El pasado miércoles 6 de septiembre, se cumplió el 160 aniversario de la gloriosa batalla del 6 de septiembre de 1863, en la cual, nueva vez, como lo hiciera 19 años antes en la cruenta contienda del 30 de marzo de 1844 contra la invasión haitiana, la ciudad hidalga de Santiago de los Treinta Caballeros se convirtió en teatro bélico en defensa de los fueros de nuestra patria mancillada, esta vez por la acción inconsulta de las tropas españolas.
Si ya el 17 de abril de 1863, había ofrecido en el altar votivo de la lucha restauradora la sangre generosa de una digna cohorte de hijos ilustres, la acción de armas del 6 de septiembre de 1863, fue la reafirmación definitiva de un pueblo dispuesto al más cruento de los sacrificios, pagando en la contienda desigual, el alto precio de ver arder en llamas el lar de sus amores.
Para dimensionar en su justa proporción la determinación heroica de quienes combatieron en la acción de armas de Santiago en aquellas horas aciagas, preciso es destacar que mientras los valientes restauradores, con más valor y arrojo que pertrechos, luchaban ferozmente por apoderarse de la Fortaleza San Luís y demás puntos estratégicos de la ciudad, tuvieron , a su vez, que enfrentar a las poderosas huestes españolas que procedentes de Puerto Plata, comandadas por el Coronel Marino Cappa junto al temido “ Cid Negro” el general Juan Suero, entre otros, arribaron a teatro de operaciones para unirse a los soldados y miembros de la reserva de las tropas ocupantes .
De las terribles incidencias de aquellos días, da cuenta un dramático relato escrito por un anónimo soldado español, que formó parte de las tropas procedentes del Puerto Plata, las cuales acudieron en auxilio de sus pares, en Santiago. El mismo fue publicado originalmente por el destacado historiador Don César Herrera, en 1961.
Hemos considerado oportuno, al cumplirse el 160 aniversario de la epopeya del 6 de septiembre, reproducir íntegro, para las actuales generaciones, el presente documento, cuya lectura permitirá apreciar mejor que cualquier texto de historia, cuán dura y desigual como valerosa y digna fue la lucha librada en Santiago y el cibao en pos de la causa restauradora.
La presente transcripción, como procede en estos casos, respeta íntegramente la escritura original del documento referido, tal como lo hizo en 1961 el historiador Herrera.
LIGERA DESCRIPCION DE LA COLUMNA ESPECIDICION A SANTIAGO DE LOS CABALLEROS Y RETIRADA A PUERTO PLATA
A la llegada del Batallón de Madrid a Puerto Plata encontramos allí dos Batallones de La Corona, uno de Cuba, una Sección de Ingenieros y cuatro piezas de Artillería de Montaña; esta fuerza ya había tenido un combate en las calles de la Población en la madrugada del 28, en el que hubo varios muertos y heridos de hambas partes, contándose entre los primeros el Gefe de la fuerza de nuestro Coronel de Ingenieros Arizón, que con una sección de su Cuerpo, había llegado de Cuba el mismo día que fue muerto; allí supimos que la mayor parte del país estaba en rebelión, que varios pequeños destacamentos del interior habían sido aprendidos o muertos y que otros habían podido salvarse ganando las fronteras de Haití, que el Brigadier Buceta estaba sitiado en un fuerte de Santiago de los Caballeros con 1200 hombres de todas armas prócsimamente y cuatro o cinco piezas de Artillería, de las que ya le habían tomado los enemigos en una salida y que toda esa fuerza se encontraba en el mayor aprieto, que 3 ó 400 hombres que se creían leales y habían sido armados y equipados en Puerto Plata, habían engrosado las filas rebeldes y que se esperaba nuestro desembarco para organizar una columna en dirección a Santiago, para salvar las tropas sitiadas.
Bajo estos auspicios y después de una sentida y enérgica alocución del jefe de la Columna, Coronel Mariano Cappa salimos el día 1 de Setiembre en dirección de Santiago un batallón de la Corona, uno de Cuba y el de Madrid, con dos piezas de Artillería, marchando Madrid a la vanguardia y una Compañía de Cazadores con la del Bon. De Cuba de descubierta; a las diez de la mañana aproximadamente se dio un descanso a la Columna en el que comió el primer rancho, y durante él, el General Suero, de las Reservas del País, hizo un reconocimiento o exploración por los bosques inmediatos en el que invirtió cerca de una hora, regresando después al sitio donde estábamos descansando y anunciado al Señor Coronel Cappa, que dentro de poco encontraríamos a los enemigos.
