Carlota Fainberg”, novela de Antonio Muñoz Molina publicada en 1999, rinde homenaje a la ciudad de Buenos Aires, pero también al género fantástico característico del Río de la Plata, que cultivaron autores latinoamericanos como el uruguayo Felisberto Hernández o los argentinos Bioy Casares y Julio Cortázar, entre otros. La novela asimismo se presenta como un tributo a Borges, cuyo poema dedicado al ciego Pew, personaje de la Isla del tesoro, es leit motiv de esta narración. El autor construye la imagen de una mujer fantasmática a partir de dos estereotipos masculinos.

Dos españoles se encuentran casualmente en la sala de espera del aeropuerto de Pittsburg: Claudio, profesor de un departamento de estudios hispánicos en los Estados Unidos, que se dirige a Buenos Aires para participar en un congreso; Marcelo, un ejecutivo a la caza de hoteles en quiebra para adquirirlos con fines de reinversión, que regresa a España. Mientras el primero soporta estoico el retraso de los vuelos por el mal tiempo, el segundo le cuenta a su compatriota una aventura vivida en un decadente hotel de Buenos Aires, con una despampanante mujer, esa con la que algunos hombres fantasean. Una vampiresa de alborotada melena rubia, largas piernas y tacones de aguja, que deja a su paso la estela de un perfume de malvas.

Esquiva e insinuante, a la vez devoradora y evanescente, la vampiresa suele ser la hembra que pone en peligro la estabilidad de una pareja convencional. Es lo que, al parecer, le ocurre a Marcelo quien, en aquella encrucijada porteña, se encuentra dividido entre la amante y la esposa pero, sin dudarlo, prefiere quedarse con la segunda y fantasear con la primera. Machista superficial, presume de su virilidad y de sus dotes de amante, mientras avanza como un depredador, mirando por encima del hombro a los demás y sacando partido de las empresas en ruina.

No es el caso de Claudio, profesor universitario que viaja a Buenos Aires tras la estela de Borges, que repite una y otra vez un poema suyo e intenta desentrañar el misterio de su mundo poético, marcado por la ceguera, entre las calles de una ciudad, que ha perdido el esplendor de otras épocas. Sin embargo, no puede quitarse de la cabeza la aventura vivida por su compatriota y se acerca hasta aquel hotel, en otro tiempo escenario de la riqueza, la ostentación y el lujo, con espejos, cortinajes y muebles de piel. En el edificio vacío próximo a su demolición y con un ascensor mecánico peligrosamente en marcha, Claudio reconoce a los personajes descritos por Marcelo e, incluso, cree distinguir la figura de la vampiresa Carlota Fainberg. Queda también atrapado, como su compatriota, en la estela de su perfume de malvas, hasta que, conversando con los empleados, descubre que la mujer, esposa del dueño del hotel, había muerto veinte años atrás.

Sin embargo, esta no será la única sorpresa que lo sacuda pues, a su regreso a Estados Unidos, recibe la noticia de que la plaza de profesor permanente a la que aspiraba se le ha concedido a una rival imbatible que representa otro tipo de mujer devoradora. Feminista radical, lesbiana y hispanofóbica, Ann Gadea Simpson Mariátegui, revoluciona el departamento en el que Claudio deberá trabajar sometido a sus normas, basadas en la identidad como orientación sexual y la raza como coartada para promover o descalificar a profesores o alumnos e, incluso, a autores, temas o personajes, lo que incluye a su admirado Borges, considerado con desprecio un elitista indiferente a la cuestión indígena.

Si los dos hombres fueron incapaces de distinguir entre lo real y los fantástico, uno se libra al retornar al hogar familiar, el otro, que descubre que Carlota solo era un fantasma, acaba tropezando con un nuevo tipo de mujer fatal, una moderna feminista radical e implacable. La novela “Carlota Fainberg” es, por lo tanto, una audaz actualización de un tópico modernista.

Consuelo Triviño Anzola en Acento.com.do

Página de Consuelo Triviño Anzola