Según un reciente comunicado de prensa del Banco Mundial, junio-2022, la pobreza de aprendizajes se incrementó en un tercio en los países de ingreso bajo y mediano, estimando que el 70% de los niños de 10 años no comprenden un texto simple (The State of Global Learning Poverty: 2022 Update)
Dicho informe muestra que vivimos en un atascadero en cuanto al sistema educativo vigente en República Dominicana. El presente artículo aborda el tema desde la perspectiva del desconocimiento sobre cómo funciona el cerebro humano y lo inadecuado del énfasis en la lecto-escritura sin vinculación con los períodos críticos de aprendizaje y el perfil emocional del cerebro.
La práctica educativa tradicional se centra en el entrenamiento sistemático de la memoria; esa lógica no considera:(i) la particularidad de cada alumno, su procedencia cultural y sus preferencias, ni contempla (ii) el rol de la alimentación en el aprendizaje.
Y aunque existe un interés creciente por una educación multicultural y no discriminatoria, sigue prevaleciendo la visión de aula-escuela como un espacio cerrado de coexistencia tutor-alumno por un tiempo específico; desde ese prisma, el aprendizaje se construye haciendo uso de la inteligencia visoespacial para transferir información del tutor hacia el alumno.
En ese modelo, la escuela es un “establecimiento destinado a enseñar determinadas materias especializadas”; pero, el mecanismo de transferencia de información no considera: (i) el estado de maduración cerebral del alumno, (ii) la utilidad práctica de lo aprendido, (iii) la inteligencia del alumno ni (iv) cómo se vincula lo aprendido con la vida adulta del alumno.
Esa situación obliga a repensar el concepto aula-escuela vigente, dado que el mismo no promueve el pensamiento divergente ni la creatividad humana como objetivo central de la educación en el siglo XXI; esa falla estructural demanda una transformación más abarcadora de la educación, qué aprender y la función del aula en ese período de desarrollo físico y cognitivo de la niñez; eso implica abordar: (i) la vinculación de la enseñanza con el ambiente socio-cultural del alumno, (ii) la responsabilidad familiar en la educación, y el compromiso de proveer los nutrientes necesarios para un correcto funcionamiento y maduración del cerebro del niño, dado que se trata del órgano a través del cual aprendemos y, (iii) cómo vincular la educación inicial con los procesos educativos subsiguientes.
Lo anterior sugiere poner en práctica la teoría de las inteligencias múltiples como un modelo más consistente de educación infantil; además, los registros disponibles de nuestros antepasados de las cavernas evidencian que el arte rupestre antecedió a la lecto-escritura humana. Eso nos sirve como carta de ruta para abordar el aprendizaje inicial[1] basado en el juego y cualquier tipo de arte (música, pintura, baile, ajedrez), puesto que promueven la socialización a temprana edad y sus efectos favorables en el desarrollo de las redes neuronales. Eso sería consistente con el proceso de maduración cerebral de los alumnos y permite un mejor aprovechamiento de los períodos críticos de aprendizaje.
Por tanto, esa preeminencia evolutiva le confiere a cualquier forma de arte (incluyendo a las matemáticas) un valor privilegiado en la educación inicial; para lo cual, se precisa de una comprensión exhaustiva y precisa respecto a la naturaleza emocional del cerebro humano, así como la especificidad emocional del cerebro de cada alumno. Pero, además, facilita la educación en valores como objetivo central del aprendizaje inicial.
En tal sentido, un enfoque apropiado de la educación infantil, en consistencia con esa evidencia antropológica y los períodos críticos de aprendizaje propia del proceso de maduración del cerebro, luce como el camino más propicio para arribar a una concepción de escuela como centro de formación en valores y promoción de la creatividad humana, a partir del perfil emocional del cerebro de cada alumno; lo cual es el camino trazado por la teoría de las inteligencias múltiples del profesor Gardner (1983). En ese sentido, Gardner vislumbra dicha posibilidad al referirse a las “implicaciones que tiene la trayectoria evolutiva para la educación”, llegando a sugerir lo siguiente:
“Puesto que las inteligencias se manifiestan de distintas formas en los diferentes niveles evolutivos, tanto el estímulo como la evaluación deben tener lugar de manera oportuna y adecuada. Lo que supone un estímulo en la primera infancia, sería inadecuado en etapas posteriores, y viceversa. En el parvulario y los primeros cursos de primaria, la enseñanza debe tener muy en cuenta la cuestión de la oportunidad. Es durante esos años que los niños pueden descubrir algo acerca de sus propios intereses y habilidades peculiares”
Por tanto, la educación inicial debe centrarse en la aplicación de un sistema tutelar orientado hacia una correcta identificación de los “intereses peculiares de los niños” y aprovechar esa oportunidad para identificar las inteligencias dominantes o forma de aprender de cada alumno, con el objetivo de arribar a un modelo de aprendizaje promotor del pensamiento divergente orientado hacia la creatividad como expresión máxima de la naturaleza humana; el propio Gardner deja sus huellas en esa dirección al expresar que:
“De hecho, durante este período prácticamente todos los niños necesitan una cierta tutela. Encontrar la forma correcta de ejercer dicha tutela constituye uno de los problemas, puesto que la tutela en grupo puede resultar útil en ciertos casos y perjudicial en otros. Otro problema consiste en orquestar la conexión entre el conocimiento práctico y el conocimiento expresado por medio de los sistemas simbólicos y de los sistemas notacionales”
Esa acotación indica que la mente del niño está en un estado de maduración más adecuado para la comprensión de ciertos sistemas notacionales, sobre todo la simbología numérica y del arte; basta recordar que los símbolos numéricos no tienen variaciones y que, desde el vientre materno, los niños están en contacto con los sonidos. Por otro lado, la realidad ambiental se presenta en un formato matemático: cantidades, variedad de formas y diversidad de sonidos (pájaros que cantan y ríos que se desplazan con un ritmo musical); de manera que, la realidad ambiental que aparece en el campo visual del niño está impregnada de elementos cuya configuración semeja estructuras del espectro matemático y artístico-musical.
De hecho, “las apariciones de genialidad a temprana edad” suelen estar asociadas con las artes, incluyendo las matemáticas y el ajedrez; lo cual parece tener su explicación en que dichas actividades se adaptan a la estructura de reconocimiento cognitivo infantil, dado su origen común con la naturaleza que produjo a la especie humana. En consecuencia, las artes y matemáticas se posicionan de manera privilegiada en la educación emocional de la infancia; aprovechando así el carácter científico de la mente humana, pues saber y conocer el porqué de las cosas forma parte intrínseca de la naturaleza humana que, en la niñez, suele ser una actitud prevalente.
Además, un aprendizaje inicial utilizando la gamificación para recrear actividades artísticas está en consistencia con el estado de maduración de las estructuras neuro-anatómicas propias del cerebro y favorece el aprendizaje a temprana edad. Dosis de juegos (música, baile y pintura) y matemáticas, con paseos al campo para ver cómo funciona naturaleza, resulta un mecanismo eficiente para detectar habilidades naturales y preferencias de los niños sobre su forma de aprender.
[1] Para niños de 3-6 años.