Me concedo la libertad de pensar (en términos teóricos) que la poesía puede estar compuesta por cierto tipo de “partícula(s)” o “masa”, capaz de penetrar a otras dimensiones espacio-temporales o es la resultante, quizá, de una “transmutación”, o de un acto hermético.
Desde la ciencia (que también sostiene postulados teóricos, no demostrados, pero que los juicios y principios son correctos, cumplen con leyes fundamentales que son aceptadas como tales hasta el momento) lo primero es dar, como un hecho, la existencia de dimensiones espacio-temporales o grados de libertad, permitidos por las leyes del universo. Los últimos estudios —y según Stephen Hawking (1942-2018) —, nos dicen que podrían existir once dimensiones (otros científicos dicen que son más), diez de ellas de espacio y una de tiempo, donde siete son invisibles.
¿La poesía como forma de lengua y lenguaje penetra más allá de las dimensiones conocidas? Conozco casos de personas que dicen haber compuesto poemas mientras dormían y al despertar los escribían, exactamente igual como cuando estuvieron dormidos. Así pasa con experiencias de otra naturaleza. Esto podría ser considerado como un tipo de paramnesia, o una anomalía de la memoria, o algo sencillamente explicable. En los casos nombrados, la experiencia, la memoria de la construcción del poema, fue traída desde el inconsciente durante el sueño. Siendo así, el poema proviene desde una dimensión mental, fuera del espacio tridimensional. De estos temas se encargarían Sigmund Freud y Carl Jung.
Metafísicos y místicos aseguran la posibilidad de acceder a otras dimensiones espacio-temporales por medio de la meditación, apoyados por la mantralización y otras técnicas. En este sentido, no se deben pasar por alto las experiencias aludidas a Elena Blavatsky (Rusia, 1831 – Londres, 1891), fundadora de la Sociedad Teosófica. Ella escribió dos libros fundamentales dentro de su propuesta esotérica: Isis sin velo y La doctrina secreta. Las referencias bibliográficas de estos libros superan más de 1,500 citas diferentes, cosa esta que para su tiempo era difícil, por no decir imposible dichas consultas. Se atribuye que esas fuentes del conocimiento fueron obtenidas por medio de su experiencia fuera del plano físico tridimensional. Había tenido acceso a los “archivos del alma” o registros Akáshicos (en un plano astral), que “es un lugar donde está toda la información universal”. (No entraré en detalles, solo deseo nombrar experiencias únicas con muchos seguidores). Los científicos como tales desean basarse en evidencias que superen los presupuestos teóricos.
La información como partícula
La información o data, se ha planteado hipotéticamente como un estado de la materia, sin contradecir la mecánica cuántica, según el Dr. Melvin Vopson, de la Universidad de Portsmouth, en Reino Unido. El científico propone cómo detectar y medir la información en una partícula elemental usando la colisión partícula-antipartícula. Sería un estado más, aparte del sólido, líquido, gaseoso, el plasma, materia no degenerada, condensado de Bose-Einstein, condensado de Fermi, superfluidos, plasma de quarks, fluones, supersólidos y otros que aparezcan.
¡Hágase la poesía! ¡Empecemos a vibrar!
Mediante la lógica anterior, si la poesía funciona como información, con lengua y lenguaje creativos, ¿sería tránsito y culmen a ser un estado de la materia, de lo posible?, ¿existiría en forma de partícula(s)? También, caben las preguntas, ¿qué tiene esa información tan especial provocadora de catarsis?, ¿modela un equilibrio donde se genera el placer estético y el estado poético?, ¿con la poesía se logra llegar al culmen del equilibrio de fuerzas que transmutan la lengua y el lenguaje para alcanzar la felicidad o la verdad?
Utilizando la información o la data —vista desde las ciencias de la computación— habría más posibilidad de una explicación científica, de considerarla como estado de la materia, para la búsqueda de la “verdad”, aunque no necesariamente de la “felicidad”. (Las comillas en las palabras verdad y felicidad obedecen a los conceptos de verdad y felicidad, absolutas y relativas). Desde el individuo humano, ¿cómo hacer el paralelismo con mecanismos algorítmicos procesados por las máquinas versus el cerebro?
La frase: ¡sea la luz!, desde el sentido bíblico, es creación. Dios creó todo con Sus palabras. Ya Él era verbo. ¡Y fue la luz!, es “maravilla de la creación”. La palabra oral provoca vibraciones. Las vibraciones producen ondas sonoras en las “cosas que existen” por medio de las moléculas presentes en los estados de la materia, y estas ondas, estarían desprovistas de partículas. Entonces, eso de que el verbo crea, tendría sentido si se realiza en las moléculas una especie de transmutación (léase transmutación como la alteración de núcleos atómicos) o un acto de taumaturgia. Para una definición científica, la palabra no solo es oral; también, es escrita. ¿Esa palabra escrita, al leerla, produce los mismos efectos vibratorios que al ser escuchada de forma oral? Sería otro tema de análisis que por ahora limitaremos su conceptualización en profundidad. La lengua y el lenguaje, respectivamente, suelen expresarse por medio de estados vibratorios de diferentes naturalezas, que transmutan la composición de las moléculas de las “cosas” y producen poesía, en el caso de la literatura.
