Este jueves 24 de febrero han sonado los tambores de guerra en Ucrania. Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa decidió finalmente intervenir militarmente en el vecino país, para evitar una ampliación de la Alianza del Atlántico Norte que pudiera poner en peligro la tranquilidad de su frontera y de su territorio.
No valieron los llamados a la paz, los diálogos y reuniones bilaterales, las reuniones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, las amenazas de Estados Unidos y la Unión Europea.
Putin es portador de un delirio de grandeza de la Federación Rusa, que pretende llevar hasta la cúspide como potencia, para que el mundo sepa que la fuente del poderío militar de hoy es precisamente el zarismo que se expandió por gran parte de Europa y Oceanía, y el socialismo que convirtió a la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), a partir de la revolución de octubre de 1917, en una de las patas que equilibraba política y militarmente en mundo, capitalismo y socialismo.
Vladimir Putin, criado entre los espías y agentes de inteligencia en la época del declive socialista, es hoy el líder de una nación con delirio de grandeza, que le ha encargado la responsabilidad de conseguir el reconocimiento que perdieron con Mijael Gorbachov y que se diluyó con Boris Yeltsin.
Muchos de los símbolos del zarismo se han restablecido en la Federación Rusa, lo mismo que algunos símbolos del viejo sistema estalinista, que cargaba al Estado el bienestar y sostenimiento de las familias y que buscaba el paraíso convertido en utopía a través del marxismo leninismo.
Ucrania obtuvo su independencia como consecuencia del desplome del socialismo. Como muchos otros países decidió emprender un camino en solitario, y hasta el momento alcanzó logros significativos, incluyendo un desarrollo de fuerzas productivas y tecnológicas propias. Su comercio con la República Dominicana, pese a la distancia, es de altísima proporción, pese al desconocimiento colectivo.
Ucrania quiso dar un paso de avance, como anteriormente lo habían hecho Finlandia, Estonia, Lituania, de asociarse con la OTAN, y de paso obtener protección militar frente al peligro potencial que representa una extensa frontera con Rusia, y más si tenía elementos guerrilleros que desarrollaban ataques contra el Estado buscando una alianza con Rusia. Esa guerra llevaba varios años y los mientras pasaban de los 14 mil.
Rusia rechazó la integración de Ucrania a la OTAN, y advirtió que no aceptaría el riesgo que ese potencial acuerdo representaba para la integridad de su país. Encontró apoyo en su ejercito, en las fuerzas políticas internas de Rusia, y en algunos países de la comunidad internacional.
Concluidos los juegos olímpicos de invierno, desarrollados en China, la acción militar comenzó a caminar, y primero se adhirió dos territorios ya controlados por los soldados prorrusos de Ucrania, y este jueves comenzó la ofensiva sobre Kiev, la capital de Ucrania, y otras cuatro ciudades importantes.
El gobierno croata ha llamado a la calma a la población civil de su país. Soldados croatas entraron en acción, pero el poderío militar ruso es excesivo frente a un pequeño país. Cientos de muertos se cuentan en las ciudades atacadas. Edificios destruidos, zonas urbanas destrozadas, y los objetivos militares croatas fueron atacados por la aviación rusa.
Peor no podía ser. Los tambores de guerra suenan y los rusos tienen las ventajas que previamente Putin analizó y colocó en el tablero, como parte de su mapa de operaciones.
Estados Unidos ni Europa van a entrar en el escenario de la guerra que se ha iniciado. Diplomáticamente hicieron presión, y amenazaron con sanciones que ya están poniendo en marcha. Operación militar, diferente de la rusa, no hay en el escenario. Los ucranianos tendrán que resistir con métodos heroicos o con resistencia guerrillera.
Las sanciones no van a detener a Rusia ni a Putin. Las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad han quedado en ridículo. Sus sesiones de debate no sirven para nada. Los discursos y amenazas tampoco sirven. Rusia tiene intereses y dice actuar en su propia defensa. Es la misma actitud que en el pasado tomaron otros países para invadir territorios autónomos, como ocurrió en en República Dominicana en 1965, Granada en 1983, y en Panamá en 1989. El alegato fue siempre la seguridad propia de los Estados Unidos y de los ciudadanos americanos.
La tragedia es que esta evasión alarma a todo el mundo, y genera temor por la posibilidad de una guerra más amplia. Ocurre también cuando aún se mantiene la pandemia de Covid y hay cientos de millones de personas esperando vacunas, y cuando una escalada alcista universal afecta a las economías de todos los países, con procesos inflacionarios que tienen secuelas terribles en la recuperación mundial.
Con este nuevo precedente los rusos ponen en agenda la carrera armamentista de muchos países, y plantan la bandera de que son una potencia a ser atendida con seriedad. Tienen alianzas con China y con India, y despliegan relaciones políticas en América Latina, incluyendo a Brasil, México, Argentina, Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia.
La guerra jamás se justifica. Esta guerra pudo evitarse. El diálogo es el primer y más efectivo recurso para dirimir las diferencias entre países. Putin quería demostrar que es un fortachón, y que contra él no se puede amagar y no dar.
Ucrania paga las consecuencias de este espectáculo, y de paso todo el mundo se perjudica por el efecto destructivo e inflacionario de esta irracional guerra de poder entre Rusia, Europa y Estados Unidos.