El inicio del año escolar debe permitirnos reflexionar más allá de lo tradicional sobre la educación que necesita el país, y así responder a las urgencias y desarrollo social, económico, tecnológico y urbanístico de la sociedad dominicana.

El país tiene ya 11 años de haber recibido el impulso económico del 4% del Producto Interno Bruto para la educación.

La educación ha recibido inversiones significativas en infraestructura, en consolidación del salario del magisterio y de la burocracia estatal. El dinero del 4% ha permitido consolidar los contenidos educativos, especialmente a través de textos que se han concebido para impulsar la calidad del producto educativo.

Se han incorporado temas transversales importantes para mejorar la educación cívica de los estudiantes, como limpieza, cuidado del medio ambiente, respeto sobre manejo responsable, salud, educación sexual integral, alimentación, y el esfuerzo para mejorar la calidad del magisterio es una de las tareas que más tiempo ha consumido.

Pero el sistema educativo sigue siendo deficitario, los resultados de la formación de maestros no son positivos y no se reflejan en el estudiantado. Los resultados de las pruebas PISA, por ejemplo, sigue siendo una preocupación y seguimos entre los últimos países con datos negativos en formación de los estudiantes en el sexto grado de la educación primaria.

El ministerio de Educación hace esfuerzos, concibe programas, para mejorar el entorno de las escuelas en los barrios, y evitar la violencia social, la drogadicción, el bandolerismo y la deserción en los planteles públicos.

La alimentación escolar es un soporte importante para las familias, pero no es suficiente. Cada escuela pública, ha dicho el INABIE, tendrá alimentación escolar.

Sin  embargo, seguimos nadando en medio de las grandes dificultades. El sistema educativo es precario en resultados, sigue entregando estudiantes con baja formación, con escasa responsabilidad, con poco seguimiento de sus maestros y de los padres y tutores.

Se hacen esfuerzos para integrar a las comunidades a las escuelas, y brindar seguridad, deportes, ausencia de violencia y de drogas, y de sexo inseguro e irresponsable. Las jóvenes pierden oportunidades, se embarazan, los jóvenes consumen drogas y cometen actos de delincuencia. Los estudiantes meritorios son pocos, en comparación con la cantidad de alumnos del sistema educativo público. De los 2.6 millones de estudiantes que inician este año escolar el 78 % pertenece a escuelas públicas.

Se ha dicho y repetido que los resultados de un cambio en la educación necesita de mucho más tiempo del transcurrido desde que iniciamos los planes de reformas de educación.

Ahora hay institutos de formación técnica en cada provincia, y hay opciones para continuidad educativa en los lugares donde han concluido los programas de alfabetización.

El Estado ha puesto empeño en mejorar la cobertura, la oferta y la sostenibilidad del sistema educativo. Hay cambios en los programas de estudios, y acudir a la escuela hoy día es una garantía de apoyo a la familia del estudiante y una posibilidad de asegurar el futuro de los mismos, con vías de formación que aseguran empleos y ascenso económico y social.

Pero hay fallos que siguen siendo irresolutos. El compromiso de los maestros con la formación de los estudiantes. Es una gran responsabilidad que tienen, y están obligados a hacer un cambio pedagógico. Hay muchos maestros que deben irse a su casa a descansar, y que lleguen nuevos maestros, con información pedagógica moderna, con conocimiento de tecnología, con disponibilidad para la virtualidad.

Todo esto, sin embargo, requiere que el Ministerio de Educación auspicie el cambio, promueva la renovación de la formación de maestros en universidades públicas, privadas y del exterior. Que la calidad de la enseñanza comience con los maestros. Y que haya un ministerio con disposición y valentía para hacer cambios sustanciales que entreguen mejores resultados, al margen de la cuestión política y partidaria.