Efectivamente, después de emprender la marcha y como a las dos de la tarde, al llegar a un sitio llamado Hojas Anchas, el fuego empeñado por las Compañías que marchaban de vanguardia, nos avisó que allí estaban los enemigos, inmediatamente el Jefe de la Columna mandó formar los Batallones que lo hicieron a cuatro de fondo y por el flanco, pues en aquel sitio no permitía la estrechez del camino otra formación y en esta situación marchamos algo más hasta que una descarga que salió del bosque que teníamos a nuestra derecha, nos indicó el punto a que debíamos dirigir nuestros fuegos, que se rompieron enseguida y se generalizaron en toda la columna haciendo también algunos disparos la Artillería.
El fuego se sostuvo por algún tiempo y se mandó a mi compañía cargar a la Bayoneta, la que embistió inmediatamente pero apenas habíamos penetrado en el bosque algunos pasos se la mandó retirar y volver nuevamente a su formación, sin duda por haber conocido que ya era infructuosa o bien porque el fuego enemigo había cesado, o bien por los obstáculos que presentaba la espesura del bosque la hacían casi imposible, en esta pequeña acción tuvimos un Subteniente muerto y un Sargento y tres o cuatro soldados heridos.
Después emprendimos la marcha hasta los Llanos de Pérez a donde acampamos en una posesión del General Suero; en esta jornada quedaron algunos soldados rezagados y murieron dos de Madrid de calor y fatiga.
En la mañana del día siguiente emprendimos la marcha para Puerto Plata nuevamente; no se supo por entonces entre nosotros el motivo de esta determinación, pero se dijo después que un crecido número de facciosos que nos esperaban en varias posiciones del camino y cuyas fuerzas no podían ser contrarrestadas por las nuestras, hizo tomar esta medida.
Esta jornada se hizo sin la menor novedad, y después de un día de descanso en que se nos incorporó el Batallón Cazadores de Isabel 2ª llegado de la Hana el día 2 ó 3, emprendimos la marcha de nuebo el día 4 la fuerza siguiente. Dos Batallones de La Corona, el de Cazadores de Isabel 2da., que marchaba a la vanguardia, un Batallón de Cuba, las dos Compañías de preferencia de Madrid y dos piezas de Artillería de Montaña; las compañías del centro de Madrid, quedaron guarneciendo Puerto Plata.
La marcha hasta Santiago se hizo sin novedad en tres jornadas haciendo dos noches en el camino en las que después de tomar todas las avenidas y alturas inmediatas al Campamento se estableció en ellas el servicio correspondiente, éste camino es un continuo desfiladero flanqueado siempre por bosques y alturas y en él pagó el Batallón de Isabel 2a. el tributo que ya habíamos nosotros en las anteriores jornadas, dejó muchos rezagados y de éllos varios perecieron de cansados.
Según se dijo antes de llegar a Santiago el plan que se tenía convenido para entrar era el de dividir la fuerza en dos columnas que tomando distintos caminos algo antes de llegar a la población, viniesen a caer sobre ella al mismo tiempo con lo que es probable se hubiera cogido entre dos fuegos a los enemigos que necesariamente deberian defendiendo la entrada; pero según se dijo después también se había cambiado este plan porque habiendo descubierto la población envuelta en llamas y oyéndose tiros de cañón bastante seguidos se creyó que eran los últimos y desesperados esfuerzos de nuestras tropas sitiadas y no se pensó ya más que el salvarlas, habiéndose resuelto entonces que la Brigada de vanguardia marchase sin detenerse más que lo preciso para abrirse paso hasta llegar al fuerte ocupado por los nuestros y así debió ser por cuanto al llegar mi compañía a la entrada de Santiago defendida por los enemigos ya no estaba allí la primera brigada.
Los rebeldes estaban situados en tres Fuertes llamados, Dios, Patria y Libertad y que defendían perfectamente la entrada del Pueblo y que protegían su retirada con el Cementerio ocupado también por ellos, en el primero de los puestos, o sea el Dios, tenían un cañon que enfilaba perfectamente el camino y tanto en éste como en los dos restantes un crecido de hombres con fusiles y trabucos y otros varios dispersos en el espacio que mediaba entre los fuertes; varios disparos de cañón abrieron claros en nuestra Columna, sufriendo las mayores pérdidas el Batallón de Isabel 2a. que marchaba a la cabeza.
