El negocio del transporte público se ha convertido en un gran problema. Debía ser el servicio de transporte público, pero los intereses grupales, sindicales, empresariales han permitido configurar un negocio que a todas luces es deficiente, caótico, violento y representa una muy clara amenaza para quien intente darle forma civilizada.

Recordemos que Hamlet Hermann, primer designado para dirigir la Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET), escribió las memorias de su paso por ese organismo regulador y no encontró un mejor título para su libro que PARA VENCER EL CAOS.

Esa es la realidad del transporte público, que más que servicio es un negocio, y por supuesto está al servicio de los empresarios que lo dirigen y no de los usuarios que lo necesitan y utilizan.

En este grupo no estamos incluyendo el multimillonario Metro de Santo Domingo, que ha representado inversiones por miles de millones de pesos para el Estado Dominicano, y que no ha logrado satisfacer la demanda de espacio en los autobuses, en los trenes, y tampoco en los automóviles.

Katheryn Luna , reportera de Acento, realizó una investigación en la que muestra la realidad del negocio del transporte. Se trata de 11 federaciones que diariamente en el Gran Santo Domingo se disputan pasajeros que invierten entre 50 y 77 millones de pesos para trasladarse. Un negocio que al año representa alrededor de 18,250 millones de pesos. Y continuamente hay violencia entre los miembros de las federaciones, agresiones contra los pasajeros, reducción de la calidad del servicio, porque los usuarios carecen de derechos, amén de que ninguna de las federaciones colabora con las autoridades respetando las normas de tránsito, los semáforos, a los propios agentes que exponen sus vidas para tratar de aportan un poco de agilidad en los niveles de traslación en una ciudad caotizada.

El país ha invertido cientos de miles de millones de pesos para sacar del transporte público a los carritos de concho. Se han regalado autobuses, se han financiado flotas, se han sustituido vehículos destartalados, sacados de las vías para evitar la contaminación y el daño a los usuarios. Nada de ello ha servido. Tampoco ha servido el Metro. Tampoco ha funcionado la inversión municipal. Moverse en la ciudad es un verdadero desastre. El consumo de combustible es abusivo. La avenida Máximo Gómez, la que sería más importada por el Metro de Santo Domingo, apenas agregó unos segundos a sus niveles de traslación por kilómetro. El caos sigue sin solución. Ya no hay horas picos. Casi todas las horas resultan imposibles.

El Plan de Movilidad Urbana Sostenible del Gran Santo Domingo ha sumado autobuses y corredores que se han ido creando en esta administración. Es un nuevo intento por organizar e institucionalizar el transporte como servicio. Resulta dudoso que los empresarios que han recibido las autorizaciones para operar esos nuevos corredores no hayan concursado y se hayan comprometido con normas más que necesarias, como que se respete la dignidad del pasajero, que se respeten las normas de tránsito, que los autobuses se mantengan limpios y sean una opción, por ejemplo, para quienes tienen automóviles privados y deseen utilizar transporte público y puedan hacerlo, porque las rutas son seguras en el cumplimiento de los horarios y en el confort y la seguridad individual.

Exhortamos a las autoridades a poner atención a los detalles que recoge el reportaje de nuestra compañera Katheryn Luna. Allí hay muchos elementos para que quienes deciden las políticas de transporte contribuyan al desahogo de una ciudad colapsada diariamente. En estos días la presión es menor en las horas matutina y del mediodía, porque las escuelas y colegios están cerrados. Otra indicación de que las autoridades deben comenzar a administrar con el sistema educativo las horas diferenciadas de entrada y salida en esos establecimientos. Hamlet Herman inició esas discusiones, con la radical oposición de los centros educativos, que carecen de conciencia sobre el daño que causan los entaponamientos como consecuencia de lo difícil que resulta a las familias entregar, todas, al mismo tiempo, sus hijos en las escuelas.