En la Playa

 

 

Esa roca es mi amiga de la infancia;

muchas veces subí por sus arrugas

hasta encontrarme arriba, allá en mis fugas

de la escuela, repleto de vagancia.

 

¡Cuán orondo poníame en la cima!

¿Qué buscaba? No sé: quizás la ciencia,

por instinto. que da toda eminencia;

quizás alivio contra el duro clima.

 

Pero sé que el ambiente de esa altura

me envolvía en fragancias deliciosas,

mezcla de olor de lirios y de rosas

y de algas marinas, Sé que la pura

 

diafanidad del límpido horizonte

me mostraba paisajes halagüeños

con los cuales jugaban mis ensueños,

ora miráse el piélago, ora al monte.

 

Y sé que en la mente enardecida

por los cuentos del mar, me recostaba

(sugestión de la fábula aprendida)

para oír las sirenas y escuchaba.

 

Escuchaba extasiándome, y ponía

toda el alma inocente en el deseo.

Son las sirenas fábula: lo creo;

pero yo las oía; las oía.

 

Como perdura la primera fuerza

que pone en movimiento cuanto existe,

sin que ni se se detenga ni se tuerza

el rumbo ya tomado, así persiste

 

en su primera fe la mente humana;

así dura el recuerdo de las cosas

que hablaron con el alma en las dichosas

horas que dio nuestra primera mañana.

 

¡Ah los recuerdos!… Cuando ya traspuestas

las horas en que el sol besa el oriente,

vengo en busca de tregua a las opuestas

batallas de la vida, gratamente

 

vienen a mi memoria los felices

días de juventud y de alborozo

en que di saltos y jugué dichoso

en aqueste arenal de áureos matices.

 

Y siento palpitar en mis arterias

el humor que encendió mis alegrías

cuando pasaba plácido mis días

sin temer asechanzas ni miserias.

 

Y juega en mi interior el pensamiento;

la ilusión del pasado me provoca;

sin dame cuenta trépome en la roca

y los paisajes a gozar me siento.

 

Vuelven a mí las algas y las flores;

y a despecho del tiempo y de las penas

oigo, envuelto del mar en los rumores,

el canto engañador de las sirenas.

(Mi libro Azul  P 94 fechado 1908)

 

Emilio Prud’homme (20 de agosto de 1856 – 21 de julio de 1932) tiene fama como patriota por las letras del Himno Nacional dominicano, los versos de ese poema heroico han enardecido a generaciones. La sonoridad musical se debe al metro de diez sílabas, que es muy cantable. José Reyes (1836-1905) pudo esmerarse y dejar una música viril. Eso le hubiera bastado a Prud’homme para figurar en la historia de nuestra literatura. Pero además de eso fue maestro, vinculado a su profesor Román Baldorioty de Castro (1822-1889), fundó el Liceo Dominicano en Azua. Su obra lírica fue recogida en un libro póstumo: Mi libro azul (1946).

Se trata de una recopilación de su hija Ana Emilia Prud’homme de Peña Rivas (¿….?), quien cuidadosamente hace constar la fecha de la escritura o la publicación de cada poema, incluyendo los criollistas del siglo XIX, que rescataremos en su oportunidad. Reconociendo la sinceridad de su hija, que además demuestra en el prólogo tener conocimientos literarios no comunes, de persona ilustrada, respetando esas fechas, hemos decidido recopilar la mayor cantidad de poemas criollistas a principios del siglo XX de nuestro Premier Poeta Nacional, como un homenaje a quien fuera uno de los primeros maestros de Pedro Henríquez Ureña, y demostrar que no solo por el Himno Nacional lo debemos reconocer como excelente cantor de la patria.