No puedo recordar con exactitud la primera vez que vi Amor sin barreras, sobre todo porque sucedió hace muchos años atrás y, a día de hoy, no me he molestado en desempolvarla para una nueva revisión. Pero algunos fragmentos de ese clásico de Wise y Robbins todavía permanecen frescos sobre mi memoria por las coreografías de baile, la música de Leonard Bernstein, las letras de Stephen Sondheim, las riñas entre pandilleros juveniles de los años 50, las actuaciones espléndidas del reparto encabezado por George Chakiris y Natalie Wood, y el argumento que interroga el sueño americano desde las esquinas más oscuras del racismo y de la pobreza.
Sin ser entusiasta de los musicales románticos de Hollywood, me parece uno de los inolvidables de la década de los años sesenta porque, en cierta medida, captura con mucha vitalidad la rebeldía de toda una generación, en un país dividido por las diferencias étnicas y los prejuicios sociales.
Los temas que trata son todavía más actuales que cuando se estrenó por primera vez en Broadway como una versión moderna de Romeo y Julieta.
Tras seis décadas desde su estreno, un remake que lleva también como título Amor sin barreras se ha estrenado no hace poco en los servicios de streaming, luego de haber tenido una exhibición efímera en las salas de cine producida, en parte, por su pobre desempeño en la taquilla. Lo dirige Steven Spielberg. Ha acumulado un montón de nominaciones en los Oscars e, incluso, he escuchado a algunos afirmando que puede ser superior a la adaptación del 61.
Yo no creo para nada que esté por encima, pero me limito, digamos, a colocarlo a la par con la antecesora.
Se trata de un musical romántico en el que Spielberg, al ritmo de un corazón enamorado, transcribe la esencia de la original con un estilismo solemne que pocas veces pierde el horizonte de emotividad cuando dinamiza la puesta en escena con los bailes coloridos y los personajes que cantan para que sus voces sean escuchadas por una sociedad que, en apariencia, está dividida por el racismo que lacera la dignidad de las minorías culturales latinoamericanas.
Como la precursora, la película se sitúa a finales de los años 50 en un pequeño vecindario de Nueva York, donde dos pandillas juveniles, los Jets y los Sharks, luchan constantemente por el dominio del territorio. Y en medio de la contienda, narra la historia de Tony (Ansel Elgort) y María (Rachel Zegler), dos adolescentes que se enamoran, a pesar de estar vinculados a esas bandas callejeras que son rivales.
En términos generales, la película frecuenta sin mucha prisa la estructura de la predecesora de Wise y de la obra teatral que reverdecía la tragedia shakesperiana en Broadway; en la que los bailes, la música y el canto se incorporan en la acción dramática para desarrollar las inquietudes más intrínsecas de los personajes.
Aunque a veces me resulta un poco previsible, la manera tangencial en la que Spielberg aborda los tópicos justifica las motivaciones de los personajes, con cierta sutileza, porque los subordina a una parábola social esclarecedora sobre el amplio margen de discordancia que hay entre los dos grupos afectados que, diametralmente, comparten el mismo sentimiento de discriminación.
El proceso de gentrificación del suburbio, en muchas escenas, no solo metaforiza el temor de los jóvenes que junto a sus familias carenciadas van a ser desalojados por ese capitalismo voraz del sector inmobiliario que impera en las zonas más pobladas donde usualmente los ricos desplazan a los pobres; sino, además, el aparato de violencia que segrega a esos conjuntos interculturales hasta que no queda otra cosa que una gran mancha de sangre en una sociedad que ha intentado progresar a través de su historia con las venas abiertas.
Spielberg actualiza el discurso para establecer un símil entre el contexto histórico de mitad de siglo XX y la actualidad que tiene como tema de discusión la diversidad, ilustrando, en efecto, que las heridas que dividen a la sociedad norteamericana todavía no han sanado para incluir a grupos minoritarios.
Desde luego, no creo que esta propuesta de Spielberg, que marca su primera incursión en el musical, sea una obra maestra ni mucho menos que se trate de una de sus mejores películas. Su energía me contagia, pero nunca alcanza mi tope emocional. Sin embargo, valoro la química del reparto conformado por Elgort, Zegler, Faist, Álvarez, DeBose y Rita Moreno. Pocas veces pierde la coyuntura cuando ellos se expresan cantando sin ser doblados, y su equilibrio se sostiene a base de música y melodrama en unos decorados preciosos.
En general su acercamiento al género es, cuanto mucho, entretenido y está provisto de una manufactura pomposa edificada una vez más con las labores fotográficas de Janusz Kaminski, aunque nunca se escape de los marcos limítrofes de lo epatante.
Ficha técnica
Título original: West Side Story
Año: 2021
Duración: 2 hr 36 min
País: Estados Unidos
Director: Steven Spielberg
Guión: Tony Kushner
Música: Leonard Bernstein
Fotografía: Janusz Kaminski
Reparto: Rachel Zegler, Ansel Elgort, David Álvarez, Ariana DeBose, Rita Moreno
Calificación: 7/10