Bajo el lema “Dignidad para todos en la práctica: los compromisos que asumimos juntos por la justicia social, la paz y el planeta” nos embarcamos de nuevo en la conmemoración del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Se me hace un lema extraordinario porque siento que nos obliga a voltear la mirada hacia los intangibles. Nos compele a cuestionar las mediciones y a buscar más allá de la necesidad de mostrar lo medible, lo que avanza “un gobierno” e iniciar de una vez por todas el camino hacia la recuperación de la dignidad.
La pobreza es un fenómeno social que parece imposible de resolver. Es probablemente la mayor muestra del fracaso del funcionamiento de la(s) sociedad (es). Y uno de los elementos centrales, desde mi perspectiva, que han contribuido con el debilitamiento del trabajo contra la pobreza (y la desigualdad) ha sido la despolitización conceptual y el reduccionismo estadístico.
Siguiendo a Juan Pablo Pérez Sáinz: “se ha despolitizado la cuestión social en la región, y se ha impuesto una concepción no relacional de las carencias sociales y un enfoque centrado en la “pobreza” según el cual los “pobres” y los “no pobres” se definen a partir de estándares establecidos por expertos. De esta manera se ha licuado toda referencia al poder y al conflicto”.
Esa despolitización conceptual, con enormes cuerpos académicos que han producido miles y miles de textos, ha construido un pensamiento único sobre pobreza. Ese pensamiento único cifra la pobreza como un “estado” y no como un fenómeno que se “produce”, cumpliendo su “función”, como escribió Gans, que no parece ser interés de eliminar porque es conveniente a las clases que ostentan el poder económico y político.
La gravedad de las consecuencias que están asociadas a la pobreza, parece desaparecer cuando ciframos el dato porcentual escudado bajo la línea. No es posible detrás de ese manto descifrar la enorme cantidad de trastornos cotidianos que ocurren sobre una gran cantidad de personas que son, en gran medida, quienes hacen posible el progreso de nuestra economía, que está basada en muchos sectores, en empleo precario y sin mecanismos de protección social.
En ese sentido, me animo hoy a compartir 10 aspectos intangibles que he observado en el camino que inicié hace casi 20 años con el afán de recorrer los recovecos del tratamiento que se le da a la pobreza. Intentando descubrir esos micro-sufrimientos que se viven de manera constante, que marcan, que definen, que violentan poco a poco, día a día y que tendrían que gritarnos un ruidoso ¡basta ya! de mantener encendida esta máquina productora de pobreza.
1-Existe un hábitat degradado dentro del cual conviven “pobres” y “no pobres” monetarios
El conteo individual resulta al menos abrumador en esos espacios en donde la lucha por lo que debería estar dado les acompaña desde el primer abrir de ojos. La gotera del techo, la luz por la hendija del zinc, el ruido previo de la noche, los ocasionales tiroteos de la policía, los callejones rotos, los escalones interminables.
El agua escasa, el sanitario sin conexión, el azote diario de las plagas, el hedor de las cucarachas, el temor del hijo que tal vez no vuelva, el estigma de los agentes del orden, la caminata para ir a la universidad, el paisaje de la “instalación” eléctrica.
La lluvia que sin llegar inunda.
Suelen ser espacios construidos en “bordes” que aun estando cerca de “los centros” resultan invisibles. No importa si es Samaná, Nagua, Elías Piña, San Juan, Jimaní, Pedernales, Azua o Santiago. O si es Santo Domingo Norte, Este, Distrito, los espacios de hábitat en donde se confinan a “los pobres” se encuentran en situación de riesgo.
Se encuentran en un hábitat degradado que, independientemente de la construcción del ingreso familiar, viven en una situación de aislamiento que les hace estar fuera de la sociedad estando dentro.
2-Hay una continua exposición al desalojo
El hábitat del pobre no es del pobre. Es un suelo que siempre está al acecho. Cuya seguridad está amarrada a la suerte del vivo del gobierno de turno. Un despojo enorme de poder que les mantiene a la vista para ser “elegidos”.
No son dueños ni siquiera de la tierra que se posa bajo sus pies. No hay PIB per cápita que les salve de la disparidad de poder que es su norte, su sur, su este o oeste. El suelo solo les cobija mientras no sea alimento apetecido por el funcionario de turno o el cabildero que ayudó al partido a llegar al poder o al congresista “enamorado” de un proyecto. Porque ese proyecto, aunque es encima de ellos, es sin ellos.
