Los encantados con el sarcasmo y el despelote siempre leeremos a Pedro Conde ahora Sturla.

Si hay un crítico que convierte la tinta en ácido corrosivo y puede moler escrituras de por sí extraviadas, ese será el antiguo francomacorisano, nacido en 1945.

A Pedro Conde lo estoy leyendo desde mi infancia. Cuando me cayó en sus manos Antología informal (1970), me deleitaba con esa manera como el crítico ponía en su puesto todas esas letras de trincheras ya innecesarias a finales de los 60.

Seguramente que su modelo de gestión crítica será -o tal vez ya fue- defenestrado por S.M. Diógenes Céspedes, por cuando con toda seguridad que no habrá digerido a Meschonic. Para otro, la crítica de Conde sonará a tiroteo en Spaguetti Western, a desenfundar antes de que Django se le ocurra hacer lo mismo. Pero dejémonos de especulaciones, que el horno no está para estas galleticas.

Ahora compartimos un texto suyo publicado en la revista Ahora! en 1969, donde saca balance del Concurso La Máscara.

Es importante recuperar un diálogo crítico con los autores de los años 60, porque ahí estarán las raíces y las ramas y las copas de nuestra modernidad. Aquella generación con excelencias tales como las de René del Risco, Miguel Alfonseca y Antonio Lockward, entre otros, merece leerse, repasarse, porque todavía tiene que decirnos mucho. Ante la amnesia de nuestra crítica, que ha condenado a un terrible paréntesis a esa generación, privilegiando lo antes y lo después, opera naturalmente como una gran papa caliente: porque nos quema las manos, haciéndonos ver la complicidad de saber, imaginar y del poder. Pienso que por eso tanto nos cuesta leer a Del Risco, a Alfonseca y a Lockward: porque con ellos comienza un diálogo con el yo más profundo, con las dudas ante el ser, con la crítica radical ante un orden en el que nunca encajaremos. Esa auto-celebración de los 70 y 80 que ahora sufrimos, que se reparten por igual premios nacionales y homenajes feriales, nos sumerge en cierta miopía hacia una una literatura todavía fresca, como la que hicieron aquellos referentes de los años 60.

El texto de Pedro Conde sólo se enfrenta al resultado de un concurso. Aquí no encontraremos programa ni programática. Incluso, sentiremos bastante rudeza en torno al trabajo de Alfonseca. Aún así, seguimos en la insistencia de seguir leyendo a un crítico que sabe expresarse con honestidad y claridad, remeneándonos inútiles buenas formas y acercándonos a sus convicciones, lo cual ya es un hecho loable en nuestro medio.

Seguramente no se darán las condiciones ni para una llamada telefónica con Pedro Conde, porque los problemas con su bilis serán tema para el Museo de la Resistencia.

Pero nada, ¡leamos a Pedro Conde-Sturla!

ANÁLISIS A LOS CUENTOS DE UN CONCURSO. LOS PREMIOS

Pedro Conde Sturla

Es el título de la primera novela de Cortázar también, pero nos referimos a los cuentos ganadores del concurso patrocinado por E León Jimenes CxA. Sin duda, el tema se presta a razonamientos de orden diverso. Por ejemplo, sería válido preguntarse qué importan­cia tiene el concurso en sí, qué importancia reviste para las letras nacionales la participación de casi un centenar de personas en el concurso. Creemos que se trata del nacimiento de toda una gene­ración de intelectuales; generación que para la década del setenta que es, señores (aunque nos excomulguen), directa, potencial y aní­micamente resultante de la revolución de abril.

Así, el destino de las letras nacionales está en manos de los jóvenes; a ellos corresponde la misión delicada de hacer contacto con el pueblo y ganarse la confianza del público, atraerse el inte­rés de los lectores.

Desde luego, no hacemos estas consideraciones partiendo del criterio de que alguno de los cuentos premiados merezca el cali­ficativo de "obra maestra", la exageración de valores no ha sido nunca la base de una gran literatura. Insistimos, eso sí (con ter­quedad) en que las letras dominicanas están gozando un cambio que, en breve, nos permitirá asistir a un proceso de desfosilización en cadena. Proceso que se crecerá en importancia con la aparición de la novela. (La auténtica novela dominicana, significa­mos. ligada al problema social, con miras al redescubrimiento de la isla).

