Cuando las nuevas generaciones andan buscando modelos banales en los cuales conocerse, no se trata de una simple desidentificación, de una pérdida de identidad. Es algo más catastrófico: la  aceptación de ser quien no eres con la indiferencia pasmosa de Samsa, patas arriba, asumiendo, poco a poco, ser una cucaracha. Degradada la lengua, minados los símbolos nacionales, invertidos los valores, usurpado el territorio…, y solo algunas voces aisladas se preguntan por esta metamorfosis de lo propio.

La socialización del cuerpo abre la posibilidad de la diferencia de los cuerpos individuales y permite la corporalidad. En tanto que  seres simbólicos inscritos en el lenguaje, la propia existencia se organiza en el nombrar. En nuestro refranero solemos decir: “hablando es que la gente se entiende”. Entenderse es la confirmación de “estar ahí” por el habla.   El afán  por salirnos del lenguaje es solo una de las formas recursivas.

La recursividad es la función del lenguaje llamándose  a sí mismo.  Para negar que me represento en ese decir, recurro a otro, cayendo en la construcción una y otra vez. Siempre recuerdo que aprendí qué era la recursividad, cuando el doctor Bonetti (expresidente de la Academia de Ciencias), cansado de los grafittis, escribió en las paredes de su casa: “No ponga letreros, esto no es   una valla pública.” En lenguaje habla el mundo y se habla a sí mismo.

Salta a la vista que para  relacionarnos y conformar la red compleja llamada sociedad, es necesario contar con elementos comunes que nos aproximen y cohesionen, y que al mismo tiempo nos diferencien del otro. El flujo de información y conocimiento  impone esos bordes  relacionales. Nos referimos a nosotros mismos como  entidad particular, pero insertos en el socius  como  identidad.  En términos de sentido,  esto va a depender de con quién o de quién  nos diferenciamos. De este modo, semejanza y diferencia se complementan.  La identidad y la diferencia son en el texto-contexto, por tanto, debemos poder interpretarlas. Nuestra naturaleza va más allá de lo binario. Solo puede funcionar si se relaciona en un contexto.

Museo cuerpo humano.

La Differance (Derrida, 1968)  plantea cierta imposibilidad  de definición, puesto que caemos en una cadena de referencia que solo encuentra un punto de eje en la  diferenciación misma, esto es, en  el modo de distinguir lo que es con relación a lo  que no es. La mismidad no es Eco ni  es Narciso.  No es  el rebote de una determinada cantidad de luz sobre la superficie pulida del azogue. Tampoco la repetición donde se disuelve la singularidad.

La mismidad es la internalización de unos datos que dan sentido a la singularidad, a la ipseidad. La imagen no me devuelve quien soy, antes  bien,  construyo con la imagen una idea de quién no soy. Espejos parlantes son los otros que van diciendo  lo que tienen de mí, y en su decir se/me identifican. Recojo esos fragmentos y paso de la identidad individual a la social, del ser para sí, al ser para el otro.

Luego, topamos con la semejanza.  Algunos datos se nos presentan similares y entonces construimos conceptos para agrupar los elementos que tienen esas semejanzas. Agrupamientos, factores de índole histórico, económico, de etnia, nación, sociedad, etc. surgen para designar singularidades que, sin embargo, tienen rasgos comunes. Pero la semejanza implica ya la diferencia. Solo puedo ser semejante si soy distinto.  Es ahí en donde esta hipótesis se fundamenta: dialogan las semejanzas, acuerdan equidades las semejanzas, interactúan las semejanzas. También dialogan las diferencias.

Convertirse en  otro es siempre angustioso. Haber construido en el proceso de socialización una identidad, y asumir la imagen como un  yo, para un día cualquiera despertar en estertores y solo pensar en volver a dormir para imaginarnos siendo uno mismo. Es que hay una fragmentación entre singularidad y mismidad: la realidad de despertar siendo un otro y la conciencia de que no eres eso en que  habitas o te habita.  Lo Unheimlich es la perdida de lo familiar, de aquello en donde te has identificado. Ya lo sabemos, solo no eres nadie, pero eres idem si te identificas ipse. Estamos en esa encrucijada donde, desde afuera,  nos urgen que sepamos quienes somos y construyamos identidad imprescindible para hablar.

El cuerpo como lugar de la diferencia remite a una necesaria reflexión sobre la evolución de ese concepto. El cuerpo es el lugar donde Foucault descubrió  una cierta  política. La máquina del cuerpo como topos de la dominación y control.  Técnicas para el sometimiento de los cuerpos que evolucionan del poder sobre la vida a la normalización de la vida. Disciplinar es un acto que ocurre como ejercicio del poder. Pasamos de castigar al cuerpo a vigilarlo y normativizarlo.

Hoy, otro poder se cierne sobre mi autonomía, otra política disfrazada de transformadora me “disciplina” a ser cualquier cosa, menos yo mismo. Empero, la única forma de permanecer en el tiempo es siendo alguien. La única forma de ser alguien es siendo nombrado. Si al nombrarme no puedo responder al llamado, entonces no seré persona.

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