Charles Dickens.

El más fascinante inicio que pueda tener un libro lo tiene Historia de dos ciudades de Charles Dickens, que reza de la siguiente manera: "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; era la edad de la sabiduría y la edad de la ignorancia; era la época de la creencia y la época de la incredulidad; era la estación de la luz y la estación de la oscuridad; era la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación; lo poseíamos todo, pero no teníamos nada; estábamos yendo todos directamente hacia el cielo y nos extraviábamos todos directamente hacia el infierno". Este memorable íncipit hace alusión al desarrollo del libro porque en él todo es paradójico, pues, entre otras dicotomías, presenta dos ciudades contrapuestas (por un lado: la violencia, el caos y la revolución en París; y por otro: la paz, la seguridad y la tranquilidad en Londres). Traigo esto a colación porque esta época actual, tan paradójica y compleja, se adapta fácilmente a ese magistral comienzo del libro, razón por la cual, tomando en cuenta esta época actual, voy a enumerar y a detallar ese íncipit a continuación.

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El mejor de los tiempos: Estamos viviendo un tiempo repleto de comodidades, en que el internet y los satélites han facilitado la comunicación, las labores y las investigaciones; abundan las facilidades de transporte terrestre, aéreo y marítimo; están por todas partes los avances científicos en medicina y tecnología. La inteligencia artificial, por ejemplo, ha hecho más llevadera la carga. Las comodidades y facilidades de que goza la época actual son múltiples.

El peor de los tiempos: Los valores humanos se han desintegrado y la humildad y la sencillez en el trato han perdido terreno. La intolerancia, la inseguridad social, la contaminación ambiental, los trabajos sedentarios de la vida moderna y los alimentos artificiales y chatarras están afectando a la humanidad. La falta de aire puro reina por doquier. Los juegos de los niños ya no son tan saludables ni efectivos. La Naturaleza es maltratada una y otra vez.

La edad de la sabiduría: Nunca antes la humanidad había tenido en sus manos tantos conocimientos científicos, artísticos, médicos y tecnológicos. No pocos avances que antes parecían imposibles son hoy de fácil acceso para el ser humano.

La edad de la ignorancia: La estupidez y el absurdo reinan en el diario vivir. Los saberes humanísticos han perdido el respeto de los iletrados, y aun de los estudiantes. El saber de los intelectuales es subestimado y dejado de lado. A mucha gente no le importa saber ni su propia fecha de nacimiento, y hasta para multiplicar o sumar cifras irrisorias es preciso acudir a una tecnología. Para muchos, no se sabe quiénes somos, ni de dónde venimos, ni hacia dónde vamos.

La época de la creencia: Se cree en el progreso como nunca antes, tanto es así que la ciencia se ha convertido en una religión infalible. La devoción al dinero también se ha convertido en religión, pues el culto excesivo a la diosa Ciencia y al dios Dinero es innegable en esta época; los creyentes o fanáticos de estas religiones son cada vez más numerosos. Acaso nunca antes una religión había tenido tantos devotos a nivel universal.

La época de la incredulidad: Los escépticos de los valores humanos son cada vez más; se descree del prójimo y, en consecuencia, ya hay gente que no cree ni en sus propios padres ni en sus verdaderos amigos. Las creencias, las supersticiones, el honor, las tradiciones, los mitos y leyendas son ya cosas del pasado en las que poca gente cree.

La estación de la luz: Nunca como ahora se había visto con tanta claridad hacia el pasado, el presente y el futuro. Para mucha gente todo parece estar claro y muchas dudas que en el pasado sumieron a la humanidad en la perplejidad hoy día ya no existen. Los avances constituyen una antorcha que ilumina la vida humana, al menos en parte.

La estación de la oscuridad: La maldad humana parece estar sumida en un mar de tinieblas. Los horizontes se han perdido y muchas almas humanas parecen sucumbir ante las sombras del mundo de las tinieblas. De ahí que el estrés, la alienación y otros problemas psicólogos y psiquiátricos abunden por doquier.

La primavera de la esperanza: Se tiene fe y optimismo hacia los avances científicos, como la inteligencia artificial y los experimentos médicos. Hay esperanza de avanzar más en el futuro. Inclusive, ya se habla de que el Homo sapiens de hoy será el Homo deus del futuro. El hombre —con su indudable soberbia ante las demás especies del cosmos— se autoerigió como la obra maestra de la Naturaleza y no duda en ser el elegido para en un futuro no muy remoto gobernador el universo en su infinita manifestación.

El invierno de la desesperación: El nihilismo, las guerras, la ambición superlativa, la insensibilidad, la charlatanería y la falta de empatía han convertido a una parte del mundo en una caverna de bestias salvajes que se devoran entre sí imponiendo la ley de la selva. El consumismo, el hedonismo y las banalidades están despilfarrando la paz y la tranquilidad, lo que coloca al famoso animal bípedo al borde de la desesperanza.

Lo poseíamos todo: Con sus múltiples avances científicos, el hombre se puede comunicar de un continente a otro y desplazarse con facilidad de país a país y, también, de un continente a otro. Enfermedades que en épocas pasadas eran incurables, hoy son controladas cual si fuesen una gripe. Lo que antes le era imposible al hombre, hoy le sobra y le es indiferente. La inteligencia artificial, al menos por ahora, se ha convertido en aliada del hombre. Las facilidades para el quehacer humano están, de algún modo, a disposición de todos o de casi todos.

No poseíamos nada: Para muchos, a veces tenerlo todo, o casi todo, es como no tener nada (o peor aún). Y no valorar lo que se tiene es igual o peor que no tener nada. El que nada valora, nada tiene. El hombre muchas veces no tiene nada porque lo quiere todo, o lo quiere todo porque no tiene nada. Es un ser de carencias y, como tal, no posee nada: por ejemplo, al morir nunca se lleva nada, precisamente porque nada tiene.

Estábamos yendo todos directamente hacia el cielo: El hombre de hoy día inicia casi siempre bien en los proyectos o empresas que emprende. Intenta buscar un paraíso en todo y, haga lo que haga, supone siempre llegar airoso a lo que él mismo ha dado en llamar el Paraíso.

Nos extraviábamos todos directamente hacia el infierno: El ser humano suele extraviarse del camino hacia el cual estaba destinado a recorrer con vocación y pasos firmes. Nada humano es perenne, pues el hombre —sea rico, o pobre, o gordo, o flaco, o bonito, o feo, o negro, o blanco, o hembra, o varón, o inteligente, o tonto, o joven, o viejo, o fuerte, o débil, o introvertido, o extrovertido, o fuere lo que fuere, tanto da— siempre se extravía de la ruta de la vida y sin lógica de solución sucumbe ante la muerte.

Pues bien, queda en manos del lector secundar o rebatir mis pareceres sobre estos tiempos tan paradójicos (que los contradiga o los acepte da igual). Después de todo, creo que en los párrafos anteriores he dejado bastante claro que, similar como sintetiza el íncipit de Historia de dos ciudades, esta es igualmente una época signada por la contradicción, pues Dickens, en este libro dividido en capítulos a veces aburridos y a veces apasionantes, narró un mundo como el actual, es decir, una humanidad caracterizada por los pros y los contras, lo que pone de manifiesto la relatividad de las cosas humanas. Leer este libro de Dickens —en el cual lo más importante no se dice, sino que se sugiere de forma muy inteligente— ayudará al lector a comprender mejor que simbólicamente el mundo vive en una perpetua Revolución Francesa llena a una misma vez de ventajas y desventajas.