Aclarados estos pormenores, podemos pasar al análisis de los diez cuentos ganadores René del Risco y Bermúdez (mención honorífica en el concurso de "La Máscara” de 1966) ocupa el primer lugar con "Ahora que vuelvo, Ton”. En el relato, el protagonista reconstruye una etapa de la adolescencia a partir de un agudo sentimiento de nostalgia. Desarrollando la historia con lentitud cubista, el autor nos intro­duce con facilidad en el ambiente y sorprende con un final de im­pacto. La narración, minuciosamente planificada, vale sobre todo por el asunto, pues de una u otra forma, el origen del factor emo­ción hay que buscarlo allí, en el hecho de que participemos de la nostalgia que el protagonista siente por sus compañeros de infan­cia. Ciertamente, Rene del Risco ha sabido escoger y abordar el tema, la cuerda que hace vibrar en el niño que somos todos, nos identifica con su personaje. En resumen, lo único que tendríamos que reprocharle es la rígida uniformidad del ritmo que, en varios pasajes, hace pesada la lectura.

El caso de Miguel Alfonseca, en cambio, es penoso. Este dis­tinguido acróbata (segundo premio) despliega su narración en un terreno de símbolos oscuros y se embarra al pretender abarcar demasiados aspectos. No sabemos si "Isael” plantea un problema de suplantación de personalidad o de inadaptación social, lo más que sacamos en claro de esa sucesión automática de palabras que estructuran el relato, es que Alfonseca necesita con urgencia re­visar su ortografía, (claro que siempre se le puede echar la cul­pa al corrector de pruebas).

De Efraím Castillo conocíamos un relato de técnica experimen­tal ("La muchacha, el mar y el viento”) aparecido en "El Nacio­nal de ¡Ahora!" del 26 de noviembre de 1967. El mismo (una espe­cie de simbiosis entre el cuento y el drama) traducía sin mayores contratiempos la inquietud del autor por "la identidad del hombre” de la sociedad moderna. En "Inti Huamán o Eva, again” (tercer premio), Efraim reincide en el tema, partiendo de esto, es posi­ble afirmar que en él está perfilándose un afán de indagación y establecimiento de valores. De otra manera no podríamos explicar la superabundada de monólogos y frases interrogativas en los dos relatos citados.

"Inti Huamán o Eva, again”, es un cuento que el autor pre­tende hacer pasar por artículo científico (y lo logra a ratos). El desarrollo de la trama se verifica con una seriedad que sólo des­virtúan las fuentes bibliográficas (John Fitzgerald, ginecólogo; Fidel III, nieto de un héroe del siglo XX llamado Fidel Castro). Así mismo, se esboza un cuadro fragmentarlo de la opinión que, en esa era (la historia ocurre en el siglo XLV) se tendrá del pre­sente: la palabra best-seller "fue muy usada entre los siglos XX y XXI, significando, más o menos, se vende mucho”; "la publicidad fue una ciencia arte que esgrimía motivaciones síquicas para obligar, casi, a comprar determinados artículos de consumo, y la propaganda, casi siempre la misma, apelaba para la compra de sentimientos militantes e ideológicos”. (Añá­dase a esto que Efraim Castillo dirige una agencia publicitaria).

Alternando estos elementos, entre cómicos y rabiosos, la narra­ción se apodera del lector y crece en intensidad hasta un final imprevisto, pues Efraim suelta de golpe al lector, abandonándolo a su albedrío, en el preciso instante en que éste espera el desenlace. La repuesta debe solicitarse, entonces, en los párrafos siguientes: "Sin saber exactamente el significado, a veces siento necesidad im­periosa de desenterrar el pasado, de volver a hurgar en los depó­sitos de libros que nuestros ancianos temen y aborrecen…”, "Algo me gustaría hacer, por eso temo y lucho y cuento y sonrío. Estos pasos cabizbajos, estos aleteos iniciales de mi imaginación que me llevan a narrar, no son más que vestigios de que necesito saber, de que no puedo sentarme a deleitarme con los paseos vespertinos, ni con el tibio aliento del sol”. O sea, que el protagonista y la alegoría han sido desplazados en favor del narrador, sacrificados de antema­no en aras de un impulso, verdadero motivo del relato. Porque lo importante era expresarse; la historia podía o no tomar cuerpo, pe­ro como quiera, se justificaría a sí misma por aquello de la "po­tencialidad creadora del arte”.

"HABIA un recorte de miseria que se escapaba de las manos. Cen­tenares de piedras agrias se arrinconaban en la pobreza de un lu­gar cualquiera." Con estas palabras empieza "Hilario, ponte cla­ro!” de Aquiles Azar García, la primera de las siete menciones honoríficas que nos faltan por ver.

