Me hago esa pregunta desde antes de la ley de cine, como también las siguientes: ¿A quién le importa ese cine nacional que no está encontrando público? ¿Por qué no se establece un canal de comunicación entre público y cineastas?
No cuestionemos los medios ni el producto, ni siquiera intentemos entender el fenómeno para encontrar posibles fórmulas de éxito ya que tampoco a Hollywood le ha sido posible establecer las coordenadas de éxito de taquilla y calidad al mismo tiempo.
Películas dominicanas como Perico Ripio y Andrea fueron responsables en su momento de cerca del 50% del público anual total en las salas de cine nacionales (aunque una gran parte de ese público no tiene ese hábito de “ir al cine”).
Vamos a abordar algo mucho más simple:
Creo que el principal escollo sigue siendo el de distribución y exhibición. El cine exhibido en formidables salas de cómodas butacas y aire refrigerado responde a un esquema propio de un estado de elitización del acceso al cine que impide su disfrute por parte de grandes segmentos de la población, principalmente pobre.
Todo y cada uno de esos filmes que nunca alcanzaron a la tercera o cuarta semana de exhibición, o que vieron disminuir paulatinamente esa cantidad de público espectacular en películas de rotundo éxito, pudo tener y aún podría disponer de un mejor resultado en cuestión de gusto en las clases económicamente bajas y con gustos menos extravagantes o pulidos.
Disponen de los elementos válidos y clásicos que hacen de una obra audiovisual ser aceptada por grandes masas de la población. Solo hay que mirar que pese a gustos exigentes que no gustan de telenovelas es precisamente el producto que mantiene los canales de TV debido a los grandes ratings. Y cualquiera de esas películas producidas por dominicanos dispone de los elementos para triunfar tal cual lo hacen esas telenovelas.
Un principio básico
El gobierno puso en manos privadas –con dinero del erario– el desafío de crear una industria cinematográfica. Y se supone que esa industria debió ser autosostenible. Hasta ahí todo bien, sin embargo se continúa ignorando un principio básico que rige cualquier mercado: la ley de la oferta y la demanda. De manera que cabe preguntar ¿cuál es la estrategia para estimular que la población busque esas películas y que estas estén disponibles? Y no es que se puedan comprar o alquilar, sino que puedan llegar al gran público con el amparo del Estado.
Alternativas
Es misión imposible querer torcer el gusto popular y la imposición de un producto cultural cuando hay ausencia de un proyecto estructural de formación de público para un cine nacional.
Yendo al fondo
República Dominicana empobrece año tras año, sus recursos no-renovables y renovables son usados para producir riquezas que solo benefician a un puñado de indigentes morales, y ni hablar de los bienes culturales a cuyo acceso solo es posible por obra y gracia del espíritu santo. Y es en un país bizarro que los cineastas queremos realizarnos y aportar.
Iniciativas aisladas es lo que compone una incipiente y quijotesca “industria del cine” que más bien parece salida de la imaginación de Julio Verne. ¿Pero hay una alternativa… Existe esa salida?
El camino
Pues sí, el camino es reivindicar el financiamiento de películas cónsonas con nuestra realidad en su narrativa y en la temática.
De lo contrario el cine nacional –como todo lo que es beneficioso en este país– continuará hacia el mismo triste puesto de hoy. Y si tomáramos en cuenta cada detalle de la historia de este país veríamos que somos más la esencia de una cronología autoritaria donde la historia cultural es asfixiada por sectores (clases) que monopolizan riquezas