Tu palabra en otra voz,
tu rezo fiel, continuo…
No te traerá mañanero el sol regresando
del oscuro sueño de la noche,
conversador, vivaracho, fecundo
inaugurando con sus dedos de luz
otra vez la vida,
ni la lluvia, ni el canto alegre de los pájaros,
ni el viento cuando reverencia a las palmas…
Amaste todo lo creado, todo lo viviente,
tus pilares: El Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, y la Virgen María,
apoyada en ellos te enfrentaste al mundo hostil luchando contra lo injusto, lo inútil, lo adverso,
buscando, indagando, obrando, batallando
hasta llegar a ti la respuesta,
se abría entonces de la roca dura una puerta,
la luz de la verdad surgiendo sin tropiezos…
El recuerdo más puro, tus padres,
fundamento, fulgor de principios,
relámpago, cimiento,
manantial intachable, fresco,
vivero de bálsamo las flores,
centelleo de aromas en la colina o en el cerro
y regresando por un agujerito breve
el campo,
su madrugada hermosa, centinelas de pinos,
arterias vivísimas sus ríos y cañadas,
de donde brotó cristalina tu Fe invencible,
movía montañas, mares, horizontes admirables.
¡Qué bien nos hacía oírte hablar de la Misericordia de Dios!
Su fuerza inacabable, sus rayos lo pueden todo…
Mientras orabas, emprendíamos contigo
un vuelo fecundo a otros montes,
resplandecía entonces
todo lo que es bello,
sólo lo bueno, todo lo santo sólo…
Tus hijos, un amor latente, hondo…
Perfumaba el aire tu oración,
El instante se hacía quieto…
Sembraste en nosotros el deseo de saber, de alcanzar más, de no cejar jamás ante
lo injusto y deshonroso,
un ser de luz, con ella te identificaste,
quizás porque
se acerca más a Dios,
presencia y no ausencia,
la Creación junto al árbol y la brisa,
la cigua y la montaña…
amar y perdonar siempre
buscar la paz, hacer el bien,
donde quieras que estés
prendida de nosotros sigues tú,
te vas primero como toda buena madre,
para prepararlo todo
esperándonos en el Cielo.
Radiante luz de estrella
¡que nos sigue a todas partes!
Tu vínculo de amor, firme, latente,
siempre con nosotros, ¡no se quiebra!