El descontento por la corrupción deriva en Serbia en una revuelta civil permanente de estudiantes que emplean nuevas estrategias para hacer frente a un Gobierno calificado de autoritario y hoy apoyado tanto por EE. UU. como por Moscú. ¿Qué está pasando? Reportaje desde el terreno.
Durante gran parte de su vida, la estudiante universitaria Jelena Ostović se acostumbró a oír que en su país, Serbia, había escasez de todo, desde las libertades civiles hasta las oportunidades, y que la única esperanza de una vida mejor para los jóvenes era emigrar.
Luego, un hecho lo cambió todo. Empezaron las mayores protestas en el país —por duración y participación— desde la revuelta civil permanente que en la década de los noventa contribuyó al derrocamiento del hoy fallecido dictador Slobodan Milosević y, antes de eso, desde la rebelión estudiantil de 1968.
El derrumbe de un techo en la recién renovada estación de la ciudad de Novi Sad el pasado 1 de noviembre, que provocó la muerte de 15 personas, fue lo que prendió la mecha de la revuelta estudiantil.
Indignados por lo que consideran el resultado de una corrupción endémica y una partitocracia que ha destruido las instituciones en Serbia, miles de estudiantes, entre ellos Jelena, han tomado desde entonces pacíficamente las calles, y afirman que no pararán hasta que su país avance en la dirección de una democracia avanzada con instituciones saneadas. De esta manera, las manifestaciones, que se suceden a diario, ya han entrado en su cuarto mes consecutivo.
"Esta vez llegaremos hasta el final. Hemos tenido suficiente. Estamos agotados, nos han reducido a la pobreza, no tenemos libertad, y es lo único que hemos conocido desde que tenemos uso de razón", dice Jelena, de 22 años.
"Nuestro objetivo no es que se convoquen unas elecciones en las que se repetirían los fraudes. Lo que queremos es un cambio estructural. Es el sistema entero el que tiene que cambiar y los corruptos tienen que ir a la cárcel", coincide Miroslav, un estudiante de Radiología de 19 años.
En un país a menudo observado desde afuera por el prisma de su enfrentada doble identidad de aliado de Occidente y Rusia a la vez —algo que muchos en Serbia ven como excesivamente simplificador de la realidad del país—, los estudiantes han desbaratado incluso la geopolítica.
Por primera vez en años, nunca fue tan evidente: tanto Moscú como Estados Unidos se han mostrado irritados en sus declaraciones sobre el levantamiento, alineándose en contra de los estudiantes y su protesta.
La no presencia de la Unión Europea (UE), un club del cual Serbia es país candidato al acceso desde 2012, también ha sido llamativa.
A diferencia de lo ocurrido en Georgia —país también sacudido por una ola de protestas antigubernamentales, que han sido defendidas por oficiales europeos—, los más altos cargos de la UE han mantenido una posición tibia, sin pronunciarse claramente a favor de unos u otros. Situación que los observadores remiten a que, en un momento en el que hay dos grandes conflictos en curso (el de Ucrania y el de Gaza), lo que realmente interesa a Europa es que no haya ni un atisbo de inestabilidad en una región ya martirizada en los noventa por las fratricidas guerras originadas por la disolución de Yugoslavia.
Innovar en la resistencia no violenta
Aún así, las protestas han tenido una fuerza y repercusión inédita en Serbia, desorientando a la clase política.
Los estudiantes —muchos jovencísimos, de una generación ya crecida con la transformación digital— se han echado a la calle en más de 200 ciudades serbias, ha bloqueado las actividades en 84 facultades estatales (y una privada), han impedido la circulación en puentes y cruces durante días, y la semana pasada también provocaron una (aún irresuelta) crisis política, con la renuncia del primer ministro serbio, Milos Vucević.
Este estallido social ha sido acompañado por técnicas nuevas en Serbia de resistencia no violenta, que quizá fijen tendencia con vistas al futuro.
De hecho, para evitar repetir errores de anteriores levantamientos (el país arrastra un ciclo de protestas masivas contra el Gobierno desde 2017), los estudiantes se han distanciado de oenegés y de la dividida oposición serbia, toman sus decisiones en asambleas conjuntas (su símbolo son unas manos ensangrentadas) y evitan tener líderes visibles, para que estos acaben en la mira de las autoridades y sean desacreditados, como maquiavélicamente ha ocurrido en el pasado.
"Es un cambio importante en términos de cultura política e historia de Serbia, un país tradicionalmente inclinado hacia líderes fuertes y carismáticos. Además, y más importante en este momento, hace que los estudiantes sean menos vulnerables y más resilientes frente a la enorme maquinaria propagandística del régimen, que suele ser muy efectiva en dirigir ataques hacia individuos y, al desacreditarlos (generalmente con acusaciones falsas), desacreditar a movimientos e iniciativas enteras", cuenta la politóloga Tamara Branković, analista del centro de estudios CRTA de Belgrado.
