Domingo 17 de marzo. La cuenta regresiva inicia. Diez días restan para el final. Los espíritus teatrales conspiran a favor. Con careta o sin careta, los mensajes siguen dando carpeta.
El espacio de representación es lugar de encuentros, donde se reúnen e invocan seres. Por eso se dice que el teatro tiene espíritus, misterios. Allí, el intérprete servidor se “monta” en una máscara corpórea que personifica distintos entes sociales que, simbólicos, míticos, místicos o fantásticos, reflejan otra realidad, la teatral. Y en congregación fiestera, pueblo y servidores, cuales fantásticas carnestolendas, comulgan al teatro.
Entonces, invocados por la pasión, seguimos con la cuestión de ¿por qué teatro?
«El teatro, porque la realidad no basta y para que la vida sea completa, se necesita de la dramaturgia, de la actuación, del arte en donde el hombre se enfrenta a sí mismo.»
Cual reflexión dominguera se lee esta respuesta del escritor César Sánchez Beras. Pero días después, el inquieto y afable escrito arremete, sin razón aparente, con otro magnífico y oportuno mensaje que da fuete:
«Podría pensarse que el uso de la máscara en el teatro solo era común en la puesta en escena de la dramaturgia griega. Pero en realidad el mascarón sigue su curso a través de todas las épocas. Solo ha cambiado de forma y de conceptualización. El actor sigue subiendo y bajando de la careta, trasmutando su rostro en fisonomía del personaje que interpreta y creando en el espectador la ilusión de que es otro y no él quien habla en el discurso teatral. No está lejano el día en que el disfraz de metal, sustituya el de barro cocido, de yeso pulido, de papel o cartón piedra. Estamos en el umbral de uso de nuevos materiales para la ocultación del rostro, pero bajo el antifaz siempre subyace el tormento de las pasiones.»
Así, para los tormentos de un vejigazo purgar, en este escénico y colorido domingo, en un desfile pasional de congregación nacional, al carnaval bajemos a comulgar con otros misterios culturales y parateatrales.