"Ay, ay, ay , ay, amor . Yo soy satélite y tú eres mi sol. Un universo de agua mineral . Un espacio de luz que solo llenas tu, ay amor" (Bachata Rosa. Juan Luis Guerra)
El Don que me acompaña en la foto es Javier , catalán de los del Distrito y autor de bares, sí, porque los bares son actos creativos, inteligentes y hay que tener el don de la carisma y habilidades del bisnesman para el negocio.
Javier es pareja de la también carismática y hermosa de Chelo -dominicana y creo que también del Distrito-, periodista y con vocación a la bohemia en aquellos maravillosos días que no volverán.
Como todos , como muchos. El tiempo, las fuerzas y la ausencia de grandes irresponsabilidades lo permitían. A la vagancia habrá que hacerle un monumento. Los dioses estaban de nuestro lado desde las diez de la noche hasta las tantas de las madrugadas.
Pues eso, Javier creo dos bares en el Santo Domingo de los 90: uno de cuyo nombre no recuerdo por los lados de la Plaza España y otro, el legendario Sohos Bar en la Zona Universitaria.
El Sohos Bar era una clásica casa de cemento con sala- comedor, galería y jardín , patio y una pequeña muralla de verja de hierro convertida en bar alternativo. Luces en penumbra, cuadros y pintadas en las paredes y solo Javier y Anyelo tras el mostrador de la barra.
Por cierto , Anyelo se merece un aparte en otra historia. Tras la partida de Javier a Cataluña, Anyelo se convirtió en el suplente y bisnesman del garito hasta su mudanza a lo que es hoy la discoteca Parada 77 detrás de la Plaza España.
El Sohos era el lugar preferido de aspirantes a artistas de cualquier disciplina, el santuario de las cooperantes españolas que para esa época “se pusieron de moda”. “Las bachateras sin fronteras” como las bautizó el actor y escritor Fausto Grullón.
Gente que vino a cooperar. Hicieron una labor notable en comunidades y barrios de alta vulnerabilidad y también la pasaron bien y está bien, muy bien. La vida es corta, cortísima . Todo vale.
Los fines de semana eran para desconectar y para eso estaba el Sohos Bar. Baile, birritas y lo que aparezca. O sea , “se apuntaban a un bombardeo” si era necesario.
El Sohos con sus paredes pintarrajeadas por los nombres de cada ser vivo que bailó alguna noche por allí. Con garabatos, dibujos y consignas de todo el que llegará . Era la señal de identidad del sitio su marca de autor, la contraseña para sentirse parte de la casa.
Las pintadas fueron las primeras ganas de hacerse sentir de la gente. Un estoy aquí. Un SOS narcisista antes que llegará el imperio arrollador y uniforme de las redes sociales.
Los pocos selfies existentes del bar de la Zona Universitaria se hacían con cámaras Polaroid. Algunas de esas fotos ilustran esta crónica. Están medio borrosas, pero forman parte de la historia de la Movida Dominicana, de los tiempos cuando se podía salir de noche y llegar a su casa ileso.
Evidencias, como las instantáneas de las trincheras en la Primera Guerra Mundial o las heridas de guerra de los ciclistas cuando suben una cuesta en las competencias internacionales.
Sí, los bares provocan “heridas de guerra”. Mi primera pareja de vivir juntos y todo lo que eso implica la conocí en el Sohos. Bailando uno de los hits del momento, Bachata Rosa de Juan Luis Guerra y 440, me confesó que podíamos empezar a salir esa noche.
Con una condición: nada serio, tu puedes salir con quien tu quieras y yo con quien yo quiera, en igualdad de oportunidades. Acepté su condición al final de la bachata.
Duramos tres años juntos hasta que partió del país en el año 2001. No quiero caer en refranes manidos que ya le crecen musgos por las paredes, pero por ahí dicen que va a llover no moja y que no se puede escupir para arriba porque el salivazo te cae en la cara.
Gracias al Sohos, tres años de relación entre alegrías, desacuerdos, visita a Zaragoza a visitar a la madre, estancias en el antiguo Hotel Papagayo en Las Terrenas, sanguiches de calamar bravo frente a la Pilarica, mangú con huevo, arepitas de yuca con anís y espinacas con salsa bechamel.
Es decir, vida de pareja plena y total. Y todo empezó con bailar Bachata Rosa, entre la timidez y las ganas de cogerse ¡pero ya!
Mesas y sillas dentro y fuera y los baños en los laterales. La fauna urbana solía llegar desde las 9 de la noche. La grey tenía modales. Se trataba de la pequeña burguesía iconoclasta y con una alta vocación a la parranda, a las conversaciones variopintas, el destape y a “las mariconadas justas” como arengaba a viva voz el ya no tan incombustible Hugo Pérez.
Como cada viernes, asistían el Tino, Pope y Fifo (el querido Juan Evertz-Fifo). Igual se daban la vuelta las queridas Noemí Araujo, Sandy García (Mujer Araña) e Isaolym Mieses, Lola Montoya, Mercedes García Marín, Alicia Sangro, Lola Montoya y Magdalena Crespo Biel. Tod@s éramos jóvenes y con brillos que lucir.
Hasta aquí llega mi memoria. Los nombres se escapan y el tiempo no relaja. Las huellas se borran como las pisadas en el agua.
Que yo recuerde nunca hubo incidentes que lamentar, botellazos al aire, sillas volando por los aires, patadas y bofetadas al primero que se metiera por medio. Peace and Love.
No competía con el Drake´s . El Sohos era “más juvenil”. Yo diría hasta más irreverente. La banda sonora oscilaba entre rock español y latinoamericano de entonces (Mecano, Ultimo de la Fila, Enanitos Verdes, Fito Páez, Soda Stereo) y los merengueros y bachateros del patio (Juan Luis Guerra que sonaba hasta en el Canal de La Mona).
Aparte de las cooperantes, estaban los sanky pintores. Cada cooperante que bajaba de un avión de Iberia o Air Europa tenia un sello de búsqueda y captura en su frente para los sanky pintores. Se hicieron famosos y algunos de ellos llegaron a vivir con sus respectivas parejas en países de Europa.
Nada, sigan en lo suyo. La foto con Javier en el Parque Rosado detonó esta nostalgia. Se supone que ese día iba a entrevistar al artista José Levy. Se torcieron los caminos y salió esta breve crónica de un espacio urbano recordado por muchos aquí y fuera del país. Pena por la Generación de Cristal. Su way es otro
Otro bar como el Sohos es difícil ahora. Estamos encuevados cabeza abajo y celular en mano. Ya no nos miramos la cara. Nos ablandan el espíritu los algoritmos.