Un “Viva la Reina” que vino de la cabeza de la Columna reproduciéndose con rapidez por las mitades que la formaban, sirvió como de aviso a los que no veíamos lo que sucedía por delante que ya habíamos empezado a combatir; al llegar con mi Compañía al pié del Primer Fuerte seguí el movimiento que venía de la caveza desfilando por la derecha y haciendo hileras a la izquierda y cuando la mitad que me precedía me despejó el frente situándose como toda la demás fuerza que y allí estaba, resguardados detrás de las Mallas, para contestar a los fuegos del Fuerte Dios, me detuve con ella un momento buscando donde poderla abrigar del fuego enemigo, y entonces ví La Artillería que se había situado a la derecha del camino y dirigía disparos muy certeros al fuerte referido, habiéndome hecho también notar en el mismo instante el Subteniente de mi compañía Don Blas López el nutrido fuego que nos dirigían de los otros dos Fuertes.
En este instante mismo se oyó que debió ser del Coronel Cappa que decía: Adelante, Viva la Reina, y que repetida por mí a la Compañía sirvió de indicación para dirigirme con ella al “Fuerte Libertad”. Efectivamente, a la carrera y con las armas sobre el hombro, corrimos a él y los enemigos lo abandonaron así que estuvimos a 15 o 20 pasos de ellos, refugiándose en el Fuerte Patria y en un grupo de casitas situadas entre los Fuertes y el Cementerio; después que ya estuvo allí toda mi Compañía, envié al Subteniente Don Blas López a desalojar el expresado Fuerte Patria defendido por un corto número de hombres y el referido soldado lo efectuó con unos 20 soldados de la Compañía.
En este estado, dueño ya con mi Compañía de los Fuertes me adelanté con algunos soldados a desalojar los rebeldes que habían quedado en el grupo de Bohíos de que ya se ha hecho mención.
Todos los rebeldes que se habían desalojado de estas posiciones y los que también habían empezado a retirarse del Fuerte Dios, se habían retirado al Cementerio, manteniéndome yo sin avanzar más y en las posiciones que había ocupado desde donde dirigí los fuegos al Fuerte Dios y al Cementerio; momentos después de esto, ya estaba allí el 2º. Batallón de la Corona y la Compañía de Cazadores de un Batallón en la esplanada del Cementerio, que había sido desalojado y tomador ella; entonces el Teniente Coronel Velasco reunió toda esta fuerza y permanecimos bastante tiempo en las inmediaciones del Cementerio y Fuerte Dios, mientras se recojían los heridos y subía la artillería a nuestro Fuerte. Mi Compañía en estas operaciones tuvo dos muertos y nuebe heridos y la de Cazadores un muerto.
El aspecto de la población era orroroso, más de tres mil casas hechas cenizas y rescoldos, la parte baja de la población o sea la parte inmediata al Cementerio y Fuertes, llena de muertos y en todas partes tirados en el suelo y en desorden efectos de todas clases, ropas, piezas de ricos géneros, muebles, comestibles, bevidas y cuantos objetos pueden ecsistir en un pueblo rico.
Los enemigos se habían retirado ya a sus posiciones a espaldas de la población y dominando nuestro Fuerte, al que nosotros nos retiramos también cuando empezava a anochecer.
No sé el pormenor de lo que pasó en los demás Cuerpos de la Columna, pero me consta que todos se han vatido con bizarría y que todos también han tenido baja de consideración.
Durante nuestra permanencia en Santiago salimos dos días a forrajear, habiendo costado en la segunda salida 4 muerto y 16 heridos, y sufriendo todos los días alguno que otro disparo de cañón que nos dirigían los enemigos con muy buena puntería.
Las provisiones en el fuerte estaban tan escasas que la ración consistía sólo de una pequeña cantidad de arroz, una escasícima cantidad de manteca y un pedazo de pan que tendría tres o cuatro onzas.
Entonces cundió la voz entre la tropa de que tanto por la escasez de víveres cuanto por que nuestra permanencia allí carecía de objeto, después de salvada la guarnición, se trataba de volver a Puerto Plata, pero que se tocaba el inconveniente de que no teníamos medios para conducir 200 heridos y enfermos aproximadamente que teníamos en el Hospital y que por ésta circunstancia, se había entrado en negociaciones con el enemigo y se habían suspendido las hostilidades como lo estuvieron efectivamente el día 12.
