No reconocer a un o una artista por no entender el valor de su obra es injusto, pero negar el valor real a una obra y a su creador, cuando se tienen los conocimientos necesarios para interpretarla, es un crimen de lesa arte, sobre todo si se le ha colocado en determinada posición para esos fines. Verbigratia: un jurado. Errores, con algunas pinceladas de perversión y mala fe, han sido el “pan de ellos” cada dos años en todas las Bienales celebradas en República Dominicana, desde aquella del 1968 hasta la Trigésima Bienal de este año 2023.
Uno no quisiera pensar que los premios y reconocimientos equivocados, inmerecidos, que se dan como la verdolaga, sea es el resultado de la incapacidad, por no llamar ineptitud, o en el peor de los casos de la imbecilidad por el limitado conocimiento sobre arte, en este caso de algunos de los que conforman el colectivo del jurado, cuya única carta de presentación es pertenecer a ciertas élites, venidas en unos casos por el apellido, y en otros por lo económico.
Al final de cada concurso es alarmante la incapacidad de ese jurado para elegir las mejores obras. Esta es una práctica, sistemática e injusta. Esto provoca la subversión de muchos artistas plásticos. Uno de esos movimientos fue el que encabezó la pintora Ada Balcácer y un grupo de pintores en 1968, para impedir que el grupo E. León Jimenes subordinara el arte al comercio; otro muy importante y de alta trascendencia fue la Bienal Marginal, del pintor Silvano Lora, paralela a la bienal de arte visual XVIII de 1998.
El turno le toca ahora a la artista Yuly Monción. Yuly, rabiosamente y con derecho, se negó a aceptar el pírrico reconocimiento que el jurado de esta bienal le otorgara por tercera vez, y les deja su “premio igualitario” en las manos.
Solo los grandes creadores renuncian o rechazan reconocimientos cuando entran en contradicción con las instituciones que los otorgan, cuando sienten que ese reconocimiento es injusto.
Y hay que decir que esta actitud proviene del respeto que se tienen y que sienten por su obra. El francés Jean Paul Sartre renunció al Nobel de Literatura en una carta enviada a la academia sueca en 1964, también lo hizo el poeta ruso Boris Pasternak en 1958.
Esto no les quitó ser grandes referentes universales. La calidad de la artista Yuly Monción, su trayectoria y su obra total la blindan ante cualquier duda. Renunciar a un reconocimiento tan poco vinculante no la hace más pequeña, su decisión de renunciar a ese premio es loable.
Contra el artista que se le dio el “Gran Premio” no tengo nada. Julio Valdez. A él lo conocí en el 2003, lo visité muchas veces en su taller atelier de barrio Harlem, en NY. Talento y formación tiene, pero en esta ocasión su obra se queda muy corta (roza lo panfletario el tratamiento artístico que da a la pandemia y a las víctimas) ante una inmensa Yuly Monción, quien presentó tres piezas muy difíciles de superar. Era el tiempo de Yuly, y en eso coincidían tanto vikingos y cardenales.
La renuncia del premio de Yuly Monción Fermín ha levantado una gran polvareda en el mundo artístico. Prepárense, miembros del jurado, para que recojan, por el tamaño de su desatino, los lodos que vengan de ahora en adelante.
A mi querida amiga Yuly, le recuerdo que premiadas o no premiadas las grandes obras (como las tres que presentó en el vapuleado certamen artístico) rompen todos los obstáculos para abrirse camino hacia la libertad. Yuly Monción se enfrentó a quienes mal deciden en las bienales, y que pisotean el talento como se pisotea la flor más delicada.
Desde el palco de mi sabroso y bien gozado exilio, aplaudo que la artista oriunda de Santiago Rodríguez, y cuya obra tiene factura para exhibirse en el museo más prestigioso del mundo, devuelva su premio con la misma celeridad con que Albert Pujols devolvía una línea a 98 millas por hora, cayendo el susodicho galardón con los 300 mil pesos de cola, sobre el techo del museo de arte moderno, y haciendo estremecer las gradas.