"Blonda, perfume, nube: eso es poesía". José Martí
La vi llorar. La emoción sacudía todo su cuerpo leve y quebraba su voz. Dos, tres veces, necesitó segundos y suspiros para recuperar el aplomo que exigía la ocasión. Hablaba de escritura, y de sentires, de textos arrasados año tras año por su propia mano y de un sombrío sentimiento de vergüenza y de culpa que pudo destruir para siempre su vocación creadora; sin embargo, allí estaba, tres décadas después, abriendo el alma, presentando ante un público encantado y absorto su primer poemario.
Es duro ver llorar a una dama, dan ganas de consolar, de proteger, de descubrirse con respeto o de bajar los ojos; pero cuando se sabe que toda esa emoción, a flor de piel, ha sabido transmutarse en poesía, las lágrimas adquieren un tinte de belleza, de sinceridad y profunda empatía que nos conecta con todo aquello que tenemos de noble, de pasional, de artístico, que es, también, lo que tenemos de divino. “La emoción en poesía es lo primero”, afirmó Martí, “como señal de la pasión que la mueve, y no ha de ser caldeada o de recuerdo, sino sacudimiento del instante, y brisa o terremoto de las entrañas”.
De modo que observar, como privilegiados testigos, esa “brisa o terremoto” emocional, y luego abrir el libro, leer un poema al azar, y encontrar o intuir en los versos la misma vibración, la misma fibra, es comprender de una vez y por todas que hay lágrimas necesarias, y útiles, y que, como en los misterios de la cruz, la verdadera dicha y purificación llegan más rápido a través del dolor.
Para esta poesía, entregar cuerpo y alma implica siempre un acto de contrición que trae, paradójicamente, su propia redención
El mismo impulso creador, que sabe también cantar a los misterios, a la llama perenne del amor, a la sensualidad y a las bellezas de la vida y la naturaleza, nos trae, como a través de una avenida salpicada de versos, y de besos, a este segundo poemario: Sabor a mujer; que apunta directo a uno de los sentidos más fuertes y más ligados al humano placer: el gusto.
¿A qué intentar apresar con palabras un manjar semejante? El que lo ha degustado, lo sabe, y conviene mejor, para evitar sonrojos y ardientes reconvenciones de conciencia, que permanezcamos en el reino de las metáforas y las alegorías, y que el “sabor” descrito sea solo, con justicia, este hermoso conjunto de sesenta y cinco poemas donde canta, eso sí, una voz femenina que lo atraviesa y lo matiza todo, ungiéndolo con el toque febril, excitante e intenso que solo una mujer es capaz de imprimir a lo que toca.
Vistos a través de sus ojos, o degustados por sus sentidos, la naturaleza, las sensaciones, y hasta los sueños, adquieren un tono más agudo, más existencial y más profundo. Así, oigámosla describir, por ejemplo, una noche en el campo, mientras es asaltada por tenaces recuerdos:
Un concierto de cigarras me invade. / La quietud, esparcida por los viejos caminos/ de mi sangre, se rinde ante su canto. / ¿Era sabia o mordaz tu mirada? / Con esta música, que me habla al corazón, / no logro recordarla (…) / Vibran los acordes del alma. / (…) Mi espíritu se eleva al escuchar sus notas, / la mente merodea por senderos insólitos, / puedo escuchar mis pasos por las calles del mundo, / y al guardián de la noche que a mi ventana asoma. / [1]
O acaso, esta descripción de una tarde de lluvia donde entremezcla, de una manera singular, sus sensaciones, como si lloviera también dentro de su alma:
Afuera llueve y la tarde hermosea. / Un húmedo silencio vaga/ por el vientre de la vida, / quietud que roba sueños;/ soledades, afanes y nostalgias. / Suave melodía anega el alma. / Olores y sabores rebosan la copa. / Caricias, imágenes, palabras, / gotas en la ventana, soles ocultos, / un incipiente otoño que marchita los versos, / cuna de paz en labios de mujer. / Oh, tarde de lluvia, peregrina azul /del Supremo Creador, / ¿dónde encontrarás tu morada final, / sino en mi alma? /
Verso a verso, las imágenes van ganando plasticidad, carácter, trabazón, un arcoíris de astutas sinestesias donde escuchamos transpirar a la tarde, suspirar al mar o el regusto de la amarilla luna nos llena el paladar de salvajes nostalgias. Todo le habla, y todo lo traduce a un lenguaje sensual que cuerpo y mente aguantan, reciben, y devuelven como provocación. El roce de la yema de un dedo sobre unos labios húmedos, puede originar la erupción de un volcán.
Hay, también, arrebato, y alegato, un redescubrimiento o reconocimiento del ser y la femineidad, entendidos como símbolos de libertad amatoria, nunca como meros objetos de deseo o sumisión. El sujeto lírico de estos versos ama porque le place, se entrega porque así lo decide, consciente de su poder. Por eso, advierte:
Soy más que lo que puedes ver:/ parte esencial del universo, luz, llama de fuego, / gota de lluvia, continente, sombra oculta, / lágrima herida, luna mitad obscura, mitad desnuda, / emisaria de amor, prisionera del tiempo, trozo de ilusión. / La fuerza de los mares desde el principio me posee. / Igual brilla una luciérnaga que una estrella. / [2]
Es muy gratificante, desde luego, constatar la maduración poética de Elidenia en esta segunda entrega. Textos más sopesados, más selectos, fruto de una compilación pensada para un libro específico, creados sin demasiado lapso entre ellos, y donde ahonda aún más, y de más eficaces maneras, en la temática amorosa, que es, hasta ahora, leitmotiv de sus versos.