El 13 por la mañana formó toda la tropa en la Plaza del Fuerte, se cargaron las acémilas y la Artillería de Montaña se clavaron e inutilizaron las piezas que había de plaza, se quemaron en grandes hogueras todos los objetos que habían dentro del Fuerte de alguna utilidad y no podían conducirse se distribuyó el poco arroz y manteca que quedaba y todas las municiones que podían cargar los soldados inutilizando las restantes, mojándolas y quemándolas.
En este estado, cuando esperábamos todos la voz de mando para el desfile nos mandaron otra vez volver a las Trincheras y mismos sitios que antes ocupábamos; nada sabíamos del motivo de esta última determinación, cuando el Coronel Cappa reuniendo y arengando las tropas, nos manifestó que habiendo los enemigos interpretado mi sentimiento de humanidad de nuestra parte al pedir gracia para nuestros enfermos y heridos, por un acto de cobardía y amilanamiento, había tenido la audacia de exigir de nosotros que depusiéramos y fuéramos a embarcar a Monte Cristi pero que esta ridícula pretensión había sido rechazada con indignación antes que marchar tan alevosamente el pabellón de nuestra Patria, concluyendo la arenga con entusiastas Vivas a la Reina y España.
No pasaría media hora, cuando se mandó de nuevo formar a la tropa y se mandó desfilar, habiéndose sabido entonces que nuestros Gefes habían convenido con los rebeldes en que no habíamos de hostilizarnos mutuamente en la salida y camino y que nuestros heridos que quedaban en Santiago serían respetados, cuidados y atendidos por ellos.
La Columna salió con bayoneta armada y tambor batiente por las calles de la que había sido población de Santiago, que estaba a la sazón ya llena de enemigos y que nos miraban desfilar impasiblemente como nosotros los mirábamos a ellos.
Siete ú ochocientas familias que se habían refugiado en el fuerte y que también emprendieron la marcha con nosotros, estaban diseminadas por el pueblo, para seguir sin duda a la retaguardia, confiadas en la seguridad que se les había ofrecido, pero el asesinato cometido por varios de aquellos forajidos a la altura de las últimas hileras de la columna en las personas de dos mujeres, muertas ferozmente a machetazos, a presencia del 1er. Médico Don Camilo Vásquez hizo comprender a las demás el peligro que corrían y se precipitaron entonces a tomar puesto más seguro entre las filas de nuestros soldados.
Con este motivo se mandó hacer alto a la Brigada de retaguardia para que pudieran colocarse a vanguardia de élla las familias emigradas y estubiesen más resguardadas.
Incorporados ya todos a la Columna, emprendió la marcha, siguiendo a su retaguardia una tumba inmensa de rebeldes, que con gran gritería pedían nuestras armas, teniendo algunos atrevimiento de adelantarse a preguntarnos dónde híbamos a dejarlas.
La columna siguió su marcha sin hacer caso de aquella gente que seguía por la orilla del Río que corre paralelo a la izquierda del Camino, hasta que ya más adelante y cuando era más espeso el bosque, que mediaba entre ellos y nosotros, empezaron a descargar sus armas sobre nuestra izquierda y retaguardia en la que también nos ostilizaban con una pieza de Artillería.
La Brigada de retaguardia la componían un Batallón provisional compuesto de fuerza de San Quintín, las dos Compañías de Madrid y la fuerza del Batallón de Cuba, tras de éste formaba el Batallón de Cazadores de Cuba y Madrid que cerraban la marcha.
Una hora después de nuestra salida la Compañía de Granaderos de Madrid recibió órdenes de ir a proteger a su hermana la de Cazadores, lo cual efectuó inmediatamente. Cinco minutos después de estar con mi Compañía en este nuevo puesto fui herido y la dejé al mando del Teniente más antiguo.
Desde éste instante nada presencié de lo que ocurrió en la retaguardia, pero he sabido después que el fuego continuó bien nutrido por los flancos y retaguardia hasta bien entrada la noche.
