"Me pregunto qué dirán de nosotros cuando veinte o cincuenta años más tarde alguien vea estas fotos (…) Se dirá seguramente: ese guapo es Vargas Llosa, ese con bigote y anteojos es Bryce y el flaco de allí Ribeyro". Julio Ramón Ribeyro.
Si pudiéramos organizar de antemano la nostalgia sería un hecho realmente reparador. Suelo pensar a menudo en esta idea cuando veo ciertas fotos de escritores, luego luminarias, en las que lucen aún incipientes bigotes y tienen a su lado compañeras y compañeros que años más tarde formarán parte de su prehistoria afectiva. En otros casos se pueden vislumbrar, quizás en esa misma toma, a aquellos que se quedarán varados en el camino, sea por cansancio o por su propia falta de talento.
Las fotos de grupo de los escritores deberían ser reivindicadas y no me refiero a ese tipo de imágenes que reúnen a los que el viento se ha de llevar, que son la inmensa mayoría, sino más bien a ese tipo de documento testimonial, capaz de mostrar una flor aun no abierta en todo su esplendor. En realidad produce una profunda melancolía recordar a aquellos compañeros de oficio que fueron promesas luminosas y que hoy apenas son luciérnagas sin brillo en la mirada.
Es una realidad incuestionable que esta actividad debe de estar avalada por buenos pulmones y una resistencia y voluntad olímpicas. Poco importa cuán dorada fuera tu aureola en el pasado, si la perseverancia no está presente en tu ADN las posibilidades de acercarte a la meta son remotas. Ahora bien cuando estás próximo a esta última no existe retorno posible, de ahí la importancia de observar esas fotos delatoras. Nos permiten intuir lo premonitorio, lo que no se puede ocultar en el interior del claro/oscuro capturado por la lente de una cámara.
Ahí está, sin que nadie tenga que señalarlo, aquel joven talentoso, irónico y cruel al mismo tiempo con el mundo que le rodeaba; el mismo, que con el paso de los años, volvemos a ver aferrado a su pasado, sin apenas luz que brille en los faroles de sus ojos, resentido y amargado como siempre lo estuvo. Ahora, tan solo queda a su lado, un pequeño grupo de amigos amantes de las letras como él, que se reúnen algún que otro fin de semana sin oficio ni beneficio. Hay otros muchos que fueron quedando desdibujados y al margen de toda opción, como esos que siempre tienen a bien contar, a quien les escucha, lo que hubiera sido su destino si las necesidades económicas no hubieran frenado su camino. O sin ir más lejos, ese que en algún lugar de esa misma foto permanece semioculto, el engreído, aquel que miraba por encima del hombro a sus coetáneos, sin reparar en que sus textos iban a resultar, en corto espacio de tiempo, incoloros e insípidos. Y un poco más a la derecha, si observamos con atención, podemos ver una figura que aparece cabizbaja, un tipo que como rémora y a la sombra vivirá bajo el brillo de los otros.
Al final, las pajas que inevitables acompañan al arroz, serán siempre mayoría. Cada cual justifica a su manera los azares de esta vida. Tan solo unos pocos, tenaces y tozudos al mismo tiempo, insisten en seguir siendo ese "incurable aprendiz de escribidor" al que se refiriera Juan Goytisolo en su discurso tras recibir el premio Cervantes, persiguiendo cada día un objetivo que nunca se termina de alcanzar. Un destino al que muchos, por no encontrar mejor manera de nombrarlo, denominan ser escritor.