La paz es una hermosa aspiración de personas y pueblos.
Como reza la vieja oración: “Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.
En los últimos decenios del siglo veinte, reducidas las tensiones entre las grandes potencias que protagonizaron la Guerra Fría, se generaron expectativas de una paz duradera en el mundo.
Poco tardó en desvanecerse ese sueño. Las guerras resurgieron, incluso entre etnias y facciones de un mismo país, dividiendo estados y sembrando sangre y dolor.
Las grandes potencias prosiguieron azuzando guerra en otros países para obtener ganancias con la venta de armas o para hacerse con los recursos naturales de amplios territorios en las diversas zonas del mundo.
Empezado el siglo veintiuno, de nuevo surgió la esperanza por la paz.
La especie humana ha aprendido poco sobre sí misma.
Pero la realidad es que pasados los primeros dos decenios de la presente centuria, camino al tercero, las guerras no han cesado y nuevas guerras estallan.
Si reflexionamos con serenidad, acaso llegaríamos a la triste conclusión de que la especie humana ha aprendido poco sobre sí misma.
El año 2023 concluye sin solución a la vista para decenas de guerras en Europa, África, Medio Oriente y Asia, además de conflictos armados en algunos países de las Américas.
Despedimos este año y damos la bienvenida a 2024 con renovadas esperanzas por la paz, particularmente en las guerras de Rusia contra Ucrania, y de Israel contra Gaza.
Basta de muerte, que no se derrame más sangre, que cesen los odios.