3-Hay una “intimidad” colectiva que construye otra forma de ver lo “público” y lo “privado”
“¿Dónde empieza mi casa y dónde termina la calle? ¿Dónde prendo la lavadora, dónde tiendo? ¿En qué galería me puedo sentar a descansar? ¿En dónde me olvido de la laceración del hombro que me ha causado la venta de suapers durante 20 años? ¿Acaso no vez que no pude “quedarme en casa” y que la policía me agredió en pandemia por violar al toque de queda?.”
El sentido del espacio público cobra un significado de una intimidad extendida y que obliga a ejercer acciones y labores que en otro contexto ocurren dentro del perímetro de la vivienda. Pero que las características de las viviendas de los pobres no alcanzan para realizar todas esas necesidades que están asociadas al ser y al estar. Desde lavar, conversar, un cumpleaños, tender la ropa, reír, llorar.
4-Empleo precario cuyas condiciones no se logran recoger en las encuestas
Empujar un triciclo cada día, en una cuesta, en una bajada. A los 30 pero también a los 60. Vender el café desde las 5 de la mañana. Corear los cojines, cargar el cemento, torear tu basura, vivir de tus desechos. Cantarle a las piezas textiles, soldar, cortar, empatar, pedalear. Todo el día, contando las horas.
Sin el carnet del seguro, sin el futuro de la pensión. Con el cansancio en silencio, con la expulsión del deseo. Sin saber qué hacer. Sin despliegue teleológico, más que la condena.
5-La ingesta diaria está comprometida
Los recursos no aseguran una alimentación completa ni mucho menos con los requerimientos nutricionales. La escasez empuja la compra de alimentos de esos que “llenan” aunque se sepa que a la larga estimulan enfermedades. Harina, azúcar, frituras: todo lo que ayude a engañar al cuerpo para resistir el día en el trabajo o en la escuela o en el coro.
No se asegura ni siquiera con los supuestos programas que prometen que se alcance una alimentación integral.
6-Existe un cansancio histórico fruto de la desatención que han sufrido por décadas
La función de la esperanza es como una montaña rusa. A veces intensa, en alta. Con una fuerza inquebrantable después de una oración renovada o de una nueva promesa que esta vez sí parece sentida o de un anuncio de la llegada de alguna obra, aunque no sea la necesaria.
Pero que baja, con toda la fuerza potencial acumulada en la subida. Baja como mar furioso y se lleva lo que estaba e incluso lo que podría llegar. Deja sin restos al sueño y hunde en la realidad de que el polvo sigue en la calle. De que el empleo no vendrá. De que el agua es cada vez más escasa. De que ni siquiera hay medicina en el hospital. De que la escuela no alcanza para todos los niños. De que otra vez hay que sortear.
Gana el cansancio, vence la derrota. Al menos un día y otro y otro. A esperar que de nuevo a la montaña rusa le toque subir. Y así, al menos, poder soñar. La esperanza del dominicano es fuerte, eso lo saben los dueños de banca y las predicadoras de apocalipsis.
7-La población aislada como “pobre” no tiene poder de negociación dentro de nuestras formas “democráticas
La democracia, para los pobres, es una farsa. Con unos vínculos “políticos” reducidos al espacio clientelar y coyuntural, en un juego de oferta y demanda en donde, incluso al final, la culpa del mal gobierno “elegido”, la tienen los pobres.
La participación política en nuestro contexto está mediada por la posibilidad de los capitales, generalmente escasos entre los pobres. El poder de influir en un marco legal, de alcanzar que el congreso se manifiesta a favor de ellos y ellas, mover la voluntad del poder ejecutivo, es tarea imposible para quienes siendo mayoría, tienen que molerse en el mortero de aquellos, pocos, pero con capacidad de movilizar las voluntades de quienes detentan el poder político.
No hay más que las sobras del presupuesto participativo para “los barrios”. Una que otra cañada tapada. Uno que otro centro comunitario empañetado. Una que otra cancha pintada. Restos de la riqueza que generan. Boronas del crecimiento del PIB que hacen posible a costa de su trabajo precario.
