropiación ilegal y venta también ilegal del hotel Montemar en Puerto Plata, con la excusa de que iba a ser una escuela hotelera administrada por la PCMM, pero que debió tener la aprobación del Senado de la República, lo cual no sucedió. La entonces senadora Yinet Bournigal se cansó de clamar en el desierto sobre el tema hasta que se logró el esperado silencio de sus gritos.
En los mismos ochenta, la explosión en productos Mamá en La Herradura, empresa elaboradora de productos comestibles enlatados y dulces, dejó dos trabajadores muertos. Administraba el padre Juan Núñez Collado en nombre del Obispado de Santiago. Hoy es su propietario. Nunca fue citado a un tribunal pese a denuncias de todos los calibres.
En la remodelación de la Catedral Santiago Apóstol, en el centro de Santiago, se “perdieron” 37 millones de pesos, según denuncias. El obispo Juan Flores Santana echó tierras al asunto y caso concluido.
Apropiación no autorizada y venta posterior a una empresa extranjera de los terrenos, específicamente a un supermercado mayorista (se dice que por 50 millones de pesos de la época) que ocupaba el proyectado parque botánico aprobado por el cabildo y apropiado por la PUCMM en las inmediaciones de su recinto en Santiago, en la gestión del señor Agripino Núñez Collado.
La venta, dijeron ciento veinte sacerdotes en un comunicado público, de unos terrenos del Estado en la capital por cinco millones de dólares de los que no hubo noticias posteriores ni comunicados nuevos ni debates ni nada. Para colmo, el autor denunciado de la venta, el mismísimo cardenal López Rodríguez, se vio de pronto aquejado de Alzhéimer y no ha vuelto a decir “esta boca es mía” ni lo dirá.
Ahora está en capilla ardiente lo del arzobispo Ozoria, pero eso sí parece que será investigado ya que le vieron méritos para hacerlo vía la embajada del Vaticano en el país. Lo que esperan muchos es esclarecimientos, no el silencio de las tumbas para mejorar un poco la imagen eclesiástica vapuleada por escándalos históricos y comprobaciones históricas.
No se trata de “hacer daño”, de escandalizar u otras pendejadas, sino de la búsqueda de la verdad que según Pablo “os hará libres”, y que no suele aparecer a veces ni en los centros espiritistas, amen y amén.