(Este texto, que leí en el Encuentro Nacional Crítico sobre Literatura de William Mejía, celebrado en San José de Ocoa en el mes de marzo del año 2008, permaneció extraviado hasta hace unos días. Al dar con él, lo leí emocionado, hice algunos cambios y he aquí el resultado, que entrego ahora al pueblo gracias a Acento).
William Mejía es William Mejía, es decir: es él, y esto, en una sociedad alienada y desarticulada como la nuestra, es mucho decir.
Es él, repito, o sea: es una persona auténtica, que piensa y obra a partir de las raíces que le dieron vida.
Su accionar es un canto al trabajo creador, a la amistad y a la honestidad. Estas cualidades están presentes en su diario vivir y en cada trazo de sus novelas y obras teatrales, tan diversas en temas como en búsqueda formática.
Ese no sé qué tan espontáneo que nos regala William Mejía cuando habla o sonríe está arraigado en el contagioso mundo de su obra literaria.
Y no solo eso: resalta a simple vista su compromiso con un pueblo que aspira a vivir dignamente y con una juventud ávida de derramar arte por los poros.
Este creador nuestro ha asumido como suya la sangre noble derramada por quienes han querido vivir en una sociedad libre de vicios.
Su canto al hombre común, a los desamparados, se escucha en cada uno de sus dramas, muchos de los cuales nos hablan de una patria libre y justa.
Nuestro autor nunca abandona las raíces de nuestro pasado. De ahí su fuerza de tierra calcinada, de hierba crecida sin control en los montes; su canto a ríos y praderas que a veces nos retrata sin ubicación precisa y sin nombres, y de ahí, por qué no decirlo, su contradicción con los sectores que históricamente han mal dirigido nuestro país, impidiéndonos disfrutar de una vida digna, dedicada al trabajo, a la ciencia, al arte y al deporte.
A nuestro novelista y dramaturgo no le tiembla el pulso para denunciar a ecuménicos y politicastros que han vivido y viven del sudor ajeno. Por eso no vacila en afirmar: “¡He de combatir a lo natural y a lo sobrenatural si es preciso!” (ver Batallando). Sarcástico y mordaz, William Mejía retrata la posición de quienes han sembrado el terror como forma de perpetuar el hambre y el analfabetismo. “Serás una partícula de polvo cósmico que deambulará en el espacio insondable per sécula seculórum. Sufrirás los embates de lluvias de aerolitos y te sentirás sin fuerzas en el vacío; y recibirás por tu inútil resistencia el castigo sin final de todas las maldiciones del universo”, nos dice en uno de sus pasajes, a lo que el autor responde, a través de Martín, personaje de su drama Batallando: “¡Qué vengan juntas todas las maldiciones del universo!”. Otro dice: “¡Es inútil, criatura infeliz!”, y ya, de manera tajante, William Mejía lanza un grito de volcán abierto al sol. “¡Vete, sombra! ¡Quiero luz!”
Ese es nuestro William Mejía, un hombre que reniega la oscuridad y busca la luz.
¿Cuál luz?: la que habrá de brillar un día junto al pueblol.