Hace algunos años leí el libro Diez (posibles razones) para la tristeza del pensamiento, de George Steiner (2007). Es un libro de unas cien páginas y diez capítulos, donde en cada uno de ellos el autor esboza razones posibles para un pensamiento triste… Hace poco volví a revisarlo. Les cuento la historia: desde la primera vez, el título me resultó interesante porque en aquel momento hurgaba sobre el concepto de pensamiento y planteaba las bases primeras del Movimiento Literario Efluvismo. Uno de los postulados del movimiento es que el pensamiento se manifiesta como un láser, como un “rayo que no cesa”. Encontramos en Steiner lo siguiente: “¿Se puede hacer que el pensamiento sea como el láser? Solo al precio de una concentración adiestrada y disciplinada y absteniéndose de toda distracción.”(pág. 23). ¡Claro! No entraremos en los detalles bioelectroquímicos del pensamiento visto desde la fisiología y biología del cerebro, ni las otras bases sustentadoras del pensamiento efluvista, ya esto se ha hecho en otras ocasiones.

Al leer el título del libro, la primera pregunta formulada fue, ¿el pensamiento es capaz de ponerse triste o es en esencia triste? Todavía no sabía del contenido completo del texto.  Desde aquel tiempo, sigo de cerca las posibles razones para definir un pensamiento triste, apesadumbrado, melancólico, alegre, vital, pesimista, existencial y un largo etcétera. No existen dudas sobre la estructura del pensamiento, la condición de racional y de libertad; además de las lógicas, absurdidades, barreras, limitaciones y oscuridades que soporta. Algunos de estos temas podrían transitar en las riberas de los lagos profundos del lenguaje, la ciencia y la filosofía.

No haré una interpretación argumentada o descriptiva del texto aludido. No es la intención de esta reflexión. Rescataremos algunas ideas de Steiner incluidas en su magnífica obra. Algunas de sus conclusiones tratan de demostrar su tesis. Dice: “Escuchad el tumulto del pensamiento y oiréis en su centro inviolado, la duda y la frustración”. Es pesadumbre, melancolía indestructible. Agrega, “pensar se halla en la más íntima profundidad del ser”. También, Steiner, lo describe como algo común, repetitivo y manido; “es una tristeza que se adhiere a nosotros.”(pág. 25).

Quiero pensar

Motivos para las posibles tristezas del pensamiento son: el derroche de pensamientos que no podemos condensar y se queda en el soliloquio; la velación que soporta, porque “el pensamiento vela tanto como revela, probablemente más; es un velo de pesadumbre” (pág.62), la “fundamental antonimia entre las pretensiones que tiene el lenguaje de ser autónomo, de estar liberado del despotismo de la referencia y la razón” (pág. 41), entre otros postulados.

Solamente con decir “quiero pensar”, ya se presenta algo de cierto interés. Entonces, me avoco a pensar en el pensamiento o sobre el pensamiento. El resultado de la reflexión sería un metapensamiento. ¡Qué cosa!

Ya en otras ocasiones he tratado temas relativos al pensamiento desde otras dimensiones y categorías. Esta vez me asalta la pasión de enfocarlo desde las emociones. ¿Cómo es descrito el pensamiento? ¿De dónde nace y cuando muere, si es que muere? ¿Se le pueden atribuir cualidades o estados emocionales como tristeza o alegría al pensamiento como ente? No entra en discusión el postulado de René Descartes “Cogito, ergo sum”, (pienso, luego existo), tema muy trabajado por los filósofos y psicólogos modernos y que generó diferentes opiniones, como la de Jean-Paul Sartre, quien decía “existo, luego pienso” o esta que recientemente se le atribuye a la crisis del pensamiento Occidental, “Siento, luego existo”.

Pensar es propio de un ente individual, a pesar de las definiciones desde lo colectivo, con sus implicaciones lingüísticas, sociológicas y culturales. Es un acto de liberación, de vuelo, de proyección y creación. De emociones y sensaciones se desprenden pensamientos, así como de cualquier otro estímulo; incluso se revela que antes de estos actos, en el instante mismo que suceden, el pensamiento se esfuma, se suspende, y luego suelta sus riendas sin bridas por los pasadizos de la mente, ausentes de tiempo y espacio mensurables.

Preguntas del origen

Volvemos a las preguntas de origen; ¿puede haber un pensamiento triste o alegre? ¿Cuál es la naturaleza de ese pensamiento? Para intentar aproximarnos a las respuestas debe desagregarse qué se entiende por pensamiento, porque hay muchas entradas para su definición. Desde la capacidad que tienen las personas con el fin de formar ideas y representaciones de la realidad en su mente, hasta la articulación de un ente simbólico de construcción social, el cual permite la definición y escritura de una realidad común. Se incluye como definición de pensamiento ese tejido de ideas estructuradas y dinámicas, conducentes a la búsqueda y explicación de la verdad. Por cualquier puerta que se entre a la definición se encontrará al menos una explicación o definición aproximada, suficiente o satisfactoria.