Una hora ó más después de anochecer y marchando yo en el centro de la Columna, se oyó un fuego muy nutrido y prolongado por la vanguardia. Estábamos en aquel momento en un bosque muy espeso cuyos árboles enviaban sus copas sobre nuestras cabezas en términos que era tal la oscuridad que a dos pasos de distancias no se distinguía ningún objeto.
Las Compañías que habían empeñado el fuego a la vanguardia lo sostuvieron bien y atacaron a la bayoneta según se comprendía por el toque de sus cornetas, pero no sé con qué motivo se detuvo allí la Columna y la cola del Regimiento de la Corona que formaba vanguardia, estuvo bastante tiempo detenida y con élla el resto de la fuerza.
Emprendida nuevamente la marcha por un camino escabrosísimo y oscuro, pasamos por un campamento enemigo que al parecer acababa de ser abandonado porque había aún ardiendo en él muchas hogueras.
Por aquella noche no fue molestada más la vanguardia, si bien no sucedió lo mismo con la retaguardia a la que molestaron por algún tiempo todavía las emboscadas, según he oído después a mis compañeros que venían en ella.
Tanto por la oscuridad y escabrosidad del camino, cuanto por algún otro motivo que no está a mi alcance, parte de la vanguardia se extravió en aquella noche y algunos grupos de ella se incorporaron al resto de la Columna una o dos horas después que estaba descansando toda ella.
Entre estos, recuerdo al Capitán de Cazadores Don Juan Corchado y dos Oficiales de la Compañía de Granaderos del Batallón que con unos 150 hombres aproximadamente de ambas compañías se incorporó entrando en el camino por el bosque que teníamos a nuestra izquierda.
El campamento estuvo aquella noche sobre el mismo camino en un lugar en que era bastante ancho estableciendo en los costado de él centinelas avanzados. Allí se descansó desde las once de la noche aproximadamente hasta el amanecer, en que emprendió la marcha nuevamente hasta Altamira, en cuya jornada fuimos perpetuamente hostilizados por emboscadas.
Há Altamira llegamos a las tres de la tarde y permanecimos en él hasta la madrugada del siguiente día que se inauguró con una gran emboscada que nos tenían preparada a la salida y una cortadura en el camino dispuesta de modo que estuvo detenida a la columna más de media hora para poderse abrir paso; en éste día fue disuelto el Batallón provisional y agregadas las dos Compañías de Madrid al Cuartel General y encargadas del flanqueo que vinieron practicando hasta Puerto Plata.
Aquí fueron las emboscadas más frecuentes y las cortaduras y trincheras del camino más continuas hasta que llegamos a los Llanos de Pérez en cuyo punto y en la misma Hacienda de Suero que habíamos pernoctado anteriormente se dió un descanso a la columna habiendo tenido al llegar que hacer varios disparos de Artillería y disponer que las dos Compañías de Madrid que marchaban a la banguardia del flanqueo, viniesen a la retaguardia a cargar sobre los enemigos que, desde los Bosques y con audacia, nos molestaba muy de cerca con cuya operación se creyó que permaneceríamos tranquilos algún tiempo, pero, defraudadas nuestras esperanzas muy pronto tubimos que salir algo de prisa por haber incendiado los rebeldes un gran cañaveral de la propiedad del General Suero que estava a barlovento de nuestra posición y cuyo fuego teníamos ya encima.
Emprendimos de nuebo la marcha, pero no bien habíamos andado quinientos pasos y al vadear el Río primero que encontramos, una gran emboscada nos molestó bastante con sus tiros y tubo que detenerse la columna, para abrirse paso por entre otro nuevo obstáculo que cruzaba el camino.
Algo más se anduvo en esta jornada bajo los fuegos enemigos en las mismas formas que había sucedido anteriormente, pero ya más adelante y como a una cuatro leguas cesaron y no se nos molestó más hasta la llegada a Puerto Plata que se efectuó al oscurecer el día 15.
De las familias que habían salido de Santiago puede asegurarse que más de una tercera parte había quedado en el camino, heridos, muertos ó cansados, y era desgarrador el aspecto de estas pobres jentes al orilas lamentarse del hijo, esposo ó padres, perdidos en la marcha; mujeres y niños heridos del fuego enemigo y otros desfallecidos del cansancio venían ausiliados por nuestros soldados apenas podían sostenerse a nuestra llegada a Puerto Plata.
No sé las pérdidas que tendrían nuestras fuerzas en esta marcha, pero los heridos que ívamos al concluirla éramos más de ciento”.