Después de Roberto Marcallé Abreu, Aquiles Azar es el más eficaz de los diez narradores. Lamentablemente este es el único elogio que podemos hacer. "Hilarlo, ponte claro!”, con toda su agi­lidad técnica, no tiene más mérito literario que un comunicado del Pacoredo, el mensaje es demasiado gritado. Un folletón señores. Y no decimos que la literatura no pueda enlazarse con el mensaje social pero el viejo Bosch no vocifera ni ha vociferado nunca y sus mensajes se escuchan en todo el orbe americano y buena parte de Europa. (Y conste que el mismo Aquiles Azar, en un poema de reciente publicación -Cien infiernos ardiente. CIA- lo­gra un perfecto equilibrio entre lo artístico y lo social humano).

Por otra parte, Aquiles Azar parece obligarse a la crudeza por convicción estética; la misma choca por innecesaria.

"El Jurado" y "Cualquier nombre para Martha”, de Roberto Marcallé Abreu y Arturo Rodríguez Fernández, cierran el ciclo de los cuentos que consiguen interesar al lector. (Eso, con la última excepción de "Pompa", de Armando Almánzar…)

"El jurado", que sin titubeos, es la narración mejor desarro­llada y escrita de todas, propone una sátira contra los-concursos-de-cuentos. El tono es mordaz y simpático, directo, exacto. Después de conocerse el veredicto de los jueces, sólo quedan las "alegrías y tristezas en las barriadas capitaleñas… La ilusión, como el desencanto, reinan, trillando el camino a aspiraciones y frus­traciones que tendrán su repercusión en el futuro".

En "Cualquier nombre para Martha” (cuento con estructura de novela policíaca) un laberinto de nombres dificulta la lectura, pero el relato, aunque pierde y gana fuerzas alternativamente, mantie­ne siempre un mínimo de cohesión. Hasta el mismo lenguaje, a pesar de ser un poco burdo, resulta convincente. La aventura del protagonista con las "Marthas" tiene lugar en un misterioso pai­saje donde todo puede ocurrir, de manera que "Cualquier nombre para Martha", en el peor de los casos, podría postularse para ocupar un sitio entre los primeros cuentos aceptables, con tenden­cia mágica, que se han escrito en el país.

"La sabana por Carlos Marcos”, de Rubén Echavarría, pue­de citarse apenas como un ejemplo de esnobismo literario, un atolladero de escenas de pesadillas, simbología barata, frases en inglés y pretensiones dadaístas.

El relato de Tony Rodríguez ("Luz y tiempo para una imagen"), destruye un tema más o menos bien desarrollado para hacer valer un efecto. La autora logra hacernos creer que el mal que agobia a su personaje es un amor difícil pero después se descubre que todo el problema reside en su incapacidad para tomar buenas fotos. Igual que Rene del Risco, Tony Rodríguez buscó un final de cho­que. Este final, sin embargo, aunque sorprende un poco, sólo con­sigue hacer estrellar al lector contra la nada.

En "Sola dentro del espejo", una solterona de pueblo imagina románticas aventuras de cama con marineros fugaces y discretos. La narración, escrita en primera y tercera persona del singular, no nos permite "entrar" en ningún momento. Piedad Montes de Oca de Alfonseca, como su personaje, no acertó a romper la soledad del espejo.

"Pompa", de Armando Almánzar, entrecruza el diálogo con la narración en tercera persona para atacar el tema de un niño cuyo entusiasmo por sus juegos (hacer unas pompas de jabón que le per­miten ver lo que sucede en los hogares del vecindario) lo lleva a un profundo ensimismamiento y a la locura casi. Bien construido, "Pompa” reproduce excelentes escenas de vida diaria y recoge con habilidad el lenguaraje de los niños.

CLARO que no pretendemos que se acepten estos juicios en forma axiomática. Sabemos que, en realidad, muy pocas personas van a estar completamente de acuerdo con nosotros; pero partien­do ahora de un examen autocrítico, llegamos a la conclusión de que no hemos sido tan arbitrarios. Hasta donde nos fue posible, prescindimos de la pasión, aunque tampoco nos atrevemos a enar­bolar como bandera el trapo inexistente de una objetividad sin fi­suras. Para leer estas críticas, recomendamos con especial inte­rés que se alerte el juicio crítico. Por nuestra parte la intención más definida ha sido la de hacer "sentirla estimulante presencia del prójimo". La estimulante presencia, sí, de los diez prójimos y prójimas a quienes les fueron otorgados los premios.

i AHORA! * No. 280 * 24 DE MARZO DE 1969, pp.