El Gobierno francés y el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos, en lugar de construir obras costosas que después quedan en el olvido, decidieron echar mano de instalaciones ya existentes, sitios que, además, enorgullecen a la capital francesa.
Por ejemplo, la Plaza de la Concordia, hoy famosa por su obelisco egipcio y por los ecos de la guillotina durante la Revolución, albergará las pruebas de deportes urbanos como skating y bicicross –lo que esto signifique– y los Campos de Marte, que anuncian el esplendor de la Torre Eiffel, tendrán combates de judo y lucha en sus jardines.
Es más, el Grand Palais, ese precioso monstruo de cristal y hierro, que hace más de un siglo fue el escenario de una exposición universal, ahora verá cómo los esgrimistas se baten por una medalla.
Por eso y para emular al Barón de Coubertin, padre de la olimpiada moderna, algunas de las pruebas acuáticas, como el triatlón que, para los ignorantes como el suscrito, consiste en correr, nadar y pedalear como un desquiciado, se celebrarán en el mítico río Sena.
Solo hay un pequeño detalle: está más sucio que la conciencia de un cura pedófilo y, pese a ello, don Emmanuel Macron ha prometido que él mismo se echará un chapuzón en esas aguas harto cristalinas. No dijo cuándo ni dónde, ni tampoco mencionó que las pruebas del World Triathlon de agosto pasado, que servirían de parámetro, se cancelaron por la excesiva presencia de un bichito, dizque nocivo para la salud.
Ahora bien, no faltó el periodista aguafiestas que recordara que, en los años 90, Jaques Chirac también prometió (sin cumplir) limpiar y bañarse en este río. En cambio, el presidente actual ha insistido en los trabajos de depuración y en la billetiza que al efecto se ha invertido. El mes pasado lo vimos surcando las verdosas aguas en una lancha rápida de los gendarmes. No sabemos si al menos metió la mano para sentirla, para olerla, para deleitarse, aunque igual no lo habrían dejado: Question de sécurité, Monsieur le président, le habría dicho algún guardaespaldas…
¿Es difícil imaginar al solemne y jovial presidente en traje de baño? No lo veamos con sus flotadores de París 2024 ni de chorcito azul, blanco y rojo, ni rodeado de tiburones-policías o de salvavidas salidos de las playas de Malibú, sino como el hombre que intenta acercarse –acuáticamente– a los ciudadanos.
Solo esperemos que el esfuerzo valga la pena, que la gente le aplauda y monsieur Macron despegue un poco su popularidad que está demasiado cerca del suelo. Para eso tendrá que sorprender a la fanaticada con un clavado de doble giro o con un nado espectacular de mariposa hasta la otra orilla, como si fuera Michael Phelps.
Como lo he dicho, Macron espera que una vez que haya nadado, los jueces no sean tan fijados si en el río aparece esa bacteria llamada Escherichia coli, que al parecer abunda en nuestros intestinos. Así como ahora hay París-plage, la Sena-piscina será una herencia para todos, insiste…
En fin, sabemos que los franceses adoran hacer las cosas de manera distinta. Si al emblemático Deux-chevaux de Citröen le pusieron la palanca de cambios arriba y no en el piso; el hecho de disfrutar la velocidad de los atletas en recintos clásicos, quizás nos ayude a olvidar que el Sena, aunque limpio, no necesita la gloria radiante del Caribe.