Marcado el siglo XIX por luchas étnicas, derechos civiles, esclavitud, colonización en una parte importante del planeta tierra, en América vivíamos momentos difíciles de la llamada esclavitud americana, al mismo tiempo que comenzaban luchas antiesclavistas como la librada entre los Estados del norte contra los estados del sur en los Estados Unidos de América, que trabajo como consecuencia el triunfo de los grupos antiesclavistas y la formación de procesos de reunificación territorial y de reconocimiento de derechos civiles negados por estos estados esclavistas; Louisiana, Mississippi, Alabama y otros que dieron como marco a su economía de plantación algodonera territorios donde imperaba la esclavitud y la segregación racial.
La respuestas a estas exclusiones raciales, discriminaciones, prejuicios y actos de xenofobias, produjo temor en muchas poblaciones afroamericanas generando un movimiento de retorno a África en toda América, sobre todo en el Caribe y parte del sur de los Estados Unidos presos de una intensa explotación esclavista, que dio paso a movimientos como el auspiciado por Marcus Garvey proveniente de Jamaica, que entendía impostergable el retorno al continente africano como una vía de libertad posible, y bajo esa filosofía recorrió puertos y playas de toda la región enarbolando sus ideas ye impulsado no solo el retorno al continente africano, sino la conciencia de pertenencia y el orgullo afro.
Estas ideas tuvieron como resultado el inicio de un gran movimiento que aspiraba vivir en libertad, pero fuera del continente americano. En el sur de los estados Unidos luego de la derrota de los federalistas, quedó el temor entre las poblaciones afrodescedencia del tiempo que podría pasar sin volver a su condición de esclavizados dado que el sentimiento de rechazo a la abolición era muy alto y el temor creció y la duda se hizo parte de los pobladores que entendían que solo libres podrían estar fuera de los Estados Unidos.
Este sentimiento de incertidumbre fue asumido por el gobernante haitiano del momento, Jean Pierre Boyer, convertido en el gran líder del pueblo haitiano y bajo su conducción militar y su liderazgo expande su influencia política en la región caribeña y otras zonas confluyentes, como el sur de los Estados Unidos y como parte de una estrategia de solidaridad que le haría ganar prestigio, propone una salia a los grupos afroamericanos del sur de los Estados Unidos al comprometerse traerlo a la isla de Santo Domingo, en ambos lados, en ese momento toda bajo dominio haitiano.
En condición negros libertos o libres, llegan a nuestro territorio y es cuando en 1824 ejecutada su acción el presidente haitiano en distintos puntos de la isla, quedando en el norte de Santo Domingo, una parte importe de ella entre Puerto Plata, Sánchez y Samaná. También existe hoy zonas de la República de Haití donde se asentaron estos pobladores. Igualmente en ese período se funda la República de Liberia, por territorios donados para terasladar allí a esos negros libertos que dudaban de los resultados de la guerra ganada por los estados antiesclavistas en lo que hoy se conoce como EUA.
Un gran legado en estilos de vida, culinaria, religión, lengua, y otras tradiciones del folklore se esconde o se hace visible en parte de nuestra diversidad cultural,a veces transitando el dilema de ser o no ser, de los encuentros y desencuentros de nuestras narrativas. Investigadores como Martha Ellen Davis, Dagoberto Tejada y Soraya Aracena, ente otros, han destacados estos aportes y su significación en la dominicanidad, reconociendo que estos enclaves, aun manteniendo sus tradiciones ancestrales, se asumen como dominicanos, sin perder su génesis étnica, y han desarrollado su vida, por más de dos siglos en nuestro país.
Todo lo anterior como parte del decenio dedicado a la afrodescendencia por los organismos internacionales en procura de evitar la exclusión, la discriminación y la invisibilización de estas poblaciones en todo el mundo, reconociendo a la vez sus aportes a la cultura universal.
De estos hechos se cumplirán dos siglos y por ello debemos celebrar el Bicentenario con alegría, pues esta población integrada al ethos nacional es parte de la diversidad y riqueza de las identidades dominicanas y forman un conglomerado étnico y social de sinigual valor en las zonas donde se han asentados configurado un conjunto de manifestaciones que enriquecen y fortalecen la afrodominicanidad desde su aportes, su ángulo, sus particularidades y su legado.
Samaná constituye hoy su principal bastión de asentamiento, pero es imposible describir sus aportes desde Puerto Plata, pasando por Sánchez hasta llegar a Samaná, como si fuera dejando huellas en sus expresiones culturales, sobre todo en su culinaria y su arquitectura.
Con festividades de todo tipo debemos celebrar su presencia, sus aportes a la dominicanidad, su decidida pertenencia a la sociedad dominicana de hoy si perder sus vínculos ancestrales y por supuesto constituyendo un enclave particular, propio y laborioso, que es parte de nuestra memoria histórica y de nuestras identidades.
Los estudios sobre su gran herencia ha sido motivo de interés de especialistas y, por mucho tiempo, su arquitectura victoriana pueblerina fue el símbolo de su identidad, previo a ser destruida (1975), para construir sobre sus cenizas, moles de cemento que la despersonalizaron, sin embargo, la memoria social pesa más que el cemento y por ello estamos obligados, no solo a recordar el pasado con alegría, sino a fortalecer el presente con sus aportes, fuerza de continuidad y voluntad de seguir siendo dominicanos-as.
Desde la lejanía de los ancestros que arremolinan en su inconsciente para ser parte de una diáspora que fue traída forzada, se quedó, contribuye a definir lo que somos y se niega a la desmemoria, por eso el Bicentenario en el 2024 es esencia y existencia de la sociedad que vivo se quedó y es parte de pasado del que se resiste a desconectarse, sabiéndose parte de nosotros. Enhorabuena.