No hay política de salud, de educación, de deporte, de vivienda. No hay agua, no hay clase de música, no hay ballet, no hay teatro. No hay alimentación, no hay respiro. No, no hay dignidad.
8-Los estigmas que marcan
Siempre me gusta conversar con los niños y las niñas. Conocer sobre cómo se miran, en cómo se miran en sus espacios. Cómo comprenden el entorno. Y las puñaladas que una recibe como respuestas son angustiosas.
Una niña de Santiago Oeste me decía que quería (yo digo necesitaba) que su casa fuera de blocks. ¿Por qué? Le pregunté: “porque la gente después dice que nosotros somos pobres si la hacemos de tabla”, así de madera “se ve fea”. “Algunas personas me hacen bullying, me dicen que yo soy una asquerosa, que vivo en una porquería de casa”. “Yo me siento mal, porque me están diciendo cosas feas”.
Las formas de socialización en esos hábitats degradados de manera sistemática, durante toda la vida, condicionan cómo “el pobre” se integra en la sociedad. Se trata, pues, de una democracia trunca. El pobre no es con la ciudad que le rechaza. Esa misma que le exige luego se comporte bajo la norma de la posición dominante. Esa ciudad que se ríe de esa niña, la condiciona, la rechaza desde que existe y luego le pide que sienta orgullo.
9-El futuro es como “la suerte”
De seguro que todos y todas hemos escuchado y hasta repetido: “son pobres porque juegan” ¿Tú no ves cuántas bancas? Pienso que sí se superponen los mapas de pobreza con los mapas de las “bancas” habría una suerte de encaje casi perfecto. Y claro que tiene que ser así. ¿Cómo creen si no?
El futuro en la pobreza no existe bajo las condiciones de nuestros planes estratégicos llenos de indicadores y de metas exorbitantes. El futuro es el medio día. La próxima lluvia. Los seis meses de temporada ciclónica. El futuro es el pasaje para llegar a la clínica de “la capital”.
Cuando la esperanza está en picada, la banca es la próxima parada. Imaginarse que va a amanecer distinto, con la posibilidad de elegir las tres comidas y no solo una. No, que no es poesía, que es realidad: dura y cotidiana. La vida es eso que ocurre luego de tu calle asfaltada. Es esa extensión que se va con la mujer que cuida de tu casa. Con ese hombre que amanece vigilando tu edificio de apartamento. El verdulero al que le compras un aguacate.
La vida es eso que ocurre cuando el obrero termina de poner el empañete. Cuando el capataz se retrasa en el pago y compromete la alimentación de toda una familia.
No, la vida no es el plan del quinquenio. El futuro no es el futuro. No existe.
10-A medida que las comunidades se alejan de los centros, desaparecen los servicios y las posibilidades
Mientras más lejos están los poblados de los “centros capitales”, más se resiente la vida.
Viven sin servicios médicos adecuados. Pensar en el ocio es un sueño. Las ofertas alimenticias son limitadas. Los servicios de transporte inexistentes. Son lugares tan remotos que parecen estar desconectados de los poderes públicos existentes, de las instituciones, de las oficinas de servicios, de los hospitales especializados.
Hay una escasez o inexistencia de capital cultural y una nula participación en la vida nacional. Ser un solo pueblo parece una quimera: la vida se agrieta cuando se aleja de las grandes ciudades, pero si está dentro de ellas, te expulsa hacia los márgenes y sigues estando fuera. Cuando se acerca a la frontera y se aleja de la “blanquitud”.
La pobreza es mucho más que la vulnerabilidad económica. Va más allá de la negación de los derechos fundamentales como la salud, la educación, la vivienda, la alimentación.
Implica tantas veces esa suerte de negación institucional que cierra prácticamente todas las puertas del ser. Es un arrinconamiento del estar, que somete a la sobrevivencia como si se le quisiera robar el yo.
Es una especie de condena al desarraigo, a esa profunda e inexplicable tristeza que siempre sonríe, pero que está repleta de incertidumbres cotidianas.
Es un robo masivo de sueños, de posibilidades, de capacidad de creación.
Es esa obligación maldita de agotar las fuerzas en la sobrevivencia, de evadir los dolores en el bullicio, de querer dormir los sentidos, de querer olvidar que amanecerá.