En la conquista y colonización impuesta por España en América durante las primeras décadas del siglo XVI primaron el espíritu de aventura, la sed de riquezas y el ideal de superioridad de los conquistadores. Estas herramientas fueron determinantes al enfrentar el rigor del espacio geográfico americano, cuyo dominio no era posible sin vencer enormes obstáculos. Si hoy, al recorrer los quince mil kilómetros que separan los extremos norte y sur del continente, casi tres veces la distancia entre Sevilla y Santo Domingo; se encogen los nervios del viajero, ¿cómo se hacían a la mar en aquel ayer de más de cinco siglos? ¿Cómo penetraron los ríos de gran caudal, la densidad de las selvas, la dureza del clima y la falta de alimentos? Ninguna de estas barreras impidió la posesión simbólica, ni la ocupación y repoblación de los nuevos territorios. Tampoco frenó su bautizo con nuevos nombres para complacer a la realeza.
Si el descubrimiento de América fue la obra capital de España, como afirmara Emilio Castelar, prestante intelectual y político español, al conmemorarse en 1892 su cuarto centenario, el horror que marcó su conquista dejó huellas que podrán simularse, pero jamás borrarse. Inspirada en la tradición romana y germánica de la gloria militar, España buscó saciar la sed de metales preciosos y la necesidad de salvar almas convirtiendo a los indios en ´cristianos muertos´. Este objetivo, siguiendo a Tzvetan Todorov, humanista búlgaro, confirma que Colón ´descubrió América´, pero no a los americanos. El sello de crueldad, violencia, expoliación, codicia y muerte, que define el dominio español en América, se inició en 1502 con llegada de Nicolás de Ovando a la Española. Hernán Cortés, su primo lejano, es considerado como el prototipo entre los conquistadores; seguido por Francisco Pizarro, Vasco Núñez de Balboa, Pánfilo de Narváez, Pedrarias Dávila y otros. A pesar de su esencia antihumana, Uslar Pietri define la conquista como el mayor y más completo choque cultural en la historia de la humanidad, pues el cambio fue tan grande que, contradiciendo a las Décadas de Anglería, más que un Nuevo Mundo, se iniciaba un Mundo Nuevo.