Fuera de la literatura (y aplicado a todo lo que existe en el universo, aparte de las explicaciones científicas), la belleza de una flor o el nacimiento de un fruto en un árbol, podrían estar asociados a los estados de vibraciones de todo lo que hay en el entorno, en el planeta, en la Vía láctea y el universo en sentido general.
Hacia una explicación desde otra mirada
Los estudiosos del sistema nervioso humano en general pensarían: lo que fuere, lo que eleve, disminuya o inhiba mecanismos de acción de ciertas sustancias bioquímicas del cerebro, permite que las razones, las emociones y sentimientos, propicien estados de felicidad o el efecto contrario. Por ello, han generado industrias de medicamentos que inciden en sustancias como la dopamina, oxitocina, serotonina y endorfinas, que son la “química de la felicidad”. Como se conoce, esas sustancias son propias del metabolismo cerebral y, en algunas de ellas, sus niveles suelen ser alterados por el consumo de alcohol, carbohidratos, vitaminas, alucinógenos, etc. El desbalance puede generar estados patológicos que son tratados con terapias o medicamentos de diversos orígenes.
Un caso a contar ha sido, desde finales del siglo pasado, el uso de fluoxetina (Prozac) para tratar a pacientes con depresión, la cual fue llamada, equivocadamente, “la píldora de la felicidad”, porque solo hace efecto en los que padecen esa enfermedad. Ya hay medicamentos más avanzados que han reducido los efectos secundarios de inicio. El Prozac ha funcionado, en un porcentaje de pacientes, con pruebas concretas, en ciertos estados anímicos, produciendo cambios en la neuroquímica del cerebro y los circuitos nerviosos.
Si la poesía tiene como función la obtención de estados de placer estético-poético (en todo caso, placer, alegría, felicidad…), tendría función parecida a otras sustancias conocidas, con la desventaja de que con muchas de las anteriores se podrían alcanzar niveles más altos de placer o felicidad, aun con las posibles consecuencias secundarias.
Algo interesante de resaltar es el uso de placebos, que tendría el efecto en el cerebro, semejante a otras sustancias que se suministran para tratar males. Placebo viene del verbo latino placeo, placeré, que significa dar placer, agradar, deleitar… Si la poesía posee el don de producir placer “estético”, entonces la poesía funcionaría como placebo. La primera mención de esta palabra fue en un diccionario del año 1785 donde se describió como “medicina o método ordinario”, ahora se define como “aquella sustancia o procedimiento que no tiene el poder inherente para producir un efecto que es buscado o esperado"[1]. En el 1995, Henry Beecher demostró que los pacientes respondían positivamente a los placebos[2].
Sin embargo, la percepción del placer estético no es igual al de los medicamentos ni a ningún otro tipo de sustancia que genere actividad en el sistema nervioso.
Obtener placer por medio de la poesía o cualquier arte no tiene efectos secundarios conocidos, si no alcanza notas claves cerebrales. Esa es una diferencia; también, es capaz de generar una cultura de manejo de sensibilidades en todos los estados racionales y emocionales.
Lou Marinoff escribió el libro Más Platón y menos Prozac 2010 (1999), lo que sugiere que las enseñanzas del filósofo griego pueden producir el mismo efecto que el Prozac y la poesía. Le llamaría a esto, “El efecto Platón”.
El filósofo Aristóteles sostenía que el estado de felicidad estaba basado en la contemplación, en cultivar una vida contemplativa, el bíos theoretikós, en una vida dedicada a la filosofía, al conocimiento de aspectos profundos de la vida.
Entonces, la filosofía, la poesía, y todo arte, serían fuentes que estimulan cambios en los estados afectivos. Me parece que esto no es nuevo, ¿verdad?
La filosofía se ha definido desde sus inicios como amor a la sabiduría. El concepto de amor está muy asociado a la felicidad y a los estados poéticos, desde la suprema armonía hasta cruzar los límites caóticos de la mente humana. La poesía, desde la palabra, produce catarsis, que es “maravilla de la creación”, desde sus conceptualizaciones primigenias.
Es bueno apuntar que alcanzar la felicidad o la verdad no es el fin de la filosofía ni de la poesía, vista desde una dimensión esencial. Siempre será, búsqueda, tránsito, ansia. Los efectos de lo poético permean tristezas, alegrías; actos horrendos, siniestros, terribles y sublimes, sin perder su esencia. Grandes obras poéticas y narrativas provocan actos de profunda tristeza y dentro subyace el placer estético. Escritores del romanticismo son ejemplos de producciones con estas connotaciones. Ejemplo: la novela María de Jorge Isaac. Un instante de felicidad entrañable puede terminar en lágrimas como el resultado de emociones de tipo poético.
Domingo 21 de abril de 2024
[1] Ledón PLE. El placebo en medicina. Rev Med MD. 2012; 3.4 (1):7.
[2] Kienle GS, Kiene H. El poderoso efecto placebo: ¿realidad o ficción? J Clin Epidemiol. Diciembre de 1997; 50(12):1311-8. doi: 10.1016/s0895-4356(97)00203-5. PMID: 9449934.
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