Rusia y su presidente, Vladimir Putin, están desarrollando ante los ojos del mundo una masacre contra Ucrania, una nación que formó parte de la antigua Unión de República Socialista Soviética y que desde hace varios años desea ser parte de la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y de la Unión Europea.
El ejercito ruso, inicialmente hizo un despliegue de 190 mil militares para atacar por todos los flancos el territorio ucraniano. Lo que el mundo ha visto es una masacre, un genocidio, que comenzó por la destrucción de las instalaciones militares, de inteligencia, y la infraestructura oficial, pero que ha seguido afectando pueblos, universidades, escuelas, hospitales, y que poco a poco va borrando el esfuerzo de cientos de años de los ucranianos en la construcción de sus ciudades.
Ahora Rusia comenzó a destruir las instalaciones nucleares ucranianas. Previamente el gobierno de Putin amenazó con una alerta nuclear, en caso de que sus objetivos no pudieran ser cumplidos como fueron planeados. La resistencia de los ucranianos ha sido más poderosa y valiente que como fue pensado por los burócratas que rodean a Vladimir Putin.
Mientras tanto, Estados Unidos y Unión Europea, seguido por las Naciones Unidas y las cortes de derechos humanos, investigan, documentan y comprueban los crímenes de guerra de los rusos, y ponen en marcha sanciones financieras, económicas y realizan cercos diplomáticos y políticos que no mueven a Putin ni a sus generales.
Es una tragedia universal la que ha desatado Putin, y aunque afecta militarmente a Ucrania y a su infraestructura gubernamental y a su población civil, se ha expandido por el mundo a través de la crisis de los mercados, la potenciación de la inflación, los aumentos extraordinarios en los precios internacionales del petróleo, y en una desazón que nos conmueve a todos: ¿De qué sirven los acuerdos, los protocolos de paz, las organizaciones como la ONU y la propia Unión Europea, cuando un país civilizado es destruido por un vecino como está ocurriendo con Ucrania?
Para Estados Unidos y Europa es sacrificarle el pueblo ucraniano, en tanto los rusos no toquen las fronteras de ninguno de los países vecinos que sí son miembros de la OTAN. ¿Ese formalismo, de ser miembro oficial de la OTAN para ser defendido ante una agresión es moralmente sostenible?
Los ucranianos, que a través de su gobierno decidieron aliarse a Europa y a la OTAN están pidiendo apoyo, solicitando que no los dejen solos. Y mientras batallan contra los invasores, mientras les destruyen sus casas y escuelas y hospitales, los rusos siguen envalentonados, haciendo de rudos contra un país nacido en 1992 y que desea la paz, como siempre ha quedado claro, y como ha quedado evidenciado con su asistencia a Bielorrusia a conversaciones de paz con los rusos, precisamente cuando su gente muere acribillada por los soldados enviados por Putin.
El ejemplo que estamos viendo tiene que inquietar a todo el mundo. Las intervenciones militares de las potencias contra países más débiles, debían ser asuntos del pasado, de la época de las cañoneras, como resultado de la guerra fría y los conflictos étnicos y raciales, como los que vimos en Bosnia y Herzegovina, y que se mantuvo durante tres años, entre 1992 y 1995.
La pregunta sin respuesta sigue siendo la que casi todo el mundo se hace ¿Cómo detener la agresión de Rusia contra Ucrania, sin desatar una tercera guerra mundial o una crisis de dimensiones nucleares?