La violencia individual está exacerbada. Cualquier discusión, cualquier diferencia, de la naturaleza más inocua, se convierte en el detonante de una pérdida de la cordura y desemboca en un asesinato, un homicidio o en un intento violento para cerrar las diferencias.
Son muchos los casos que hemos sufrido como sociedad en los últimos tiempos. Algunos de los desenfrenos tienen tintes políticos, como el asesinato de Aquino Mateo Febrillet, ex rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
Sin embargo, en los últimos meses el detonante más preocupante y de mayor indignación ha sido el asesinato a sangre fría del ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Orlando Jorge Mera, en su propio despacho, desarmado, sin poder actuar para protegerse, porque el agresor era considerado un “hermano”, un hombre de confianza y de su entorno.
El agresor no actuó de forma suicida, porque protegió su particular integridad, tuvo un plan de fuga, organizó su huida del país y hasta planificó su economía, porque dispuso de un dinero que se encontraba en una de las instituciones financieras. Fue una agresión criminal fuera de cualquier lógica, un desenfreno más parecido a una pérdida de la razón que a un crimen frío. Sin embargo, se trató de un crimen planificado y atroz.
La presencia del vicealmirante retirado Félix Alburquerque Comprés, ex director de la DNCD, en un crimen atroz contra el comunicador Manuel Taveras Duncan, es otro hecho sorprendente y que debe mover a reflexión, y tal vez, a algún tipo de estudio psiquiátrico o psicológico sobre la conducta intolerante o criminal en estos tiempos.
No importa que su pasado, en 1993, cuando era apenas un marino de bajo rango, Alburquerque haya cometido un crimen en un bar. Como militar ascendió y alcanzó posiciones relevantes, y se entiende que por las informaciones y roces que tuvo con entidades y personalidades de poder, pudo adquirir un control mayor de su temperamento para manejar situaciones delicadas sin perder los estribos. Además de que dirigió a cientos de hombres armados, persiguió narcotraficantes y se convirtió en alguien de referencia y de mando.
Este crimen destruye su historia militar, acaba con su trayectoria, rompe de forma terrible a toda su familia, y la condena que le espera podría ser la máxima, porque hay evidencias de un tiro de gracia contra la víctima, y posteriormente destruyó el arma homicida, la desapareció, tratando de disminuir pruebas en su contra. Se dice que lanzó el arma homicida al mar,
Y la tragedia que enluta a la familia de Manuel Taveras Duncan es aún más terrible: Tres menores de edad quedan huérfanos, y queda interrumpida una vida joven. Todo por una percepción equivocada, por una discusión irracional. A menos que se descubra alguna otra causa desconocida.
Otro acontecimiento inusitado, además de terrible, es el cuádruple crimen cometido por el cabo de la DIGESET Esteban Javier Cora, quien el sábado en la noche asesinó a su ex compañera, a la madre de ésta, a su hermana, y a un ciudadano que abordaba un autobús en Los Coquitos, de Los Alcarrizos, además de herir de gravedad a un hijo suyo de apenas 4 años. Se ha dicho que el cabo policial estaba depresivo y que actuó sin que se conocieran antecedentes de violencia.
Todos estos sucesos generan mucho miedo. El ministerio de Salud Pública, por vía de su departamento de Salud Mental, debía realizar algún estudio sobre lo que está ocurriendo en el país respecto de la violencia, los cambios de humor y la actitud agresiva de las personas, después de la pandemia de COVID. Determinar si hay algún elemento físico o síquico que haya disparado la pérdida de la cordura, y si estos descontroles en la actitud violenta de ciertos ciudadanos está relacionada con el Covid. En Estados Unidos los crímenes de odio se han disparado también, alcanzado una cifra inusitada en ese país, por encima de las 3 mil muertes este año.
Hace falta que los investigadores apunten en una dirección diferente, en este momento, ante fenómenos como los horrendos crímenes de los que estamos siendo testigos, ejecutados sin otra razón que no sea la actitud criminal, que debía ser ajena a los seres humanos racionales.