Las condiciones de alegre o triste son emociones naturales del individuo humano, que se traducen en sentimientos. Si se presenta una situación de desesperanza o sufrimiento, esa emoción se traduce en tristeza o desánimo; por ende, el pensamiento se expresa de tal manera. O sea, las emociones-sentimiento-tristeza (dolor, desgarre…) son generadoras de pensamientos. El mecanismo cerebral con el cual se produce, se lo dejo al estudio de otras disciplinas. En ese sentido, el pensamiento nace, surge, resurge o se recrea en forma de tristeza. Lo mismo pasa con el pensamiento de alegría que es generado por una emoción-sentimiento de satisfacción, éxito, completitud…

El pensar de los poetas

El escritor en medio de la navegación en los juegos del lenguaje busca articular un pensamiento lógico desde el entramado de la lengua. Seguir patrones morfosintácticos y rítmicos, bajo una égida conceptual, resulta ser muy forzoso. Elaborar un prelenguaje y luego componer por medio de ideas, muchas veces segmentadas, el cuerpo de un texto, es tarea de mucho adiestramiento y trabajo de gabinete. Algunos creadores, celosos de la lengua y el lenguaje, buscan descubrir y presentar campos sensoriales, emocionales y estéticos por medio de matrices, formas e ideas, materializados por medio de las palabras. Y lo encuentran. Para ello se acantonan en el consciente, en lo real, la realidad y también en actos ficcionales. Si el artista no presenta dominios de las herramientas de la lengua y el lenguaje, el resultado sería, por decirlo de la mejor manera, incompleto. Para ello debe dominar lo consciente. Adiestrar los vínculos entre cosas, ideas, hechos y figuraciones, que les son inmediatas, palpables por medio de los órganos perceptivos.

De forma particular, el poeta, en su ejercicio revelador, tiende a trascender el estado de conciencia fáctico por otro, donde existan más posibilidades creativas. Acude a la metaconciencia o supraconciencia con su interés de penetrar a otros límites de expresión, consciente de su infinitud. De estos tres estados diferentes de la conciencia toma cierta materia prima para su trabajo estético.

El poeta, por medio de sus mecanismos cerebrales, sus procesos mentales y el desarrollo de su intuición puede lograr, con los recursos de la lengua y el lenguaje, traducir, no solo sus emociones, sentimientos, vivencias, sino estados naturales de humanos, presentes en esos niveles de vinculación a escala cósmica del sujeto con el universo. Algunos sustentarían sus argumentos en naturalezas divinas, otros en la capacidad de desarrollo de la mente, el yo o el ser.

Los estados de supraconciencia suelen ser explicados por los procesos neurofisiológicos convencionales, la meditación profunda, filosofía, psiquiatría y hasta por las experiencias cercanas a la muerte. A la vez, suele ser cuestionada su existencia a partir de premisas porque faltarían evidencias para ser definida por métodos de ciencias.

Prolongar los alcances del lenguaje en la profundidad del conocimiento, hasta llevarlo a un páramo, región, dimensión o estado, cercano a la verdad en éxtasis, es una tendencia de la creación artística. A veces se hace en plena conciencia y otras de forma intuitiva. En la primera hay que cumplir ciertas reglas, enmarcar las ideas, estructurar el pensamiento y plasmar los conceptos con intensión estética. En la segunda, se deja que el pensamiento se descarrile, fluya; venga del inconsciente, abrace lo consciente y se desplace hacia una meta o supraconciencia. Si lo hace con sentido metaconsciente; estaría ubicado, dentro, al lado, arriba del consciente y podría avizorarse como el cuestionamiento moral o ético a los actos del consciente. Es un nivel superior de calidad del pensamiento. La supraconciencia, más que un nivel, sería un estado del pensamiento trascendido, iluminado. Los poetas atrapan los fulgores de la supraconciencia, con un autorreconocimiento de lo inconsciente, lo consciente y lo metaconsciente.

Dentro de todas estas conceptualizaciones, Jacques Maritain (1882-1973), nos trae las ideas de la existencia del inconsciente espiritual o preconsciente y la supraconciencia del espíritu. Lo hace con la edificación de una metafísica cristiana o la denominada “Filosofía de la inteligencia del existir”, con su marco de humanismo cristiano. Para Maritain en el inconsciente espiritual interactúa el Intelecto iluminante, de donde procede la inspiración poética. Me inclino a cavilar, como otros pensadores, que esa inspiración aludida, su fuente de origen, su fragua, es la supraconciencia. Lamentablemente, hasta este momento los métodos de ciencias conocidos, sistematizados; técnicos y burocráticos, no nos sirven para dar explicación y demostrar estos juicios. Se trata de un tema con la característica de desconocido-desconocido. Esta condición le da validez, pero tampoco la invalida, debido a las evidencias de tipo causal presentadas por medio de experiencias psíquicas, oníricas y premorten o in extremis.

Domingo 1 de septiembre de 2024

Publicación en Acento No. 117

Virgilio López Azuán en Acento.com.do