Pedernales, 306 kilómetros al sudoeste de la capital, está arrinconada por el SARS-CoV-2 que provoca la enfermedad por coronavirus COVID-19. En la burbuja estadística de los reportes de Salud Pública subyace una tragedia en proceso. Y falta voluntad política para detenerla.

El boletín epidemiológico 135, del 31 de julio de 2020, presenta cero decesos y 305 positivos en 464 muestras procesadas, para una positividad de 66 %, la más alta del país.

En el pueblo, sin embargo, cuentan al menos seis fallecimientos, ocurridos entre junio y julio, asociados al contagioso virus y a la carencia de ventiladores. Y denuncian que decenas de infectados circulan a la libre sin ser diagnosticados por PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa). Las pruebas son escasas y, cuando las hacen, hay que enviar las muestras a la capital y esperar los resultados, mínimo, una semana, tiempo suficiente para que los contagios se propaguen sin control.

La población estimada al 2010 para esta provincia de dos municipios y dos distritos municipales es de 58,411 personas (¿?) desparramadas en sus 2,080 kilómetros cuadrados.

SE VEÍA VENIR

Este mundo globalizado anda cuestas arriba con un virus que -según consenso- se incubó a finales de 2019 en la próspera ciudad china Wuhan, y sigue agresivo con nuevas oleadas en Estados Unidos, Alemania y otras capitales. Cierto.

La Organización Mundial de la Salud ha reunido, el 31 de julio, al comité de emergencia, y el director, Teedros Adhanom Ghebreyesus, pesimista, ha advertido: “La pandemia es una crisis de salud que ocurre una vez cada siglo, y sus efectos se sentirán en las próximas décadas”. Sobre la vacuna, mala noticia. Ha dicho que, aunque las farmacéuticas trabajan sin descanso, no será hasta inicios de 2021 en que se espera su primer uso. Hasta ahora, la enfermedad ha matado, al menos, 670 mil personas (1,170 en República Dominicana) y ha infectado a 17 millones. Ciertísimo. Seguro y real.

En Pedernales nadie anduvo por las nubes. Como terrícolas vulnerables sabían que en algún momento llegarían los coletazos del nuevo SARS, aunque la aspiración mayor fuese mantenerse libres del mal.

Lo que no sabían era sobre la sordera antológica de la dirección máxima del Ministerio de Salud Pública ante los reclamos de intervención urgente, creación de un verdadero cerco epidemiológico que contuviera un brote abrupto e inmanejable, y la dotación al nuevo hospital Elio Fiallo (2016) del equipamiento, los insumos y el personal necesarios para salvar vidas.

Desde la aceptación del primer caso de C-19 para República Dominicana, 1 de marzo, verificado en un turista italiano que había llegado a vacacionar en el hotel Viva Dominicus Bayahibe, en el este, y luego del reconocimiento formal de la transmisión comunitaria, se le había recordado a las autoridades que pueblos empobrecidos como Pedernales requerían atención especial temprana, antes de, para evitar que la epidemia llegara y causara estragos. No hubo reacción.

El nosocomio del pueblo se queda en el camino. No satisface las exigencias de su categoría de segundo nivel. Imperdonable, porque debería ser algo más (2.5, si existiera este parámetro), por la distancia del centro de referencia más cercano, en Barahona, 124 kilómetros por una carretera mala que culebrea sobre una topografía accidentada, y por la gran responsabilidad de atender pacientes vulnerables de toda la provincia y de poblados haitianos cercanos presas de la más cruel indigencia.

Carece de Unidad de Cuidados Intensivos y de un “carro de paro” con desfibrilador instalado y medicamentos esenciales clasificados como apoyo a un cardiólogo-intensivista, o alguien en su lugar, para salvar pacientes infartados o con ACV en curso. Sólo hay siete camas COVID (no 20), y sin ventiladores.

Debería ofrecer servicios de salud permanentes, 24/7, 365 días del año, en Pediatría, Ginecología-obstetricia, Cirugía General y Medicina Interna, con apoyo de Anestesiología y servicios complementarios de laboratorio e imagen. En la práctica, la historia es otra. El personal es insuficiente y faltan equipos, o están incompletos.

La realidad: un pediatra, un internista, un médico familiar y un sonografista de brazos cruzados porque el sonógrafo está incompleto. Un mamógrafo sin técnico que lo manipule; una máquina de rayos X, con técnicos para hacer las imágenes, pero sin radiólogos que las interpreten.

No hay cardiólogos ni intensivistas. Tampoco, ortopeda-traumatólogos, pese a la creciente ola de siniestros de tránsito (la simple fractura de un dedo ya implica referimiento a Barahona). No hay banco de sangre para una cirugía de emergencia.

Hay 15 médicos generales. Sólo10 brindan servicios. Tres, no, porque son mayores de 50 años; dos tienen cargos en el hospital (roles de epidemiólogo y auditor interno).

Los otros diez trabajan en guardia y rotaciones por área. De ese total, en el presente, una está en licencia por embarazo y tres médicos, en aislamiento domiciliario, positivos al virus.

No hay ambulancia para trasladar pacientes graves y críticos por C-19. Hay que pedir permiso a la muerte y solicitar una a Barahona, que tardará dos horas en llegar y dos en regresar, si no ha sido enviada a otra provincia de la frontera y no sufre contratiempos en la ruta. O, en su defecto, apelar a un medio de transporte informal que represente un pasaje de ida al cementerio.

El hospital urge de dos vehículos nuevos bien equipados, no desechos de la obsolescencia programada. Y deberían ser gerenciados por la dirección, sin cobro directo de 5 mil o 6 mil pesos a familiares de pacientes para comprar la gasolina, pagar dietas a chófer y enfermeras acompañantes.

UN CAOS BUSCADO

Pedernales no ha estado en la agenda del MSP. A leguas se ve. Su cerrazón delata el desprecio desde aquel día en que anunció el “primer caso” sin que ni siquiera sus representantes provinciales supieran de dónde salió. Y, aún hoy, ese falso-positivo sigue como el primero en la provincia, pese a la persistente demanda de aclaración.

Sencillamente, no ha querido enterarse de las denuncias y propuestas para actuar preventivamente. Esta columna, Urgente, no ha cesado en clamar. Se han sumado la Asociación de Pedernalenses Ausentes y otros dolientes.

El panorama sombrío de ahora es una construcción de la carencia de una cultura de prevención que alborota a grupos de ignorantes y los convierte en focos itinerantes de contagio. Sí.

Pero también producto de la intermitencia de las acciones represivas del estado de excepción, moduladas según la conveniencia de la coyuntura electoral; de la estéril estrategia de comunicación, que ha ahondado la incredulidad en el discurso oficial; y de la falta de voluntad para prevenir la arremetida del SARS en las provincias vulnerables distantes de las metrópolis.

Hoy, Pedernales urge una intervención real con soluciones concretas e inmediatas: en el hospital con nombramiento de personal de salud y dotación de equipos. En la población, realización de pruebas masivas de PCR y aplicación sin condescendencia de las disposiciones oficiales de uso de mascarilla, sano distanciamiento y cero juergas.

Al echarse las palomas, quizá el ministro Rafael Sánchez y su equipo no esperen por más muertos y giren una visita a esa comunidad, aunque sea de cortesía. Si no, que envíen una foto, con sus respectivos nasobucos, y la excusa por haberle discriminado en momento tan crucial. Tal vez eso les aligere la carga de culpa. El 16 agosto hay cambio de mando.