La loca de Bequeló

 

 

En la enramada de un rancho viejo,

Nido de gauchos cerca de Yi,

Guitarra antigua tierna cantaba,

Más bien, lloraba

La triste historia que escribo aquí.

 

–¿Sabéis, paisanos, por qué ando errante

Bajo estos bosques de Bequeló?

Me llaman loca; pero es mentira:

Es que no tengo ya corazón…

Venid, paisanos, venid conmigo;

Diré mi historia junto al fogón.

 

¿Veis mis cabellos? Eran muy negros,

Más que las alas del cuervo, más;

Están muy secos… tan blancos… blancos.

Como las flores del arrayán.

Veis estos ojos? ¿No tienen vida?

Pues antes puros como el cristal,

Fueron des luces que se encendieron

En una aurora del Uruguay.

Tristes mis labios son amarillos

Como el pellejo de butyhá;

;Ay! los tenía rojos y alegres

Como el penacho del cardenal.

 

Allá en la loma como un calvario

Veréis ruinas y un triste ombú;

Fueron mi cuna, fueron mi estancia,

Fueron mi nido verde y azul.

Cuando yo muera, clavad, paisanos,

Bajo aquel árbol mi humilde cruz;

Que allí murieron mis dichas todas;

Allí he perdido mi juventud.

 

Tenía un esposo que ardiente amaba,

Y un hijo bello que era mi Dios.

¡Ah, qué contenta perdiera el cielo

Si yo pudiera ver a los dos!

Una mañana… ¡Maldita sea!

Cuando esta guerra se pronunció.

 

Mi esposo tierno me dio un abrazo,

Llorando mucho su hijo besó,

Pálido el rostro tomó su lanza.

Montó a caballo triste, y partió.

Aun me parece lo ven mis ojos

De lejas lomas haciendo ¡Adiós!

 

¡Ay! mis paisanos, en ese día

Perdí un pedazo del corazón…

Pasaron meses, pasaron años,

Llorando siempre, siempre peor,

Cuando una tarde que al hijo amado

De mis entrañas contaba yo.

 

Del pobre padre, que no volvía,

La ausencia larga, su último adiós,

Cruzando campo, llegó un sargento,

De su caballo se desmontó,

Y al rayo solo de mi esperanza

Estas palabras le dirigió:

 

¿Ves esta lanza? fue de tu padre;

Por su divisa bravo murió:

Tómala, y vamos, no te demores,

Que en las cuchillas se duerme el sol.

Llorando mi hijo me dio un abrazo,

Montó a caballo, triste, y partió.

 

¡Ay! mis paisanos, en esa tarde

Quedó mi pecho sin corazón.

 

Ya van dos veces que las torcaces

Dulces arrullan en el sauzal,

Y los boyeros, cantando alegres,

Cuelgan sus nidos del ñandubay;

Pero no he visto más a mi hijo

Desde esa tarde negra y fatal.

 

Allá en la loma como un calvario

Veréis ruinas y un triste ombú:

Cuando yo muera, clavad, paisanos.

Bajo aquel árbol mi humilde cruz.

 

Ésta es la historia que una guitarra

De un rancho viejo, triste lloró.

¡Ay! cuántas locas habrá en mi patria

Como la loca de Bequeló.

 

Ramón de Santiago (1833-1900), poeta uruguayo, hace aquí el triste relato de los sufrimientos que turbaron la razón de una infeliz campesina de su país, a quien la guerra civil privó del esposo y del hijo único, sumiéndola en la miseria y el desamparo más horroroso imaginables.