"En segundo lugar, los estudiantes se han negado a negociar con el presidente Aleksandar Vučić, que se ha impuesto como el alfa y omega del Estado y la única figura relevante para todos los asuntos importantes. Durante muchos años, ocupando diversos cargos, Vučić ha debilitado las instituciones y la separación de poderes, acumulando cada vez más poder en sus propias manos", añade Branković. Por eso, "los estudiantes han dirigido todas sus demandas a las instituciones competentes, instándolas a empezar a funcionar de manera efectiva e independiente del poder político", argumenta.
La sociedad, con los jóvenes
Otra realidad también se ha abierto paso: los adultos han empezado a manifestar cada vez más su sostén a los jóvenes. Resultado de ello es que, hoy día, más del 60% de la población apoye las protestas, según una reciente encuesta de la propia CRTA.
Lo que incluye amplios sectores de la sociedad. No solo profesores, intelectuales, artistas o famosos (como la estrella del tenis Novak Djokovic), sino también taxistas, trabajadores del sector de los servicios y del sector rural, lo que ha puesto en relieve capas más profundas de la crisis, en la que han confluido fenómenos más globales, como el malestar por los estragos de la crisis climática y por la creciente brecha entre ricos y pobres.
Un ejemplo muy claro es el del campo serbio, que ha dado un respaldo activo a las protestas estudiantiles, llegando a enviar incluso tractores a las marchas para proteger a los estudiantes de posibles agresiones.
Queremos quedarnos en un país reconstruido y democrático, con instituciones que funcionen
"Nuestro sistema está roto. Pero ahora la gente ha despertado y nosotros nos hemos puesto del lado de los estudiantes, ya que ellos también siempre nos han apoyado", explica Svetozar Letić, un granjero de un pueblo cercano a Belgrado. "Ahora mismo son tres años continuados que tenemos problemas con el cambio climático, que ha provocado un récord de sequías e inundaciones devastadoras, y los subsidios que nos dan son una miseria", continúa.
Jelena, la estudiante entrevistada al comienzo de este reportaje, también recuerda otro argumento muy repetido entre los jóvenes: "Si estamos en la calle es también porque ya no queremos emigrar, como han hecho antes tantos. Queremos quedarnos en un país reconstruido y democrático, con instituciones que funcionen", explica.
Estado de derecho
La protesta no ha sido espantada ni por las violencias. En concreto, desde el inicio de las marchas en noviembre, se produjeron decenas (20, según algunas fuentes; 30, según otras) de atropellos intencionados de coches que han embestido a personas que se encontraban en las marchas, y ha habido al menos otros 12 casos de agresiones graves, entre ellos un ataque con bates de béisbol en plena noche en Novi Sad.
Como resultado de ello, los agredidos han sufrido incluso fracturas craneales, dislocaciones de mandíbulas y lesiones en la columna vertebral, que han requerido intervenciones médicas urgentes o cirugías. Ataques, que según los estudiantes, remiten al autoritario Gobierno serbio, que ya en el pasado ha sido acusado de infiltrar alborotadores en protestas.
Ana Toskić Cvetinović, directora ejecutiva de Partners Serbia, una entidad enfocada en la defensa del Estado de Derecho en el país, explica que no existen pruebas suficientes que permitan afirmar que así sea, pero sí que estas violencias son fruto "de la tensión y clima de miedo infundido por el régimen y el partido de Vučić".
Toskić Cvetinović resalta el caso de los grandes medios de comunicación serbios, en los que, dice, se han difundido "mensajes de odio contra los estudiantes, sus familias y los profesores. Incluso el propio presidente ha señalado a algunos en sus apariciones públicas".
"Los objetivos de estos ataques han sido múltiples, desde asustar a los manifestantes hasta transformar una protesta pacífica en una violenta. Pero ninguna de estas estrategias de momento han funcionado. Por el contrario, cada ataque solo ha logrado que más personas salgan a la calle", añade la analista.
Parálisis
Los mensajes del presidente Vučić —algunos más amenazantes, otros más conciliadores—, así como su decisión de viajar por todo el país para defender sus razones, tampoco han logrado —al menos, de momento— detener a los jóvenes. Al revés, la protesta sigue extendiéndose y cosechando nuevas adhesiones.
En los pasados días incluso se unió el Colegio de Abogados de Serbia al anunciar su decisión de suspender casi toda su actividad durante un mes, lo que supone la práctica parálisis del sistema judicial serbio hasta el 4 de marzo.
Y más aún. El 6 de febrero, una comisión de expertos independientes determinó que una de las causas más probables del derrumbe del techo de la estación de Novi Sad habría sido precisamente la corrupción. "Las autoridades políticas, ejecutivas y legislativas no solo no contribuyen a que se determine la responsabilidad, sino que incluso obstaculizan el proceso", añadió a la televisión regional N1 Tanasije Marinkovic, profesor de la Facultad de Derecho de Belgrado y presidente de la comisión.
Algunos antiguos opositores de Milosević también volvieron a la calle. “Aunque estos jóvenes tienen mucha más fuerza de la que teníamos nosotros en ese entonces, además de la tecnología. En cuestión de segundos, se organizan y se reorganizan porque pueden comunicarse rápidamente", explicaba Aleksandar Velimirović, él mismo un antiguo opositor de Milosević y hoy un defensor de los estudiantes.