Cualquier Estado, sin importar lugar y categoría en el mundo, le confiere vidas concretas a los hombres y mujeres y, sobre esa premisa, su existencia se vuelve vigorosa pues constituye un modelo particular.
Desde la antigua Grecia se considera que la vida del ser humano sin libertad es una amenaza a su dignidad y a su identidad, porque ambas hacen posible que viva en sosiego y descubra que tiene un lugar asignado en la historia.
Cuando la democracia se ve amenazada por intereses particulares, el origen de la naturaleza de los Estados sucumbe y el esfuerzo de devolverlos a su estado natural requiere de mucha voluntad política. Los Estados son el edificio donde conviven las leyes, los propósitos, los ideales, los sueños y esperanzas de aquellos que deciden vivir un mundo mejor.
Sin la democracia, el hombre no tendría, por supuesto, conciencia de su capacidad de entender su intimidad concreta. La democracia, pues, nos aproxima al prójimo y determina al mismo tiempo la forma en que debemos ser felices. Y eso, solo lo facilita un Estado que entiende que todo ser es algo creado para la historia y la cultura, valores tangibles que explican la forma del ser humano de asegurar su destino por abstracto que este sea.
El país transita caminos inciertos, y todo parece indicar que viviremos en lo adelante períodos estancos. En este caso, las columnas que sostienen la democracia están a punto de colapsar como consecuencia de la partidocracia retrógrada y sin principios y de una gran parte del sector empresarial y comercial que solo busca acumular riquezas sin importar los medios y fines para conseguirlas.
La actuación pública se ha desmoronado como una granada fragmentada cuyas secuelas han erosionado la tranquilidad que requiere cada sujeto como derecho fundamental de su existencia y que debe ofrecer todo Estado libre y democrático, tomando en cuenta su papel de incorporar el sujeto a la dinámica de la dignidad, la libertad social y económica. Eso que llamamos “ser colectivo no existe, porque el mismo pertenece a unos cuantos desalmados de la política y la oligarquía”.
La partidocracia dominicana es, ni más ni menos, un adefesio en términos de realizaciones en favor de la mayoría. Ya hemos indicado que la experiencia histórica en cuanto a conceptos y métodos sigue arrastrando las lacras de un caudillismo anacrónico y de una corrupción que no se detiene por más esfuerzos que realizan sectores de la vida nacional y la propia justicia.
Así se muestra nuestra idiosincrasia por más progreso económico, político y tecnológico, por más avance que hemos conseguido a lo largo de nuestra historia republicana. La interrogante que surge inmediatamente es cuándo los dominicanos daremos un salto cuantitativo para superar estos males. En este punto resulta muy claro que, con esta partidocracia y con un segmento del empresariado afanado solo por el poder y el dinero, no llegaremos lejos.
La perplejidad del momento no refleja otra cosa. Vivimos asustados y pesimistas porque no vemos en el horizonte respuestas convincentes que nos permitan superar un sinnúmero de conflictos que permiten cometer las peores fechorías. En la presente situación solo se piensa en quién será el próximo presidente de la República, mientras el Gobierno trata por todos los medios de que el futuro del país no transite por el camino del desorden.
Mientras tanto, esa partidocracia, en combinación con un amplio sector del empresariado, se mantiene pasiva y se niega a colaborar con el Estado para atenuar esta tarea por demás compleja y difícil. La delincuencia está ganando la batalla al poder y a la sociedad. Estos sectores fácticos apuestan a la discontinuidad de un poder estable y soberano, y en ese particular revelan todo tipo de mala voluntad política. Por el momento, su agenda es apostar por el infortunio del Gobierno que preside Luis Abinader Corona, pensando que este fenómeno les dará ganancia de causa. Esta conducta anormal es producto de su insensatez. Este y otros métodos están delineados sobre la base de rasgos personalizados.
Vemos, pues, que el funcionamiento de la democracia y las ideologías en nuestro país se ha convertido en letra muerta y en un circo romano y, por más esfuerzo que realiza el presidente Luis Abinader Corona para sacar el país de la crisis, hay grupos fácticos que apuestan al fracaso con tal de volver al poder para abrir el grifo de la corrupción.
En este y otros casos, la nación dominicana se ve amenazada por ciertas tensiones provocadas en cadena en Haití, las cuales, el presidente Luis Abinader Corona catalogó ante la Organización de Estados Americanos (OEA) “como una guerra civil de baja intensidad”.
Y reiteró:
“Quiero repetirlo para que se grabe en la memoria de esta solemne sesión en el Salón de las Américas: la crisis que desborda la frontera de Haití es una amenaza para la seguridad nacional de República Dominicana”.
Dijo, además, el presidente Abinader Corona:
“Este lado de la isla se enfrenta a la posibilidad real de que bandas criminales que operan del otro lado intenten transgredir la integridad territorial y traten de alterar el orden y la seguridad ciudadana”.
Por otra parte, si queremos que el enriquecimiento económico del país alcance niveles más altos y vivamos sin incertidumbre, amenazas y provocaciones de los que tienen la responsabilidad de mantener la paz y el progreso, entonces debemos fortalecer la conducta social de los grupos humanos y entender que el país atraviesa por un mal momento. Todos debemos buscar el modo de institucionalizarlo y no crear una atmósfera psicológica que nos lleve al relativismo y al pesimismo.