El español es la lengua común que nos une y que nos sirve de instrumento comunicativo para entendernos y prosperar. Es la herencia de la dominación española.
Al mismo tiempo es la fuerza del idioma la que conectó a todas las comunidades aborígenes de América, y dio píe a la creación de la patria grande. Uno de los intelectuales que teorizó sobre este tema, con mayor claridad, fue nuestro Pedro Henríquez Ureña.
No podemos olvida que el español es el cuarto idioma más hablado del mundo, con aproximadamente 580 millones de hablantes. De ellos, 483 millones de personas son nativos, lo que representa que más del 7.6% de la población mundial es hablante nativo del idioma español. Este idioma también lo estudian 22 millones de personas en 110 países.
Se ha divulgado ampliamente, desde hace varios años, que el idioma español cuenta con casi 300,000 palabras. Miguel de Cervantes, en su novela Don Quijote de la Mancha, utilizó 22,939 palabras diferentes. Una conversación de dos profesionales pensionados se utilizan más de 3,200 palabras (según el escritor colombiano Gustavo Alvarez Gardeazábal), mientras que en un reguetón se utilizan en promedio, unas 30 palabras
El mismo autor ha expresado, algo que resulta evidente cuando se conocen los diálogos entre los jóvenes de las generaciones actuales, que en estos grupos se utilizan aproximadamente 300 palabras para comunicarse, de las cuales 78 son groserías y 37 están representadas por los llamados emoticones. Esto es apenas un dato para conocer lo que pudiera estar ocurriendo con la educación inicial, primaria, intermedia y universitaria. También es un reflejo de lo que ocurre con los medios de comunicación, que si no lo sumen abiertamente, hay que admitir que por adherencia o por misión tienen la responsabilidad de ampliar el horizonte cultural de los lectores, receptores de sus mensajes, lo mismo que los demás emisores de mensajes, sean artistas, sacerdotes, locutores, comentaristas, articulistas, contadores de cuentos o comediantes.
El idioma español, como los demás idiomas del mundo, no es estático y evoluciona con los tiempos, con la cultura, con las necesidades productivas, sociales, culturales. Tanto es así que los especialistas se reúnen y analizan el comportamiento del idioma, la salud del idioma en cada época y realizan recomendaciones para que la comunicación mejore, sea más precisa, más propia, y se facilite el entendimiento entre los pueblos.
En este modernísima etapa de la cuarta revolución industrial, cuando los sistemas de comunicación han impulsado más el uso de la lengua, cuando se abrieron las redes sociales para que el pueblo se comunique mejor, estamos observando con estupefacción el deterioro de la lengua, en el habla popular con mayor desparpajo e intensidad.
Los liderazgos en el uso del idioma, que recae en los modelos sociales e intelectuales, comunicadores, políticos, predicadores, artistas, congresistas, muestran un descenso denigrante de la comunicación. Y no se trata de que un reguetón sólo se escriba con 30 palabras. Ya fuimos testigos de una "canción", muy popular, que se escribió y se ejecutó con apenas 4 palabras. Y fue un éxito: “Un limón, medio limón”. La cuestión es las palabras que se prefieren para escribir los textos que contienen las canciones de los más populares artistas del momento, especialmente las del género femenino.
Y los politicos no son los únicos ni los principales responsables. La responsabilidad corresponde a los liderazgos comunicacionales, a los artistas, a los intelectuales. Aislarse y dejar el idioma en manos de protagonistas que no lo aman ni lo valoran, que no lo entienden ni lo aprecian, no es la opción. La batalla hay que darla en la calle, en las plazas, en las organizaciones, en las escuelas y universidades. Hay que apostar por la corrección en el uso del lenguaje, por la lectura, por la profundización en los contenidos. Y hay que partir desde la base de la sociedad. Insistir con las escuelas, con la educación inicial e intermedia, con las universidades. No es posible que las universidades gradúen profesionales analfabetos, que desconozcan las leyes del idioma y la corrección al hablar. Es una gran tarea que involucra al conjunto de la sociedad, porque el déficit en el uso de la lengua, como diría José Mármol Peña, equivale al déficit del pensamiento.