Sobrada razón tiene la honorable magistrada Miriam Germán al advertir sobre el prestigio del Ministerio Público; prestigio que necesita y del cual depende el rescate moral y jurídico del país; prestigio exigido y vigilado por gran parte de los dominicanos, conscientes del fracaso colectivo que supondría una justicia incapaz de castigar con independencia.
Muchos asumimos la preocupación presentada por la magistrada Germán Brito al decir: “…tampoco podemos ignorar que el Ministerio Público está expuesto a innumerables presiones que pretenden desmeritar su labor con juicios de valor infundados y campañas mediáticas de descrédito que suelen ser una especie de defensa anticipada…” Pero también existen otros obstáculos -hasta ahora incontrolables- que desprestigian nuestra justicia y dan al traste con el trabajo del MP. El más vergonzoso y poderoso valladar es el de la genuflexa Presidencia de la Suprema Corte de justicia, al mando de jueces danilistas y leonelistas.
El pueblo llano, que no tiene por qué saber de procesos judiciales, observa, luego de dos años, cómo se esfuman expedientes de corrupción en los tribunales y sigue presidiendo el más alto tribunal de la república un fanático del peledeismo. Al mismo tiempo, tropiezan con criminales de cuello blanco liberados, tardanza en sometimientos, negociaciones tras bambalinas, devoluciones irrisorias de dinero que exoneran culpables, corruptos de antes y ahora ejerciendo en la administración pública; Punta Catalina cubriéndose de silencio y ministros -en ministerios harto señalados por gigantescas corrupciones- incapaces de someter a quienes sustituyeron. Acentúa la frustración saber que ningún presidente del pasado ha sido llamado a rendir cuentas.
No es de extrañar, entonces, ante esas inequívocas decepciones, escuchar a ciudadanos cuestionar la credibilidad del Ministerio Público y de la Justicia. Algo preocupante, pues si llegan a desmantelarse las esperanzas de justicia terminaremos convencidos de que nos es imposible salir del tercer mundo, destinados a seguir siendo “chivitos jarto e jobos”.
La impunidad y la corrupción fueron rodeándose de murallas y trampas tan vastas y complejas como las de Constantinopla. Al tanto de esa fortaleza, advertimos que violentar esas estructuras de impunidad ni seria rápido ni fácil. Imposible que lo fuera: dañaron demasiadas instituciones, se adueñaron de otras, y degradaron la moral colectiva. Daño diseñado presidente tras presidente a través de generaciones. Pensé que sería una tarea ardua y llena de obstáculos, un proyecto harto difícil. Aparte de los intensos por desprestigia la procuraduría y de enfrentarse a una suprema corte viciada, ahora encuentran un creciente escepticismo de la ciudadanía.
El “cambio”, dígase lo que se diga, ha valido la pena, pero recae sobre un domador de fieras – cuyo látigo ni las espanta ni llega a domarlas – conocedor del por qué y quienes lo eligieron. Maneja una caterva de politicastros tratando de hacerle creer que ellos y el partido lo llevaron al poder. Peor aún, sujetos a quienes no les importa el adecentamiento ni las esperanzas colectivas. Quieren que el líder olvide que sin justicia perderá los votos que lo hicieron presidente, y podrían reelegirlo. Dar botellas a la militancia y beneficiarse del poder es lo único trascendente para esos chanchulleros. No les interesa la justicia.
De seguir acentuándose la insatisfacción y la percepción de ineficacia jurídica, como advierte la honorable magistrada Miriam Germán, tendríamos que prepararnos para declarar infranqueables las murallas de la impunidad y firmar un tratado de rendición, por quién sabe cuántas generaciones.
No obstante, sigo apegado al optimismo y confiado en el férreo carácter ético de Mirian German y su equipo. Igualmente, esperó ver al presidente Abinader actuar con determinación para remover al presidente de la Suprema Corte de justicia con la urgencia permitida por la constitución y las leyes.
En estas últimas líneas, quiero recordar que las murallas de Constantinopla no impidieron el triunfo del imperio Otomano, puesto que no existen muros- sean de piedra, dinero, o de obscenas lealtades- que no puedan derribarse.