La responsabilidad es política. El discurso de odio encontró terreno fértil en los Estados Unidos, especialmente contra los afroamericanos, hispanos y otras minorías. Los supremacistas blancos, además de ser materia prima para los procesos electorales, son los más propensos a creer las teorías conspirativas y convertirse en proyectiles contra menores de edad en las escuelas, contra adultos mayores, mujeres, o minorías en supermercados y otros centros de reunión de personas.

Steve Keer, un deportista del baloncesto, lo expresó con mucha indignación pero con profundidad: La responsabilidad para detener los crímenes de odio es de los políticos, y en particular de senadores que están en Washington que se niegan a legislar estableciendo controles para las ventas de armas de guerra: “¿Cuándo vamos a hacer algo. Estoy cansado. Estoy cansado de subir aquí y ofrecer condolencias a las familias devastadas que están allá afuera. Ya es suficiente”, dijo.

En los Estados Unidos, entre el 2014 y el 2022, un total de 3,607 personas han sido asesinadas por desquiciados mentales, enfermos del odio racial, que han disparado indiscriminadamente como si de esa forma, inmolándose ellos, salvaran a su país del proceso involutivo que ellos han creado y asumido como real.

Y lo más terrible de este dato es que cada año las tragedias se repiten, y los legisladores norteamericanos, especialmente los del Partido Republicano, se mantienen impertérritos sin hacer nada, en defensa de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), la poderosa organización que reivindica el negocio de la tenencia libre de armas de guerra en manos de los ciudadanos norteamericanos.

La tendencia ha sido de crecimiento. En 2014 murieron por disparos de odio racial 272 personas. Y subieron en 2015 a 336 personas que perdieron sus vidas por estar en la escuela o acudir a un supermercado. La característica de los criminales es que son muy jóvenes, y que aparentemente no tienen problemas psicológicos o patológicos, y carecen de antecedentes penales.

El número de víctimas subió en 2016 a 382 personas, con un leve descenso en 2017 a 348, y 2018 a 336. A partir de ese año, cuando las tensiones políticas crecieron, la situación cambió de forma radical. Medios de comunicación de la derecha de los Estados Unidos incrementaron su discurso racista, y las voces más tenebrosas y subieron de valor.

En 2019 murieron por tiroteos de odio 417 personas. Y en el 2020, el año del Covid-19, el número de víctimas por tiroteos en centros educativos y comerciales subió a 611, casi duplicándose. También fue el año de las elecciones en los Estados Unidos, y enero el mes del intento del asalto al capitolio de Washington, incentivado por Trump y ejecutado por supremacistas blancos. En 2021, ya en el gobierno de Joa Biden, los crímenes de odio subieron a 693, y en lo que va del 2022 el número de víctimas es ya de 212.

Estos crímenes son exclusivamente norteamericanos. Con apenas días de diferencia han ocurrido tres atentados en este mes de mayo. En Buffalo, Texas y Los Angeles. Y el viernes de esta semana se iniciará la Asamblea Anual de la Asociación Nacional de Rifles de los Estados Unidos, en Houston, que tendrá como oradores invitados nada más y nada menos que al gobernador de Texas, lugar donde acaba de ocurrir la tragedia última, señor Greg Abbott, y al senador Ted Cruz. Y para que no haya ninguna duda: el discurso principal lo tendrá el aspirante presidencial Donald Trump.

Y si se trata de personas muertas con armas de fuego en otras circunstancias, no solo por odio racista, entonces solo en 2021 el número de víctimas mortales sobrepasó los 20 mil, de acuerdo con organizaciones especializadas que dan seguimiento al problema de las armas de fuego y la violencia en EE.UU.

Tanto odio, tanta violencia en un país debe llamar a reflexión. Es para pensarlo.