El ser humano posee un metrónomo natural (el latido de su corazón), que experimenta cambios a lo largo de su desarrollo. Este patrón rítmico es importante para la asimilación sensorial del entorno. Además, la voz humana, con su capacidad tanto instrumental como melódica, no solo sirve para la comunicación oral, sino que también que se convierte en un medio excepcional de expresión.
Al nacer, el ritmo cardíaco de un recién nacido es generalmente más elevado que el de un adulto, oscilando entre 120 y 160 latidos por minuto. Esto lo sitúa en un rango similar a Allegro Vivace (121–140 bpm). Cabe destacar que esta frecuencia puede variar según la actividad del bebé, ya sea que esté llorando, dormido o tranquilo.
A lo largo de la historia, la música ha sido fundamental para el desarrollo de los pueblos, reflejando sus valores, costumbres y cultura, pudiendo utilizarse para fomentar la crítica y el análisis de la situación por la que atraviesa una sociedad en determinado periodo histórico, valiéndose de géneros musicales y composiciones, algunas con un doble sentido y otras muy directos. Entre estas citamos algunos merengues: Váyase en paz – por Guandulito. Mataron al chivo – por Antonio Morel; El carbonero – por Johnny Ventura; El funcionario – por Wilfrido Vargas; El guardia del arsenal – por Luis Días; La tuerca – por Fernando Villalona.
La música tiene el potencial de motivar a los jóvenes a reflexionar activamente sobre valores de manera entretenida, consciente o inconscientemente. Los adolescentes ya poseen conocimientos previos a partir de la música que escuchan siendo muchas veces el reflejo de los arquetipos que asumen como modelos y que en la mayoría de los casos no son los más adecuados. La escuela debe ampliar esta experiencia, integrando la música con mensajes positivos como estrategia educativa.
La música, presente en todos los aspectos de la vida, conecta con lo más profundo de las personas, incluso más allá de las barreras del idioma. Expresa una variedad de sentimientos y valores fundamentales, desde la amistad hasta la esperanza y la denuncia social. Además, su uso en juegos y canciones infantiles refuerza su papel como recurso cultural universal. Actualmente con la masificación de las redes sociales, resulta casi imposible poder controlar lo que llega a nuestros adolescentes, pero si no aprovechamos el potencial que proporcionan los ritmos y las mismas redes para utilizarlos en favor de la educación, estaremos cediendo un espacio con mucho potencial para transformar la realidad educativa del país.
Al incorporar la música en la educación, se puede facilitar la enseñanza de valores, creando un ambiente emocionalmente enriquecedor y accesible para los adolescentes. Las canciones pueden servir como herramientas didácticas para abordar temas como la diversidad, el respeto y la reflexión crítica.
Para que la educación en valores sea efectiva, se debe transformar el enfoque de pasivo a activo, estimulando la participación de los estudiantes. Aunque el tema de los valores y la música ha sido tratado por separado, su integración puede potenciar el aprendizaje y la formación integral del alumno.
La escuela debe ofrecer experiencias significativas que respeten la cultura del estudiante, permitiéndole desarrollar competencias críticas. En palabras de Alonso, Pereira y Soto (2003), "la música favorece la integración y la comprensión".
Si tenemos empíricamente la percepción de que la música no solo atrae la atención de los adolescentes, sino que, al combinarse con textos formativos, puede potenciar el impacto del mensaje. La relación entre música y educación merece ser investigada para evaluar su efectividad en la formación de valores y el cambio de actitudes en los estudiantes.
No resultaría descabellado proponer que desde el Estado se puedan dar facilidades para que los jóvenes que tienen talento e inclinación hacia la música lo puedan hacer incorporando contenidos con letras limpias y que aporten a fomentar los valores patrios y los valores morales que tanta falta hace.