Me ha confesado que, acaso con Sabor a mujer, cierre por muchos años el cultivo del verso, y le he respondido que esa especie de vacío creador es normal al concluir un libro de poesía donde se ha puesto tanta alma y tanto sentimiento, y que todos los que amamos la literatura y nos atrevemos a escribirla, hemos expresado tal cosa en alguna ocasión; sin embargo, los creadores verdaderos, sencillamente, vuelven, tienen que hacerlo. Es un imperativo, un mandato, una compulsión… Ella volverá al verso, si es que alguna vez logra irse.
¿Por qué? Porque quien ha cantado, como bien expresó don Bruno Rosario Candelier en su esmerado prólogo; a la pasión que desmaya los sentidos, con los átomos incendiados del corazón, que atizan la sensibilidad, estremecen la conciencia; el aliento que arrebata y el incendio que inspira, no podría conformarse jamás con dejar apagar esa hoguera, renunciar a ese tono o guardar silencio. Seguir explorando esa veta lírica, y cristalizar en poemas esos momentos, flashes o epifanías que los poetas perciben, será deber, y placer. Y si no los coloca en palabras, tendrá que hacerlo en actos, como si de una militancia se tratara.
Elidenia Velásquez ha ahondado en sus recuerdos, y en sus sentires, olvidada, en un acto de valentía admirable, de que la poesía lírica amorosa nos desnuda completos. No todo el mundo es capaz de atreverse. Los puritanos o fanáticos, que se pasan la vida elucubrando desgracias y pecados, atentos a la otra existencia, celestial, de la que no hay noticia valedera, pudieran ofenderse con la interpretación de algunos versos. Ojalá ocurra. La vida ha demostrado que siempre que esos aburridos hacedores de sombras, enemigos del desenfreno glandular y la alegría, heraldos del miedo, señalan un libro, y lo proscriben, lo que hacen en verdad es interesar a todos en él, incluso a los más reticentes.
Que griten ante un poema que grita:
¡Piérdeme el respeto ahora! / ¡No dudes, no tardes más! / Debajo de esta piel hay otra/ en espera de tus besos. / (…) No te detengas por la envoltura, / ni te impresiones por la seriedad. / Debajo de esta ropa arde la sangre. / (…) ¡Vamos, no tardes más! ¡Piérdeme el respeto ahora! //
Que aúllen, para uno solazarse, y para que se solace la poesía, y la vida real, la digna de ser vivida, la que tropieza y cae, y se levanta.
No puedo dejar de mencionar, además de su contenido, que apenas he rozado en estas líneas, el libro físico, su estampa como producto artístico. La imagen de cubierta, de ahí el nombre de “libro amarillo” que le ha dado Elidenia, es la reproducción de una obra original de la artista Elizabeth Rodríguez, en acrílico sobre lienzo, titulada Magia de colores: Arabescos, insinuaciones, mezcla, figuras, ensoñaciones… Hay mucho ahí, y cada cual verá lo que apetezca. Esa paleta de tonos, solo atina a crecer, y constata el amor de las cosas bien hechas que impele a la autora. No olvidemos que, para la portada de su primer libro, Sur prohibido, compró la obra, que hoy luce no solo en su casa, sino por todo el orbe, pues los libros se pueden adquirir en las más importantes librerías dominicanas, y también en la plataforma Amazon. De ese cuidado de los detalles, de esa visión artística, y abarcadora, nacen las excelencias. ¿Cómo dudarlo?
Quiero concluir estas líneas de presentación de Sabor a mujer, con la nota que escribí para su contraportada, y que ya lo acompaña por el mundo en su recorrido vital. En ella, he intentado apresar, de alguna forma, el espíritu que lo anima:
Soy la nostalgia. Soy la melancolía. Soy la libertad atrapada en el misterio mismo de lo incomprensible. ¿Me sigues? ¿Me quieres? ¿Estarás a la altura? No necesito caballero al rescate. Soy la que soy: búsqueda permanente, arcano, soledad…
Estas certezas e interpelaciones, y otras muchas, cuyos significados y respuestas penetran en la clara poesía, habitan este libro; a ratos exaltado y doliente, a ratos misterioso y sensual; pero siempre hermoso, con esa delicada belleza femenina que eriza lo que toca, roce de ala, rumor de viento que cruza entre las flores, sabiduría ancestral de la que nadie escapa, saber que se obtiene indagando, en buena lid, y va de nervio a beso, y de beso a quemante pasión. Para esta poesía, entregar cuerpo y alma implica siempre un acto de contrición que trae, paradójicamente, su propia redención, como esos ignorados crepúsculos que se dejan morir ante los ojos, colmados de silente belleza, a sabiendas de que toda la luz que abandonan aquí va naciendo, plena de vida y esperanza, en el otro confín.
Elidenia Velásquez (Villa La Mata, Sánchez Ramírez, 1977) Es doctora en Medicina, especialista en Neurología y Medicina Interna por la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD); máster en Docencia Universitaria (Universidad Católica Nordestana (UCNE)) y en Neurología Tropical y Enfermedades Infecciosas, por la Universidad de Barcelona, España. Posee un destacado historial como docente especializada en prestigiosas instituciones académicas y científicas de nivel superior. Es miembro de la Academia Americana de Neurología (AAN) y de la Sociedad Dominicana de Neurología y Neurocirugía (SDNN). Pertenece al Movimiento Interiorista del Ateneo Insular Internacional. Reside en San Francisco de Macorís. Es autora del poemario Sur prohibido (Editorial Santuario, 2020).
[1] Elidenia Velásquez, Concierto, en Sabor a mujer, editorial Río de Oro Editores, Santo Domingo, 2022, pp. 19-20.
[2] Luciérnaga, ob. cit. p. 89.